Fin Del Juego

Capítulo 16

Hilos en formas de ideas se comienzan a formar en mi mente.

Es un tejido sólido, fuerte, denso y resistente el que ha comenzado a crecer y envolver cada espacio en blanco en mi cabeza. Es una soga en forma de serpiente piadosa. Me ha abrazado, cobijado y acariciado a lo largo de su recorrido. No aprieta, me da oportunidad de respirar y sentir alivio en medio de lo que ella me está haciendo sentir a medida que avanza. Ha iniciado una cuenta regresiva de imágenes, de voces, de rostros, de gestos, de emociones. Se deleita. Me contengo. Avanza. Respiro. Los números están a un minuto de ponerse en cero.

Cierro los ojos afianzando mis dedos sobre el barandal que cubre el balcón de mi habitación, tratando de controlar el torbellino que pasa en mi interior. Pero es mucho. Siento que aquellos hilos unidos ya no están siendo piadosos a medida que andan dentro de mí, de mi cabeza, de mi mente, de mis recuerdos.

Me está faltando el aire.

Me está costando respirar.

A mi alrededor siento que todo se desmorona, se reduce, se vuelve nada.

No puedo.

Me resulta casi imposible controlar todo lo que estoy sintiendo, es algo que me sobrepasa y me expone al frío de la noche, no me abriga de él, de aquel viento que ahora quiere congelar de forma lenta y dolorosa mi cuerpo que cae al piso, de rodillas, sintiendo el peso de la verdad.

Mi respiración se vuelve lenta y poco profunda. Trato de recuperarme pero me cuesta hacerlo, siento mi cuerpo débil, como si las imágenes, en vez de ser solo eso, fueran balas mortales que estaban dispuestas, no a matarme, no era eso lo que ellas querían, era causarme dolor lo que buscaban. Pero no una cualquiera. Es uno preciso, justo, de eso que matan lento, no de forma letal.

Lágrimas dolorosas, calmadas, insistentes, se deslizan por mi mejilla dibujando unas líneas delgadas que se terminan perdiendo en el marco de mis labios, otras, siguen el camino de mi cuello. Entiendo, comprendo parte de lo que está pasando, de lo que pasó, aún queda espacios en blancos, pero lo que sé ahora es más que suficiente para entender las palabras de Julianne, el miedo de Christopher, el enojo de Luther, la decisión de Schmidt, el juego de El Maestro, pero sobre todo, para saber porque ahora estoy aquí.

Todo era parte de su plan, de su asqueroso juego.

Me estaba acorralando con sus peones, movía a sus jugadores, nosotros, a su maldito antojo. ¿Qué espera? ¿A quién busca? ¿Cómo hará su próxima movida? ¿Cuándo lo hará? ¿Desde dónde lo hará?. Habló de su historia, de aquella que aun no me termina de convencer. Lo que le hizo Diego no creo que sea el motivo de que su casería siga, hay algo más que busca, que quiere, pero...¿qué es?

Como pude, me puse de pie y tomé las llaves del carro cuando salí de mi habitación. Nada parecía tener control a mí alrededor, no ahora, no cuando sentía que todo era consumido por unas llamas que me tentaban a la suerte de ver si podían hacerme daño, o no.

Conduzco por la calle Hobrechtsfelder Chaussee hasta llegar casi a las afueras de Berlín. Ya estaba muy entrada la noche y las calles estaban siendo abrazadas por penumbras, por una oscuridad conciliadora, por una soledad silenciosa, deambulaba por las calles que dejaba atrás y tenía por delante de la ciudad. Piso el freno, esperando que el semáforo cambios de color, al hacerlo, acelero y doblo unas pocas esquinas hasta llegar a mi destino.

A lo lejos veo el viejo farol que parpadea de vez en cuando, iluminando muy poco la fachada del edificio calcinado, todo parecía igual, incluso puede escuchar las voces. Apago el coche, salgo y activo el seguro junto con la alarma antes de comenzar a caminar, quiero hacer el mismo recorrido que hice tiempo atrás, como aquel día, como el día que pensé que todo terminaba y en realidad recién empezaba.

—¿Es aquí? —pregunto mirando el camino que teníamos por delante, arrugo mi entrecejo, dudosa de la fachada del lugar que parece, que un soplo, se caerá.

—Sí, aquí quedamos de vernos —confirma la rubia a mi lado —.Es más seguro que nadie nos relacione y más ahora que todo depende de un hilo.

—Sí, es mejor así —concuerdo, en un susurro dudoso que ella trata, con su mirada calma, de quitar. Pero aun sigo desconfiada. Ella es la primera en salir, antes de hacer lo mismo, saco mi arma de la guantera, salgo del coche cerrando la puerta, y la pongo tras mi espalda luego de asegurarla—. Oye, nunca te he preguntado el por qué haces esto.

Ríe, negando, haciendo que aquel cabello rubio liso se mueva de manera suave.

—Yo tampoco te he preguntado el por qué lo haces —dice, haciendo cierto énfasis gracioso y a la vez curioso en las últimas palabras—. ¿Fue porque era tu trabajo... o algo mas te motivó a aceptar volver a tu país, a tus orígenes?

—No recuerdo nada de lo que era mi vida en Alemania, quizás se debió a que era una niña, no lo sé. Pensé que mi origen estaba allá, en aquellas montañas, en Nueva Zelanda. Si miro hacia atrás, todo lo que recuerdo son sus calles, su gente, su clima, aquí no hay nada de lo que me hace sentir mi hogar allá. Aunque aquí nací y viví unos años, no siento este país, estas calles y estas costumbres como mi casa—. Ella asiente, entendiendo porque no me siento parte de este lugar—. Pero, respondiendo a tu pregunta: Fue por el trabajo, al principio. Después se volvió personal. ¿Y tú?




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