—Okay —me erguí observando mi reflejo en el espejo—, no seas cobarde, Sofía Artemisa —me pellizqué las mejillas, aunque estaban enrojecidas tenía la necesidad de llevar mis pies a tierra de alguna u otra manera—. ¡No seas cobarde! —exclamé, señalando mi reflejo con el dedo índice de mi mano derecha.
Eché una rápida ojeada a mi reflejo, me había colocado un vestido color azul eléctrico de seda —porque sí, desde que vivía con Xavier debía de vestirme a la altura, como él muy comúnmente me decía, así que le tuve que decir adiós a mis viejos y desteñidos jeans favoritos—, mis senos se pronunciaban y tuve que colocarme cobertores de pezones, porque la verdad era que desde que Damián me había ordeñado, mis pezones habían triplicado su tamaño —y no me quejaba, al menos mis senos no se habían caído y tampoco parecían globos pinchados—, debía admitirlo, parecían insinuantes bajo esa tela azul y mis lunares se veían provocativos.
Un gran escote estaba decorando mi espalda con encajes hasta mi columna baja y el vestido caía hasta mis tobillos de manera deliciosa, haciendo de mi toda una belleza.
Pero, sí, en mi vida no podía existir nada sin un pero, no importaba lo bella que me viera y lo hermosas que mis caderas se acentuaban con ese vestido; nada de eso importaba si no tenía la confianza de salir de aquella habitación.
Mis divagaciones cada vez eran más y mis ganas de quedarme en esa habitación por el resto de la noche eran inmensas, pero me obligué a terminar de arreglar mi máscara de pestañas y mis labios con un fuerte color vinotinto.
—Piensa que es por el trabajo, piensa que es por el trabajo, piensa que es por el trabajo —me repetí ese mantra mientras esparcía un poco de perfume en mis clavículas, sobre mis hombros y en mis senos.
Tragué en seco, mientras ataba mis tacones y me dirigía hacia la salida, caminé por aquél largo pasillo cerrando la habitación con mi brazalete, caminé con parsimonia, sin mucho apuro, de igual manera iba temprano.
Yo.
Te espero en el bar, que sé que llegarás con media hora de retraso.
Tecleé y le envié el texto rápidamente a Xavir, porque él siempre se tardaba más que una princesa a la hora de arreglarse, parecía que le costaba un esfuerzo tremendo.
Así que cuando las puertas del ascensor se abrieron yo me dirigí a la recepción, para que me dijeran dónde quedaba el bar, me dijeron que el bar de aquél lugar era impresionante y quería verlo con mis propios ojos.
En cuanto llegue allí, la rubia recepcionista de ojos vivaces me comió con la mirada, me miró de arriba a abajo, sin ningún tipo de pudor o vergüenza y yo solo pude ruborizarme.
—Wenn ich gestern deine Kleider abreißen wollte, möchte ich heute den Stoff abreißen, der dich mit meinen Zähnen umhüllt (Si ayer quería arrancarte la ropa, hoy quiero rasgar esa tela que te envuelve con mis dientes), flamita —todo su saludo fue en un perfecto, mordaz y seductor alemán que me abrasó por completo, pero lo que fue más envolvente de todo aquello fue su última palabra, en un español mal hablado con acento alemán nato.
—Können Sie mir sagen, wo die Bar ist? (¿Me podrías decir dónde esta el bar?) —dudé antes de preguntar y moví mis pies con vergüenza, jugando con mis tacones de aguja.
—Natürlich, Süße (Por supuesto, dulzura) —de nuevo se me insinuó con aquella mirada llena de expectativas que me hacía sentir sumamente incómoda—, Sie gehen das Ende dieser Halle hinunter, rechts und am Ende, wo sind diese großen Glastüren (te vas por el final de ese pasillo, a la derecha y al final, donde están esas grandes puertas de cristal) —siseó sobre mí, como si quisiera olerme hasta lo más profundo.
—Muchas gracias —iba a alejarme, pero ya no quería pasar más incomodades así que lo primero que hice fue observarla detenidamente— Du weißt, dass du nicht mein Typ bist, oder? (¿Sabes que no eres mi tipo, verdad?)
—Hmm —ella me observó desde su posición y me analizó por completo, para luego dedicarme una sonrisa pícara—, Ich weiß, aber die Vorlieben ändern sich (lo sé, pero las preferencias cambian) flamita.
Y después de decir eso, atendió una llamada, dejándome total y completamente patidifusa.
Caminé con pausa hacia donde ella me había indicado, abochornada y con el rostro ardiéndome en su totalidad, mordí una leve esquina de mi labio inferior, hundiéndome en mis pensamientos porque jamás me había encontrado en una situación similar.
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Editado: 07.09.2020