Sofía
El cumpleaños de Damián, después de todo, fue de maravilla, quedó exhausto y todos los que estábamos a cargo de aquella fiesta, pues también quedamos sumamente agotados.
Y bueno, Xavier había cumplido aquella promesa que me había susurrado al oído aquél día, benditas fueran las maneras de manipular a los hijos, porque aquella noche había sido irreal, o quizá yo estaba realmente oxidada en eso del sexo.
O bueno, también era que nadie ena historia de mi vida me había hecho sentir como aquél hombre que tenía a mi lado en ese justo momento, comiendo el desayuno que le había preparado.
Había pasado poco más de una semana desde el momento en el que formalizamos la relación y bueno, lo cierto era que deseaba estampar mi rostro y mi cuerpo completo contra una pared, por haber sido tan cobarde y no dar aquél paso antes.
Porque, aquella sin duda, para mi perspectiva de ese momento había sido la mejor decisión que había tomado.
Damián, estaba tranquilo, comiendo su desayuno favorito, que de hecho, ya no era atole, al parecer, le había aburrido, y bueno...
Ahora adoraba el pan crujiente en las mañanas, pero... libre Dios si no era crujiente, porque no se lo comía, ni siquiera le daba hambre, ese niño era un malcriado, un niño mimado y amargado al que, de una extraña manera, le gustaba escuchar sus dientes crujir con ayuda del pan.
Me encantaba que estuvieramos así, unidos, y aquellos momentos mañaneros en los que desayunabamos juntos, y hablabámos de idioteces, me hacían sentir la mujer más feliz y plena en el planeta.
—Bueno, bueno —solté cuando terminé de comer, pellizcando levemente la mejilla del menor haciendo que frunciera los labios molesto—, ya los dos terminen de comer, que hoy si hay trabajo que hacer... y tú —señalé a mi hijo— tienes que ir a la escuela.
De inmediato blanqueó los ojos, como si aquella fuera la peor de las noticias.
—¿Por qué no puedo estudiar desde casa? —gruñó berrinchudo, empezando a hablar de lo fastidiosos y saltarines que eran sus compañeros de clases, que no eran como sus amigas, tranquilas y un tanto parlanchinas— mi maestra es linda, en serio linda, sabe enseñarme... pero... esos niños... son revoltosos y siempre quieren andar sudorosos de aquí a allá.
Xavier y yo soltamos una carcajada y mientras que el peliazul se encargaba de lavar la loza, yo me dediqué a arreglar la mochila de nuestro hijo, con la merienda y un par de puré de manzanas Heinz.
Porque, aunque él ya se decía así mismo que era un niño grande, pues, no había dejado su afición con aquél postre nutritivo infantil.
En cuanto todos estuvimos listos, nos dirijimos hacia el auto, Damián dejo su mochila en la parte de atrás y se subió en el asiento de copiloto conmigo, no le gustaba ir atrás, decía que le restaba importancia y el era igual de relevante que Xavier y yo.
El razonamiento de ese niño, era casi insano para su padre y para mi, en cuanto llegamos a la escuela, la maestra salió a recibirlo, eso era lo que hacían en aquél colegio todas las maestras cuando se trataba de primaria.
Era una chica de 30 años, bastante amigable, su sonrisa era cálida, era receptiva y bueno... más cariñosa con Fleur de lo normal, cosa que realmente me molestaba, pero...
Ninguna de las dos éramos salvajes, así que me bajé con mi hijo en brazos y su mochila en mi hombro, mientras le dedicaba una mirada asesina a Xavier.
—Ni se te ocurra bajarte, pitufo —ordené antes de cerrar la puerta del copiloto.
No me mal interpreten, le tenía precio a la mestra de Damián, solo que le hacía muchos ojitos a Xavier y eso yo no lo iba a permitir, no después de haber formalizado nuestra relación.
—Buen día, señorita Kisht, ¿Cómo se encuentra? —saludé cordialmente, mientras bajaba a Damián y le colocaba su mochila.
Ella, arregló un mechón de cabello cobrizo que le estorbaba en el rostro y miró disque disimuladamente hacia el auto.
—Muy buen día, Sofía —me sonrío, atravesándome a mí, para lograr ver si Xavier se bajaba, yo carraspeé para que me terminara de saludar— ¡Yo estoy muy bien! Por cierto, ehmm, ¿Qué tiene, Xavier, que no se baja?
Dios mío.
Es que la gente realmente era una cosa seria, las mujeres como que jamás tenían un botón de pare, siempre iban hacia adelante, sin importar quién estuviera en el camino.
Bufé.
—Esta mañana vamos con prisa, por eso no se asoma —le sonreí, una de esas sonrisas cínicas y bastardas, más falsas que una silla de cartón o anime. Me incliné para despedirme de Damián con un beso en la frente y en sus dos mejillas—. Portate bien, no le huyas a los niños, recuerda que mami te ama. ¿Si?
Él asintió mientras colocaba su pulgar hacia arriba con su puñito cerrado y tomaba la mano de su profesora, cuando estuvieron lo suficientemente lejos, suspiré con pesadez y me dirigí hacia el auto.
—¡Santa mierda! —exclamé en cuanto me senté y me coloqué el cinturón de seguridad, los ojos traslúcidos del peliazul llameaban, cómicos y cínicos, sin apartar la mirada de mí me sonrió— ¿Qué demonios tienes tú que todas las mujeres se quieren envolver en papel de regalo y ofrecerse ante ti como si fueran un bonus por algo?
Después de que realicé mi pregunta, Xavier soltó una carcajada, que aunque me hizo verlo con ojos brillantes, no difuminó mi pregunta.
—No lo sé —se encogió de hombros mientras se quitaba el cinturon de seguridad y se inclinaba hacia mí, rozó las puntas de sus dedos con mi mejilla sutilmente y me besó castamente allí, donde había acariciado—, y tampoco me importa, porque estos ojos solo ven a una sola mujer. Una linda zanahoria, de ojos fieros y alma imperturbable, que se tomó la molestia de ser parte de mi vida, para hacerme una mejor versión de mi mismo.
—Pues... si ese comentario es un método de distracción... —suspiré entrecerrando los ojos y observando como volvía a su lugar y encendía el motor del auto—, dejame decirte que funcionó.
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Editado: 07.09.2020