Entra cada viernes en el bar queriendo olvidarlo, pero su subconsciente desea recordarlo mejor.
No quiere que conozcan la forma en que lo amó, porque quizá no lo hizo de la manera correcta.
Pero pregunta por él cada vez que el alcohol hace de las suyas, su voz tiembla al susurrar su nombre, cada lágrima refleja su imagen.
Sus labios se fruncen al recordarlo, sus brazos buscan un nuevo huésped al cual aferrarse.
El orgullo le impide reconocer que lo extraña y su corazón es obligado a callar lo que segundos atrás casi gritaba.
Coge el cuello de otra botella y traga el nudo en la garganta, lidiando con el vacío que le dejó después de su cobarde huida.