Vivía con miedo, su madre le advertía cada mañana de los peligros que acechan en el exterior.
Y ahora, que frente a ella hay un depredador, sufre.
No piensa en el crimen del que hacen partícipe a su cuerpo, sino en su madre.
Se preocupará cuando su pequeña no responda las llamadas, cuando pase la hora de su llegada habitual, cuando los días sigan y su niña no haya regresado a casa.
No quiere que llore, que se torture al buscarla, al intentar encontrarla; puesto que nunca más verá a su hija.
Sonia no es un cuerpo abandonado en una zona despoblada, ni las heridas que marcaron su piel, mucho menos sus genitales deshechos.
Quiere que su madre la encuentre en la brisa, en la tormenta, en el cantar de las aves.
Porque así era ella y así se fue.