Ling Yue tomó sus cosas, mientras caminaba junto a los demás elegidos, hacia la entrada de la Montaña de Qian Kun. No podía creer que estuviera ahí, porque su padre le había contado que esa montaña era la cosa más impresionante que había visto en su vida. La había descrito como alta y majestuosa, con una cima que roza las nubes y una base que se hundía en la tierra. Su forma era circular, como un símbolo de perfección y equilibrio. Su superficie estaba cubierta de vegetación y vida, con árboles milenarios, flores exóticas, frutos deliciosos y animales fantásticos. En su interior, cuevas y túneles se encontraban por doquier, con minerales preciosos, fuentes termales, lagos subterráneos y tesoros escondidos.
Cada vez que lo escuchaba, parecía que describía un sueño.
Los dioses celestiales guiaron a los elegidos hacia la entrada de la montaña, que estaba oculta por una barrera mágica que solo ellos podían atravesar. Les explicaron que una vez que entraran en la montaña, no podrían salir sin disponer de un permiso celestial proporcionado por los dioses o hasta que fueran expulsados por ellos, si cometían algún crimen. Les advirtieron que la montaña era un lugar lleno de maravillas y peligros, donde tendrían que enfrentarse a pruebas y enemigos, pero también a oportunidades y aliados. Por lo tanto, ahora solo dependía de ellos mismos el lograr sus destinos.
Ling Yue respiró hondo y se preparó para entrar en la Montaña de Qian Kun, junto con Li Wei, Yun Lan, Feng Yue y los demás elegidos. No sabía qué le esperaba en ese lugar, pero estaba dispuesta a dar lo mejor de sí misma. Tenía una meta clara en su mente: convertirse en una buena cultivadora espiritual, y ayudar a su padre y a su hermano en el campo de batalla, para proteger a su gente.
El Emperador Celestial movió sus manos usando su poder, haciendo visible la barrera de protección, y abriéndola en un instante, mientras en su frente se iluminaba su marca del rayo. Ling Yue quedó admirada por la facilidad con la que el Dios del Trueno utilizaba su energía espiritual, incapaz de apartar la vista del hombre. Y así la montaña en su máximo esplendor quedó expuesta, mostrando una belleza exquisita.
—¡Qué belleza! —exclamaron algunos jóvenes.
Los jóvenes se maravillaron con el paisaje. Entonces un grupo de hombres vestidos con túnicas blancas y con el cabello recogido en moños les recibieron con respeto, pero uno de ellos, que tenía una cicatriz en el rostro, se adelantó y se dirigió al emperador con una voz grave.
— Maestro — dijo el hombre a modo de saludo haciendo una reverencia.
— Señor Luo, hace un tiempo que no he venido a visitarles — dijo Zi Long.
— Me alegra que se encuentre bien — habló dirigiendo la mirada al nuevo grupo de aprendices.— Bienvenidos a la Montaña de Qian Kun — saludó haciendo una leve reverencia y los demás hombres lo imitaron.
Los jóvenes también hicieron su reverencia.
— Ahora el señor Luo, protector de la montaña, les guiará a las habitaciones en las que se estarán hospedando durante el cultivo. En ellas también encontrarán los uniformes que usarán para las lecciones — dijo el Emperador Celestial con voz tranquila, mientras les regalaba a los aprendices una sonrisa amigable.
— Gracias a Su Majestad Celestial — respondieron al unísono los aprendices.
La muchacha se sentía algo inquieta mientras observaba a Zi Long, recordando la historia que Mei Li le había contado. Era el dios del trueno que había traicionado a Xuan Ji, sin embargo, no parecía ser alguien malvado o egoísta. De hecho, su padre siempre mencionaba que Su Majestad Celestial era el ser más justo del universo. Había algo en la historia que había escuchado, que no concordaba. ¿Por qué traicionaría a su hermano?
«A veces las apariencias engañan, para un lobo es sencillo disfrazarse de cordero» pensó, tocando distraídamente la pulsera de jade que escondía la marca del rey demonio.
— Espero que la estancia sea fructífera para todos, y puedan ayudar en el futuro a la protección y la preservación de los tres reinos — dijo el emperador a modo de despedida, trayendo de vuelta a la realidad a la chica de ojos amatista.
— Sí, Su Majestad — respondieron, mientras el hombre de cabello rubio platino se alejaba junto a su emperatriz y los demás dioses, seguidos por sus sirvientes y guardias celestiales.
— Ahora vamos a dividirlos en grupos. Las señoritas seguirán al señor Xian, quien las guiará a sus habitaciones, y los caballeros me seguirán a mí — anunció el Señor Luo.
Ling Yue se colocó en la improvisada formación que sus compañeras hicieron. Entonces notó que Yun Lan la miraba con altanería. Ellas no se habían llevado bien desde el primer momento. Lan era demasiado orgullosa, egoísta y siempre quería demostrarle a Ling Yue que ella era mejor. Era la futura heredera del reino de Sheng, una princesa, y no iba a permitir que la hija de un general fuera mejor que ella. Pero Yue siempre la superaba, por mucho que le costara admitirlo. Incluso le había quitado a Li Wei, y el hecho de que él la amara le hacía hervir la sangre.
Ling Yue era siempre la ganadora, pero Lan estaba preparada para destruirla, costara lo que le costara.
— Princesa Yun — saludó Yue a regañadientes, intentando ser lo más educada posible. Aunque la forma en la que Yun Lan la miraba no le gustaba nada.