Luego de media hora llegamos a un restaurant que parecía bastante campestre por fuera, con muchísimos decorativos florales y naturales alrededor, lo que me gustaba bastante.
En lo personal, pensaba que la naturaleza era un bien común que no todos los seres humanos estaban dispuestos a valorar, aunque yo no era muy buena para lo que se refería a jardinería, porque sinceramente, en mi vida había intentado plantar algunas flores e incluso césped, pero este jamás crecía y si lo hacía, era de un color verde opaco horroroso que te hacía querer vomitar o cagarte en todo.
—¿Y? —en cuanto estacionó el auto aquello fue lo primero que me preguntó, terminé de darle un vistazo a todo lo que estaba a mi alrededor y mi gesto pareció ser de completa satisfacción.
¿Por qué lo digo?
Porque justo en ese momento, Xavier bajó del auto y me abrió la puerta del copiloto, tomó mi mano con delicadeza y caminamos juntos hacia el gran arco de flores y enredaderas que se encontraba en la entrada, al pasar por allí abajo supe que esa sería una noche increíble, en la que seguramente no me arrepentiría de nada, o eso esperaba.
Como esperaba no tomar de más, porque si de algo estaba segura era de que quería recordar esa noche, esa era una de las cosas que más deseaba en mi vida.
En cuanto entramos el ambiente cambió totalmente, había un extenso recibidor de caoba, en el que estaba una chica bastante linda, con una falda de tubo y una camisa verde manzana que tenía el logo del restaurant.
—¡Bienvenidos al Royal Tree! —nos sonrío a ambos mientras esperaba un saludo de vuelta.
—Buena noche, tengo una reservación a nombre de Xavier Fleur —comentó el peliazul siendo cortés, mientras yo solo miraba a la chica y con un asentimiento la saludaba.
—Perfecto, permitanme buscarlos en la lista —la chica hizo un chequeo rápido y con la ayuda de un lápicero hizo un check en su tableta—, listo, estan en una de las mesas del piso de arriba, con vistas a la cascada —yo fruncí el ceño, porque no entendía nada, sobre todo porque había una gran pared con un mosaico que impedía que viera el diseño del restaurant.
La chica llamó a alguien por un radio y más rápido que decir ya mismo, llegó un chico, con pantalón azul marino plizado, bien planchado y la misma camisa de color verde manzana.
—Buenas, si me permiten estaré encantado de llevarlos a su mesa.
Su voz era monótona, aunque desprendía una armonía abrumadora, que te hacía sentirte acorde con sus energías, era bastante raro, la verdad.
Nos despedimos de la chica y seguimos al chico, cruzamos aquél gran muro que nos separaba de lo que era el restaurant y luego de pasar por otro arco de flores y enredaderas, la vista que me dí no fue para nada lo que esperaba.
Aquél lugar era como una mezcla extraña entre la naturaleza y el arte moderno, con algunas cosas a la vanguardia pero guardando ese aspecto único de verdosidad, de eco place que a cualquier persona le encantaba.
Las mesas eran de vidrio y una base de madera fuerte barnizada, las sillas colgaban de los techos como se de cizallas se tratáse, y todas estas parecía que las habían tejido a mano, con cojines y demás.
A pesar de que la ambientación era en parte muy ambientalista, valga la redundancia, el lugar era minimalista, sencillo y aún así, guardaba su elegancia, lo que me hacía sengir bastante cómoda con lo que había llevado al sitio.
Habían fuentes con deliciosos sonidos por doquier y en el fondo, muy en el fondo en un gran patio que se abría después de que otra enredadera se hiciera un arco, se veía una hermosa cascada, no solo lo sabía porque lo miré muy por encima, sino que también escuchaba el rumor del agua y ese sonido inexplicable que te llenaba el ser por completo de paz y gozo.
Las esclaeras eran rocosas y había que llegar cerca del jardín para poder subir, en cuanto estuvimos arriba no supe cómo mi mandíbula seguía pegada a mi cráneo, porque aquello era simplemente hermoso.
Si la zona de abajo del restaurant era completamente sacado de un libro o de un cuento de hadas, el primer piso era no solo majestuoso, sino que también era totalmente mágico, las enredaderas bien cuidadas abundaban en este lugar, ondeando y bordeando las paredes, el piso era de una cerámica blanca escarchada que con la iluminación de diversos colores opacos exóticos te hacía pensar que estabas sumergida en alguna de las galaxias del amplio universo.
Una galaxia en la que se podía respirar lo que era verdadero oxígeno, suspiré porque aquello me parecía irreal, sin embargo cuando llegamos a la mesa mi mente se enfocó en aquella mesa, expuesta en un balcón que tenía vista directa a la cascada que con anterioridad había visto.
Bañado por la luz de la luna, y con el rumor del agua corriendo, y como si todo aquello fuera poco, las sillas eran parte de la base de la mesa, como si se tratara de una extensión de estas, tallada a la perfección y barnizadas totalmente.
En la mesa de vidrio ya se encontraba el menú y una hielera, con un vinotinto que no supe reconocer bien.
Cuando el chico se fue del lugar y Xavier y yo nos sentamos, no pude concentrarme en él, porque las vistas y todo aquél lugar me tenía totalmente hipnotizada.
No fue hasta que se escuchó el descorche de la botella que le presté atención al peliazul que se había encargado de llevarme a ese lugar, estaba sirviendo el vino en las copas que estaban en la mesa mientras sonreía.
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Editado: 07.09.2020