Fayrah

Capítulo diez

Esperaba ocupar un lugar discreto junto a los demás esclavos; sin embargo, Jazmín se sorprendió al encontrarse sentada junto a Giovanni, aunque con una fría distancia de un metro interpuestas en él y jazmín, no como otro esclavo en el regazo de su amo.

Giovanni se sentó con gracia y elegancia. Iba vestido, como siempre, con severidad, aunque su ropa era muy fina, como correspondía a su rango. Sin joyas, salvo una fina diadema de oro en la frente, que permanecía oculta bajo su oscuro cabello, cuando tomaron asiento, desabrochó la correa de Jazmín y la enrolló alrededor de la varilla, y luego la arrojó a uno de los asistentes, quien logró atraparla con un ágil movimiento de manos.

La mesa estaba desplegada. Al otro lado de Giovanni se encontraba Amar, prueba manifiesta de su pequeño éxito. Al otro lado de Jazmín se encontraba Marianne, prueba también de otro pequeño triunfo. La mujer estaba sentada cerca del regente, pero más cerca del consejero Aiden.

Se consideraba un enorme error de protocolo tener a Marianne en la mesa principal, considerando lo sensibles que eran los nobles. Marianne iba vestida decentemente y llevaba poca pintura. El único detalle que le hacía ver un poco vulgar eran los gigantes pendientes de diamante, casi rozando sus hombros y se notaban demasiado pesados. Por lo demás podría haber sido confundida por un miembro de la realeza.

La mujer, además se sentaba con distinción. Su belleza de cerca era sorprendente. Como lo sería su juventud. Su voz, cuando hablaba, no tenía altos y era increíblemente suave y sofisticada.

–No quiero sentarme a tu lado –dijo Marianne–. Vete a la mierda.

Instintivamente Jazmín miró a su alrededor para ver si alguien la había oído, pero nadie lo había hecho. El primer plato de carne estaba siendo servido y la comida acaparaba toda la atención. Marianne había tomado su tenedor dorado de tres puntas, pero se había detenido antes de disgustar el plato con el fin de hablar. El recelo que había mostrado ante Jazmín en el jardín parecía que todavía estaba allí. Sus nudillos apretados alrededor del tenedor.

–Está bien –aclaró Jazmín, hablando con su tono más bajo posible.

Marianne le devolvió la mirada. Sus enormes ojos cafés como un ciervo. En torno a ellos, la mesa era un fondo colorido de risas y murmullos, cortesanos concentrados en sus propias diversiones, sin prestarles ninguna atención.

–Bien –dijo Marianne, y apuñaló el tenedor con saña contra el muslo de Jazmín debajo de la mesa.

Incluso a través de una capa de ropa, fue suficiente para hacerle saltar y agarrar el tenedor instintivamente, al brotar tres gotas de sangre.

–Discúlpenme un momento –pidió suavemente Giovanni a Amar, girándose para encarar a Marianne.

–Hice saltar a su mascota –dijo Marianne con aire de suficiencia.

Sin sonar disgustado confirmó:

–Si, lo hiciste.

–Lo que sea que estés planeando, no va a funcionar.

–Creo que si. Apostaste tu pendiente.

–Si gano, lo usará –dijo Marianne.

Giovanni inmediatamente levantó su copa y se inclinó hacia Marianne, haciendo un pequeño gesto para sellar la apuesta. Jazmín trató de sacudirse la extraña sensación de que estaban divirtiéndose.

Marianne hizo señas a uno de los sirvientes para pedir un nuevo tenedor.

Sin el rey para entretener, Marianne estaba libre para aguijonear a Jazmín. Comenzó con una andada de insultos y especulaciones explícitas acerca de sus prácticas sexuales, todo lanzado en voz demasiado baja para que nadie más pudiera oírlo. Cuando finalmente vio que Jazmín no mordía el anzuelo, volvió a sus comentarios sobre el amo de Jazmín.

–¿Crees que sentarte en la mesa principal junto a él significa algo? No lo hace. No se va a molestar contigo y te va a joder. Él es frígido.

El cambio de tema fue casi un alivio. No importa lo crudo que la mujer fuera, no había nada que pudiera especular sobre las preferencias de Giovanni que Jazmín no hubiera oído ya decir, extensamente y en el lenguaje más vulgar, a los aburridos guardias del servicio interior.

–No creo que “pueda”. Creo que no le funciona lo que tiene. Cuando era más joven, yo solía creer que se lo habían debido cortar. ¿Qué piensas? ¿Lo has visto?

Jazmín dijo:

–No se lo han cortado.

Los ojos de Marianne se estrecharon.

Jazmín continuó.

–¿Cuánto tiempo has sido mascota en esta Corte?

–Cinco años –respondió con el tipo de tono que decía: “No vas a durar aquí ni tres minutos”.

Jazmín la miró y deseó no haber preguntado. Parecía no tener más de 20 años. Parecía más joven que cualquiera de las mascotas que Jazmín hubiera visto en esa Corte.

La delegación en la mesa permanecía ajena. Con Amar, Giovanni hacía gala de su mejor comportamiento. Increíblemente, al parecer se había despojado de la malicia y lavado la boca con jabón. Hablaba inteligentemente sobre política y comercio: si de vez en cuando un poco de su agudeza destellaba, la exhibía con ingenio, sin mordacidad, solo lo suficiente como para demostrar: «¿Lo ves? Puedo dar más».

Amar manifestaba cada vez menos ganas de prestarle atención a alguien más. Era como ver un hombre sonreír mientras se hundía en aguas profundas.

Por suerte, no duró mucho tiempo. Por un milagro de la moderación. Solo hubo nueve platillos, servidos uno detrás de otro. Y artísticamente dispuestos en vajilla enjoyada de diseños atractivos. Las mascotas no “prestaban servicios” en absoluto. Estaban sentadas, instaladas junto a sus dueños, algunas eran alimentadas de las manos de estos y un par de ellas incluso se proveían descaradamente a sí mismas, hurtando bocados selectos de sus amos de manera juguetona, como perros falderos mimados que aprendieron que cualquier cosa que hicieran, sus cariñosos dueños la encontrarían encantadora.

–Es una pena que no haya podido organizar nada para que examines a los esclavos –dijo Giovanni cuando empezaron a cubrir la mesa con los platos dulces.



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En el texto hay: romance, drama, aventura

Editado: 22.08.2021

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