Sentía toda mi anatomía completamente pesada, las manos me dolía, los brazos y las piernas los tenía entumecidos en su totalidad, podía respirar con tranquilidad, pero mis parpados no me querían hacer caso, estaban reacios a obedecer mis demandas.
Mis tímpanos lo único que percibían del mundo exterior era un pitido sumamente molesto que me hacía delirar —y no en el buen sentido—, aunque no podía abrir los ojos sentía una sensación de mareo innegable que me abrumaba demasiado, luego de unos minutos de luchar contra el adormecimiento de mi propio cuerpo me zafé de ese trance en el que estaba.
Tosí un poco y abrí los ojos —lo que pareció una tortura— mi campo de visión luego de unos cuantos parpadeos se aclaró por completo, dejándome ver unas paredes de un blanco impoluto —a las que definitivamente les tenía pánico… más allá de eso, terror. Detestaba los hospitales, las clínicas o cualquier derivado de ello—.
El pecho se me comprimió por completo y lo único que pude hacer fue inhalar profundamente para controlar mi sentido de huida —que me haría salir de allí sin importar el qué—, siempre era limpia, pulcra y me alimentaba bien… bueno, la mayoría del tiempo.
Exactamente hacia eso para no tener que hacer una rápida y tortuosa para en un hospital, tenía malas experiencias con estos y, no, no quería repetir esas nada gratas experiencias.
— Sofía —esa voz se escuchó bastante lejos, sin embargo, la reconocí de inmediato como el bastardo y casi perfecto hombre, exceptuando su cara llena de huecos, que seguramente me había llevado a ese lugar. Fruncí el ceño, mirándolo con recelo— ¿Estás bien?
El silencio se adueñó del lugar, sus ojos cafés traslucidos me miraban y yo le devolvía el gesto iracunda.
Okay, a pesar de su cabello alocado azul y su cara llena de huecos, debía admitir que Xavier Fleur era un hombre bastante atractivo, pero tampoco para llegar al punto de desmayarme por un beso de esos carnosos labios.
Es decir, eso solo pasaba en las películas.
A mi jamás me hubiera pasado eso, no… ¿Verdad?
— Mal, ahora que te veo —respondí rustica, mientras lo veía con rabia, él lo único que hizo fue reírse, mostrándome sus hermosos dientes blancos perlados— ¿De qué te ríes? ¿Dije algún chiste?
— No, para nada —se tomó la barbilla, pensativo— es que me parece cómico como dices eso, cuando ayer estabas desesperada por un beso de estos labios —palpó su labio inferior con su dedo índice y maldije cuando mis ojos fueron a parar allí, para ver el movimiento de su dedo.
Bufé, desviando la mirada de allí y buscando una excusa que me salvara el trasero de aquella tragedia, me rasqué levemente la cabeza, para después tomar uno de mis cabellos rojos y jugar con este.
Estaba ansiosa, con un hombre totalmente irónico y extraño a mi lado, y para el colmo, estaba en un puto hospital haciendo no sé qué.
— Ya va, ¿Qué? —luego de un buen rato jugando con mi cabello, me percaté de que él había dicho ayer, ayer del termino pasado.
— Sí, como lo oyes —me dedicó una sonrisa lobuna y se recostó en una de las blancas paredes de la habitación en la que me encontraba—, ayer delirabas por estos labios.
— ¿Cómo que ayer? —interrogué de nuevo, anonadada, observando aquellos ojos que parecía ocultar muchas cosas.
— Sí, te desmayaste sin razón alguna, viendo la situación llamé al dueño del hotel para informarle la situación y te subí a mi auto trayéndote al hospital más cercano —explicó rápidamente, mientras yo me quedaba de piedra mientras analizaba toda la información que me estaba dando—, si, tranquila, no tienes porqué agradecerme.
— Es que no te iba a agradecer —quería chillarle encima, pero fue un murmullo lo que salió de mis labios— obviamente no te iba a agradecer, detesto los hospitales, pero hay algo que no entiendo ¿Qué me sucedió? —pregunté a nadie en específico.
— La verdad, ni yo mismo lo sé —se encogió de hombros, luciendo despreocupado—, el medico dijo que vendría en una media hora para decirte los resultados de los análisis.
— ¡Carajo! —solté, totalmente irritada— enfermarme, eso era lo que me faltaba.
— No te pongas así, tampoco es para tanto —se burló, mirándome fijamente mientras acercaba una silla a la camilla, supongo que para estar más cerca de mí— yo puedo hacer de tu enfermero, si así lo deseas.
— ¿Mi enfermero? —la incredulidad salió de mi en forma de pregunta, volteé los ojos en su dirección y le dediqué una sonrisa sarcástica— hombre, si ni siquiera sabes cuidar de ti mismo y andas por ahí con ese cabello azul y esa cara como un queso…
— ¿Cómo un queso de bueno? —me interrumpió jocoso, me mordí la cara interna de la mejilla para no reírme de su comentario y solo negué con la cabeza.
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Editado: 07.09.2020