Había sido demasiado ambiciosa el pensar que podría librarse, sencilla y discretamente, de un encuentro con la Corte cuando su propia persona era el meollo de la cuestión.
Jazmín, sujetó el extremo de la correa, observaba cómo el avance de Giovanni era detenido una y otra vez por aquellos que deseaban compadecerse. Había una multitud vestida de seda y adulación. Para la esclava, aquello no era un alivio, solo una demora. Percibía en todo momento la tensión de Giovanni en la correa, como una promesa. Sentía una tensión que no era miedo. En otras circunstancias, ella podría haber gozado de la oportunidad de estar con sus guardias o su supervisor.
El (ahora) Príncipe Heredero era verdaderamente bueno con la palabra. Aceptó las consecuencias con gracia. Sostuvo una postura racional. Detuvo el flujo de la conversación cuando se hizo peligrosamente acusadora. No dijo nada que pudiera haber sido tomado como un abierto desaire al Rey. Sin embargo, a nadie que hablara con él le quedaría ninguna duda de que su tío se había comportado, en el mejor de los casos, de manera errónea, y en el peor, de forma desleal.
Aunque Jazmín no poseía un gran conocimiento sobre los manejos políticos de la Corte, había sido significativo que los cinco consejeros hubieran acompañado al Rey. Era una señal de poder comparativo: tenía el apoyo total del Consejo. A la facción de Giovanni, abandonada allí, mientras se quejaba, en la sala de audiencias, no le agradó. No tenía que gustarles. No podían hacer nada al respecto.
Aquel era en consecuencia, el momento en que Giovanni apuntalara el apoyo recibido de la menor manera posible, y no de desaparecer en algún lugar privado con su esclava.
Y, sin embargo, a pesar de todo, salió de la sala de audiencias atravesando una serie de patios interiores lo suficientemente amplios como para contener árboles. Al otro lado, las luces de la gala parpadeaban, brillantes.
No solo estaban solos. Por detrás, a una discreta distancia, los seguían los dos guardias que protegían al Príncipe. Como siempre. Ni siquiera el propio jardín estaba vacío. Ocasionalmente pasaban parejas vagando por los senderos; en una ocasión, Jazmín vio a un cortesano con su mascota, enroscándose en un rincón.
Giovanni la llevó hasta una glorieta enrejada con enredaderas. A un lado había una fuente y un largo estanque con pequeños lotos enmarañados. Ató la correa al metal de la glorieta, como si enlazara la correa de un caballo al poste. Tuvo que estar muy cerca de Jazmín como para hacerlo, pero no dio ninguna señal de estar inquieto por la proximidad. La atadura no era más que una humillación. Al no ser un animal estúpido, era perfectamente capaz de desatarla. Lo que lo mantenía en su lugar no era la fina cadena de oro hábilmente colocada alrededor de la correa, era el guardia uniformado, y la presencia de la mitad de la Corte, además de un gran número de personas, entre ella y la libertad.
Giovanni se alejó unos pasos. Jazmín lo vio llevar la mano a la parte posterior de su cuello, como para liberar la tensión. Durante un momento, no hizo nada más que quedarse de pie, quieto y respirando el aire fresco y perfumado de las flores. Por primera vez, Jazmín tuvo el pensamiento que Giovanni podría tener sus propias razones para desear escapar del ojo de la Corte.
La tensión se elevó, emergiendo, cuando Giovanni se volvió hacia ella.
—No tienes un muy buen sentido de la autopreservación, ¿Verdad, “pequeña mascota”? Lamentarte con mi tío fue un error —dijo Giovanni.
—¿Debido a que ha conseguido una bofetada? —replicó Jazmín.
—Debido a que vas a enfurecer a todos esos guardias con los que te has molestado en cultivar amistad —respondió Giovanni —. Tienden a rechazar a los sirvientes que ponen el interés propio por encima de la lealtad.
Apretó la mandíbula y dejó que su mirada examinara de arriba abajo la figura de Giovanni.
—No puede arremeter contra su tío, por lo que lo ataca con lo que sea posible. No le tengo miedo. Si va a perpetrar algo contra mí, hágalo.
—” Pobre animal perdido” —soltó Giovanni —. ¿Qué te hizo pensar que vine a por ti?
Jazmín parpadeó.
—Pues, por otra parte —continuó —tal vez te necesite para una cosa —. Enrolló la fina cadena una vez alrededor de sus muñecas, y luego con un tirón brusco, la rompió. Los dos extremos se deslizaron fuera de sus manos y cayeron, colgando. Giovanni dio un paso atrás. Jazmín miró con confusión la cadena rota.
—Alteza. —escuchó una voz.
Giovanni dijo:
—Consejero Carter.
—Gracias por acceder a reunirse conmigo —comenzó Carter. Entonces vio a Jazmín y vaciló —. Perdón. Yo...supuse que vendría solo.
—¿Perdonarle? —dijo Giovanni.
El silencio se elevó entorno a las palabras del Heredero. En él, su significado cambió. Carter comenzó:
—Yo... —Luego observó a Jazmín, y su expresión manifestó alarma —¿Es esto segura? Ha roto su correa. ¡Guardias!
Se oyó el ruido estridente de una espada saliendo de una vaina. Dos espadas. Los guardias se abrieron paso por la glorieta y se interpusieron entre Jazmín y Carter. Por supuesto.
—Lo ha dejado claro —concluyó Carter, con un ojo cauteloso sobre Jazmín —. No había visto lo peligroso que es su esclava. Parecía tenerla bajo control en el círculo. Y los esclavos obsequiados de Cristal a su tío siempre son tan obedientes. Si asistiera los espectáculos más tarde, lo vería por sí mismo.
—Los he visto —cortó Giovanni.
Jazmín no sabía que estaba pasando. Pero suponer que ella era capaz de romper la gruesa cadena era absolutamente absurdo.
Hubo un poco más de silencio.
—¿Sabe lo cercano que era a su padre? —dijo Carter —Desde su muerte, he brindado una lealtad inquebrantable a su tío. Me preocupa que en este caso pueda llevar a cometer un error...
—Si estás preocupado de que dentro de diez meses siga recordando los agravios cometidos contra mí —dijo Giovanni —, no hay necesidad de tal inquietud. Estoy seguro de que me puede convencer de que ha obrado fruto de una gran confusión.