Sofía
2 años después.
Tener un hijo era la cosa más maravillosa del mundo, pero, sin duda alguna era extremadamente agotador, más aún cuando tu hijo era un pequeño terremoto, que no se detenía cuando se trataba de curiosear por todo el lugar.
Porque así era Damián, demasiado curioso, demasiado cariñoso, inexpresivo y poco comunicador, solo hablaba con Xavier y conmigo, muy pocas veces se expresaba plenamente y detestaba las visitas, así que eso era bastante curioso en él.
Esa mañana nos encontrábamos los tres dormidos en la cama, cada uno por su lado y Damián sobre nosotros, babeando, sí, gracias a él había dejado de lado un poco mi asco por los fluídos; me estiré aún en la cama de manera perezoza cuando los rayos del sol se colaron por la ventana, empezando a molestarme.
Fruncí el ceño mientras gruñía, para después levantarme con cautela y así no despertar a Xavier, ni a mi pequeño. Estaba vestida con un short y una camiseta de tirantes que por poco no cubría mi cuerpo por completo, pero aquello no me molestaba, aunque Xavier andaba rondando por la casa, tenía la suficiente confianza con él como para estar de vestida de esa manera.
Fui directo a la cocina, a hacer unos sandwich para Xavier y para mi y a Damián le haría unos pancakes de avena con frutas y un zumo de tomate de árbol, mientras me concentraba cocinando, me percaté de que era bastante tarde, alrededor de las 9 de la mañana. Agradecía a todo lo bueno porque aquél día no era laborable, porque sino, Xavier y yo hubiéramos llegado muy tarde al trabajo.
Me impresionaba cómo habían cambiado las cosas en dos años, Xavier había pasado de ser un simple desconocido a ser aquél individuo que me ayudaba en todo, que siempre estaba dispuesto a ofrecerme una mano amiga, ese que me hacía sentir segura cuando pensaba de más, éramos como mejores amigos, y quizá —solo quizá— por eso era que seguíamos viviendo juntos.
Aunque bueno, puedo decir que vivir con ese peliazul era todo un calvario, era demasiado amargado en cuanto a bromas con su cabello se refería, discutía por todo conmigo y hasta deseaba mi muerte algunas cuantas veces, él tenía todos los defectos del mundo, honestamente, aquél increíble físico y mirada café traslúcida deslumbrante te hacía pensar que era un gran partido —porque ni hablar del tonito chillón de su cabello—, pero no, era todo lo contrario.
Absolutamente todo lo contrario, con las comidas al menos no teníamos ningun inconveniente, pero a Xavier no le gustaba la leche, todo lo que tuviera que ver con ella para él era blasfemia, exceptuando el queso y la margarina, porque aquello era una contradicción, pero le encantaba comer el jodido queso, compraba un kilo casi que semanal y no es que se lo comía con pan o con alguna otra cosa ¡Se lo comía a mordidas! Cosa que me desesperaba. Era desordenado, se le perdían demasiado las cosas, no sabía nunca dónde dejaba su shampoo realzador de volumen y color, tenía el cabello demasiado largo y azul para mi gusto, era grotezco, mañoso y para colmo, era mi jefe.
Porque luego de que me gradué, me arropó por completo y me hizo su traductora personal, haciéndome muy adinerada en e acto, pero también convirtiendome en una mujer llena de ocupaciones —muchísimas ocupaciones—.
En aquél momento, la empresa de Xavier empezaba a tener demasiado alcance, y todos los países potencia en el rubro querían formar parte de esa esencia que estaba a punto de dominar el mundo, por lo que, yo tenía que traducir, transcribir y viceversa, alrededor de... Muchas veces al día, porque era inservible contar aquello.
Y sí, era agotador, pero al menos era una buena paga.
A veces me metía en mis pensamientos a pensar el porqué no me iba de aquella casa y me mudaba a otro lugar en el que Damián y yo pudieramos tener una comodidad, pero la simple verdad era que jamás le encontraba respuesta a esa pregunta en mi cabeza, aún estaba en un archivo que tenía el título por definir en mi mente. Y deseaba dejarlo allí.
—¡Mami! ¡Mami! —dijo con su voz chillona mi pequeño de cabello cenizo, mientras me observaba con sus grandes ojos color grisáceo, sus pequeños pies se dirigían hacia mí apresurados— ¡Pitufo me quiere atrapar! —sus palabras se escuchaban entorpecidas no solo por su respiración, sino también porque era muy pequeño para pronunciar bien algunas palabras, pero de terco cuando las escuchaba las quería repetir.
Xavier venía corriendo por el pasillo mientras sonreía, vestido solo con unos bóxers color morado, dejando a la vista aquella anatomía mortal que había mejorado con los años.
—¿Dónde estás, pequeño Ruperto? —interrogó cómico mientras se acercaba a hurtadillas a la cocina.
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Editado: 07.09.2020