Fenotipo

1. Malas impresiones.

Natasha.

 

La camioneta había estacionado hace uno minutos frente a una gran casa de tres pisos de color crema que evidenciaba, dada su construcción y arquitectura- además del olor que aún desprendían las paredes-, un pasado como fábrica textil pese a los precarios intentos de emular la estética tradicional de una construcción renacentista. Lo cual me inquietaba ya que las pocas fotografías que papá decidió conservar sobre su infancia dejan ver un gran castillo color marfil como escenario de fondo mientras él hallaba la madurez…. ¿Qué hacían dejándolos allí entonces? Más que la residencia real, parecía ser la sede de alguna entidad.

¿Tan desesperados se mostraban por eliminar todo rastro sobre el breve reinado de Ricardo I? ¿O es que aquello no significaba más que una trampa? ¿Pensaban acaso mantener nuestra estancia en secreto? Cada opción era tan probable como la anterior, así como las innumerables razones que llevaron a Juan I a enviar a unos empleados a buscarnos en aquel hospital. Él confiaba en su hermano y, aunque yo lo entendía, mi confianza era algo que no estaba dispuesta a otorgarle.

 

Salté fuera de ella dando un pequeño suspiro mientras con mi mano derecha sostenía a Persia y con la izquierda cargaba mi maletín marrón con todos mis elementos tecnológicos de primera necesidad, seguida por tres hombres vestidos con una gran bata blanca de algodón,   –que no eran tan corpulentos como esperaba para individuos con las características físicas de su especie- que sacaban las maletas restantes del portaequipaje y nos conducían a la entrada principal, sin siquiera dirigir una mirada a mi dirección.

¿Habría sido buena idea traer un gato a territorio de hombres lobo? Absolutamente no pero dejar al amor de mi vida no era una opción, además no parecían notarla. Ni a mí.

Excelente.

///

Dos horas y tres maletas después había perdido cualquier rastro de mi padre y cualquier indicio de vida en este triste lugar. Me habían enviado a una habitación (que era más una suite) en el tercer piso junto a todas nuestras cosas con la orden de quedarme allí hasta nueva orden. Pero cuando había querido preguntar sobre qué se supone debería hacer o siquiera bajo la orden de quién me enviaban allí, recibí un gruñido tosco por parte de unos de los hombres que habían cargado nuestras pertenencias, sin pasarme desapercibido el hecho de que él y sus compañeros evitaban tener cualquier tipo de contacto físico y visual conmigo.

Era imposible no sonreír ante tan patética escena. ¡Por la Luna, soy una simple humana!

- Uh, lobito. ¿Te están molestando las pulgas?- hice un puchero. El que perecía ser el encargado gruñó mientras los otros dos se limitaban a tensionar su cuerpo. No me dejaban ver sus rostros y eso estaba comenzando a impacientarme - ¿O es que hace mucho tiempo no acarician tu lo…

- ¡Ya basta!- bramó uno de los que había permanecido al margen desde que llegué, haciéndome frente y dejándose ver por primera vez, al menos lo que la bata permitía: Era alto, delgado, con tez blanca, la cabeza rapada y unos ojos castaños enmarcados en unas frondosas cejas…¿plateadas? – No podemos ni queremos interactuar contigo. Cállate y espera a que Su Majestad terminé su recorrido con tu padre.

¿Su Majestad?… Mmm sí, el tío Juan David. ¡Qué lenta! No creo poder acostumbrarme a tantos formalismos alguna vez. El Rey Ricardo I  había dejado de existir hace muchisimo tiempo, para darle vida a Richy, el mejor padre del mundo. Y, por supuesto, yo ya no era una princesa.

Al ver su intención de marcharse, me estiré y apoyé mi mano derecha en el codo de lobito1 con la intención de llamar su atención antes de que se marchará como sus dos compañeros, pero al sentir mi tacto soltó un gemido lastimero y saltó hacia atrás dejando nuevamente su cuerpo fuera de mi alcance.

-¡No vuelvas a tocarme, cosa! – escupió en mi dirección con la mandíbula totalmente tensionada y el rostro enrojecido por el disgusto, haciendo un extraño contraste con sus cejas- Nunca. Ni a mí ni a ninguno, de ser posible.

Después de decir aquello cerró la puerta con un portazo que hizo vibrar la ventanearía del lugar, sin siquiera dejarme preguntar por el color de sus cejas tan inusual. Digo, mi cabello era totalmente blanco y no era quién para comentarlo pero papá me había explicado hace unos años que en su cultura era mal visto efectuar algún cambio en tu apariencia física que podría ser considerado como trascendental, pues puede ofender a nuestro creador al no mostrarnos agradecidos con la apariencia que te había otorgado.




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