Fleur
Habíamos llegado al hotel donde se hospedaba Sofía, ella salió corriendo de mi automóvil como alma que lleva el diablo y yo solo pude entregarle mis llaves a uno de los mozos que se encontraba por allí, le di mi nombre y me dediqué a pisarle los talones a la desquiciada pelirroja que me estaba empezando a volver loco —no estoy seguro si de una mala o de una buena manera—.
En cuanto llegué a su piso, la puerta de su habitación estaba abierta de par en par, fruncí el ceño, porque era extraño que fuera de tan descuidada, me encogí de hombros pensando que debería ser bastante fuerte enterarte de que habías estado embarazada, unos cuantos meses después.
Sin embargo, vaya que esa mujer era descuidada, eso le restaba puntos como posible conquista en mi lista; no me servía una chica que si le dejaba de bajar la regla, no le importaba ni un bledo.
Desde la pequeña sala del cuarto de hotel podía escuchar su respiración acelerada, y el sonido de las pruebas de embarazo a la hora de ser abiertas y usadas.
La situación era bastante entretenida, o al menos para mi.
Unos minutos después salió del cuarto del baño con el cabello desaliñado, echo un desastre total, los ojos desorbitados y una cara de tragedia épica —parecía que se había enterado de una enfermedad terminal que tenía o algo—.
Me reí por lo bajo, no entendiendo el porqué de su cara, es decir, si era verdad que un hijo no planeado se podría considerar como la peor de las desgracias, pero tampoco era tan grave ¿no?
Solo por su cara sabía lo que me diría, así que me reí mientras me recostaba en una de las esquinas de la habitación.
—Pues esa inyección si que era mala —comenté jocoso, mirándola de arriba a abajo, su delgado cuerpo estaba temblando, mientras asimilaba la gran noticia que le había dado el médico y que había confirmado con las no sé cuántas pruebas de embarazo que se había hecho. Ella me asesinó con una mirada oscura, y volteó los ojos.
—Realmente ahorita no estoy para tus estúpidos jueguitos ... —escupió con la voz llena de rencor.
—Es que no entiendo porqué estás tan de mal humor —solté incrédulo de golpe, ganándome otras de esas miradas suyas mata gente— solo llama al padre y dile lo que pasó, si no se hace responsable es un imbécil —obvié.
Ella desvío la mirada de mis ojos, aparentemente avergonzada, llena de pena, fruncí el ceño en cuanto sus labios formaron una mueca, era evidente que algo estaba mal allí.
— ¡Es que tu no entiendes! —su voz salió de sus cuerdas vocales como un pitido, gritado, exclamado y a su vez, desesperado, sus ojos estaban desorbitados y parecía que no era ella misma, sus músculos estaban tensados y su respiración acelerada— ese imbécil me fue infiel con mi propia hermana, joder —confesó, como quitándose un gran peso de encima.
Cuando dijo eso, no pude en mi asombro, no pude evitar alzar las cejas y agrandar los ojos, pareciendo perplejo, no pude proferir ni una palabra en ese momento —estaba bien que yo fuera de un hombre al que le gustaban mucho las mujeres, pero el mote de rompe corazones no me lo había ganado por mis acciones, la simple verdad era que las mujeres de aquella época no soportaban un no por respuesta y se victimizaban constantemente cuando eran rechazadas—.
—Pues, eso si que no me lo esperaba —comenté luego de unos minutos que parecían eternos. Honestamente, era una mujer extremadamente bella, con sus cortos circuitos en la cabeza, pero eso no le quitaba lo hermosa— ¿Qué harás entonces?
—No sé qué mierdas hacer —suspiró, mientras se sostenía de un sofá imagino que para mantenerse estable—, realmente no sé qué mierdas hacer, se suponía que iba a pasar unas vacaciones para relajarme en Miami —llevó sus delgadas y delicadas manos a su cabeza, cogiendo diversas hebras de su rojizo cabello con sus manos, la desesperación le salía por los poros—, ¿Por qué nada en mi vida puede ser normal, carajo? —lanzó la pregunta al aire, casi que una interrogación al destino, sin ningún retorno— ¿Qué coño voy a hacer? No tengo presupuesto para esto, agoté todos mis recursos en este viaje.
Me detuve unos minutos a pensar la situación y, luego de analizar todo aquello, hablé.
—Eh, pero cálmate —murmuré bajito, intentando poner la voz más tranquila que tenía; con mi mano acaricié su cabellera rojiza de manera suave, esperando que eso la tranquilizara al menos un poco—, la pregunta del millón es ¿Quieres tenerlo?
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Editado: 07.09.2020