Flawless

la casa del Duque

Habían pasado 3 semanas desde que nos habíamos quedado atrapadas en este tiempo.

Tres semanas en las cuales me dispuse a pasar desapercibida. Salía pocas veces y únicamente para pasear a Hades, hacía ejercicio en la soledad de mi habitación —en las que más de una vez fui interrumpida por Abril, quien se quedaba con la boca abierta cuando me veía sostener mi cuerpo únicamente en mis brazos— y durante el día me resguardaba en la seguridad del estudio del abuelo.

Inicialmente me dediqué a escuchar cómo había sido posible ese salto en el tiempo y aunque había ciertas cosas que yo no entendía, en general logré comprender la particular forma que había empleado el abuelo.

Aun hoy en día se me venían dudas a la mente en momentos esporádicos del día y no importaba la hora, siempre que acudía al abuelo, este me resolvía las dudas de la mejor manera posible. Cosa que al parecer no le interesaba a mi hermana, puesto que el duque de Richmond se mantenía en la mente de la damisela, la mayor parte del tiempo.

Y cuando no pensaba en él, pasaba las horas con él, quien desde ese día que la vio, no dejó de visitarla… ya hasta parecía que formaba parte de la casa. Lo único que faltaba era que se quedara a dormir.

En varias ocasiones fui llamada para servir de mal tercio entre esos dos — tenía un nombre, pero lo olvidé nada más el abuelo lo pronunció. De todas formas, no dejaba de ser mal tercio— pero rechazaba la proposición de la manera más educada que podía.

- Neh. Tengo libros por leer.

Mi abuelo simplemente negaba divertido y me dejaba en el estudio totalmente sola. Lo cual agradecía.

El sillón ya estaba comenzando a amoldarse a mis nalgas —lo sabía, porque podía ver la abolladura que marcaba mi hermoso trasero— pero no era porque estuviese gorda. No se equivoquen.

La cosa es que en varias ocasiones llegué a asomarme por la ventana y veía mi hermana, a su príncipe en cantador y tras de ellos al pobre duque de Northumberland. Cosa que me divertía en sobremanera ya que la cara de aburrido del pobre tipo era digna de retratarse.

Hasta que una tarde me pilló. Por lo que resolví no volver a espiar.

Aunque en varias ocasiones me sentí tentada nada más para ver si era maña eso de sonreírme sin razón aparente.

Cuando sentía el trasero dormido, subía a mi habitación y pintaba. Del salón en blanco ya no quedaba absolutamente nada y en cambio, tanto en las paredes como en diferentes lienzos tenía plasmados los mejores paisajes que recordaba de esa salida que hice con el duque molesto por las calles de Londres.

Mi abuelo, cumpliendo su palabra había mandado traer a la modista; déjenme decirles que era la mujer más cuerda con la que me había cruzado en este tiempo.

Si bien era bastante femenina, su atuendo no era para nada parecido al de las damas con las que había tenido la desdicha de encontrarme —A veces venía una que otra dama a pelarle la muela al abuelo; quedaban encantadas con Loren, pero parecían desviarse de su objetivo cuando me veían, lo cual era un poco incómodo, ya que yo podría pasar por su hija… o mejor dicho hijo. Bueno, ustedes me entienden— tenía modales y cierto orgullo que te hacía pensar en no buscarle la lengua pues podría sacarte un ojo en el proceso.

Sin embargo, nada más presentarnos, nos caímos bastante bien.

A tal punto que fui invitada a su casa a la primera oportunidad que tuviera.

Lo primero que mandé confeccionar fueron al menos una docena de brasieres, pues si bien las vendas cumplían su cometido cuando llegaban visita, el resto del tiempo prefería quitármelas y aunque me consideraba una persona bastante descomplicada, no llegaba al extremo de sentirme cómoda con mis niñas al aire.

Cuando me informó que no tenía ni idea de lo que hablaba me vi en la obligación de mostrarle mi sostén.

Su rostro en ese momento fue algo que definitivamente aún hoy después de ese hecho tengo pensado plasmar en un lienzo.

En resumen, pensó que era una innovación bastante agradable, pues era tarea del corsé el realzar las tet…

-Asómate a la ventana- dijo mi hermana interrumpiendo mi lectura.

Me encontraba cómodamente recostada en mi nuevo sillón favorito, frente al escritorio del abuelo, el cual había salido desde temprano.

-Neh- respondí llegando a la conclusión de que era mucho más interesante la lectura.

-Bueno- dijo ella encogiéndose de hombros y dando la vuelta saliendo del estudio.

No tardó en sonar la puerta al abrirse.

-Abuelo, crees que puedo cambiar la infraestructura de la casa para que el porcentaje de deterioro no alcan…

Si, era el abuelo el que había entrado, pero a su lado estaba Alan quien parecía bastante interesado en que culminara mi frase.

>> Lo siento. Supongo que necesitan hablar a solas- comenté poniéndome de pie.

Estaba descalza y llevaba unos pantalones a mitad de pierna. Amaba a Zulay —la modista— por entender perfectamente mi estilo.

Aunque estaba lejos de la comodidad de mis jeans, no estaba en condiciones de quejarme.



#30245 en Otros
#2034 en Novela histórica
#45911 en Novela romántica

En el texto hay: hermanas, amor, peleas poderes oscuros

Editado: 26.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.