Okay, sí.
Lo admito. Me desmayé en el momento menos indicado, pero ¿Eso no me hace menos hombre, verdad?
Digo, a cualquiera le hubiera pasado aquello, con el nerviosismo, la ansiedad, quizá en circunstancias normales no me hubiera desmayado.
Pero vamos, estábamos allí, ella sobre la mesada con sus deliciosas piernas abiertas y sus pechos —que ahora estaban mucho más grandes—, y sus labios carnosos besándome tan ávidamente que me derretía con aquél alucinante contacto, un amiguito por los lugares bajos —ya sabemos cuál, no hay que mencionarlo— evidentemente se alegró lo suficiente.
Entonces, imaginense eso, yo, Xavier Fleur, con la mejor disposición del mundo de llegar a lo que para los animales era apareamiento, concentrado en el momento que esperé durante meses, para que luego, justo en el momento cúspide, un agua —que ni supe de dónde salió— me jodiera todo el panorama.
Y de la nada, la chica pelirroja —esa que parecía un demonio de vez en cuando—, me dijo, así sin más, que estaba a punto de tener al niño, ese que había esperado por tantos meses.
Lo único que pude pensar en ese momento fueron dos cosas, la primera, era que el destino realmente estaba en mi contra.
Es decir, durante todo el embarazo de aquella mujer estaba completamente concentrado en intentar seducirla, y la muy bastarda —porque ella no tenía otro nombre—, solo se dedicaba a darme negativas.
Así que, de alguna u otra forma, debía comprender mi situación, que de hecho, llevaba meses seco, sin una gota de sexo, sin un poco de ese manjar que saciaba mi anatomía, sin nada... Solo por esa estúpida regla de aquella endemoniada mujer.
Era comprensible ¿no?
Cuando tomé consciencia de la situación, ya estábamos en la Clínica Devallies, una de las más prestigiosas y costosas del país, tenía sedes en todos lados, y el dueño era una mierda de persona, aunque su hijo me cayera bien, debía ser sincero.
Lo primero que vi fueron destellos cuando abrí los ojos, estos me cegaron y tuve que parpadear varias veces, me levanté rápidamente de donde fuera que me encontraba y busqué con la mirada a Sofía.
Cuando la encontré en mi campo de visión el ginecólogo la estaba sentando en la silla de ruedas, y estaba mandando a preparar la sala de quírofano.
Sin pensarlo mucho, deje mi tarjeta de crédito en la recepción y les dije que adjudicaran todos los gastos allí a gritos mientras corría tras aquél ginecólogo —que ni conocía— intentando alcanzarlos.
—¡Ya va! —exclamé mientras jadeaba, el doctorcito aquél al fin me prestó atención— Esperenme, yo debo de entrar.
Sofía que estaba respirando profundamente me miraba con las mejillas rojas, y la respiración acelerada, su frente estaba perlada de sudor y me miraba con rencor.
—¡Mierdaaaaa cállate! —chilló, parecía estresada mientras se presionaba el abultado vientre— tú no sabes cómo duele es... ¡Ay!
Una enfermera llegó junto al ginecólogo y rápidamente le dijo algo en el oído, él le cedió la silla de ruedas a la enfermera y le susurró un rápido "ve preparando todo, esta chica está a punto de caramelo"
—Un gusto, mi nombre es Oliver, soy el doctor que atenderá a su esposa...
—No es mi esposa...
—Bueno, a su novia, como sea —volteó los ojos y con un ademán de mano le resto importancia— diríjase a esa sala, quítese todas las pertenencias y dejela en una cesta que está allí y cámbiese.
Luego de señalarme un estrecho pasillo, se fue por otro estrecho pasillo, yo caminé rápidamente hacia el pasillo, blanco impoluto y me dediqué a hacer lo que me habían mandado.
Salí de allí forrado de azul, aunque el atuendo combinaba con mi cabello y, admito que no me quedaba nada mal, era bastante incómodo y como una bolsa.
Luego de unos cuantos minutos, ya estábamos en la sala de quírofano, me dirigí directamente hacia Sofía, quién por la epidural había descansado un poco del dolor lumbar que estaba padeciendo, pero que —como toda mujer exagerada que era— estaba aferrada a la camilla como si no hubiera un mañana.
Yo suspiré profundamente, esperando no desmayarme en cuanto viera sangre, o algo parecido. No era de ese tipo de personas, la única verdad era que, con esa pelirroja estaba teniendo varias primeras veces.
Llegué a su lado y le cogí ambas manos con fuerza, ella cabeceó y cuando se percató que era yo, parecía aliviada, aunqie yo pensaba que posiblemente me daría una patada o que me exigiría que saliera del lugar.
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Editado: 07.09.2020