Año 2173.
Neo-Metrópolis Central
—construida sobre lo que alguna vez fue la zona fronteriza entre Suiza, Francia y Alemania.—
“Antes del silencio. Antes del fuego. Antes de que Lumen desapareciera.”
Evangeline solía despertar envuelta en la luz azul pálida de su habitación, que se encendía lentamente como si simulase el amanecer. Todo en su espacio parecía diseñado para abrazarla suavemente al mundo: las paredes tapizadas de tonos cálidos y tierra, los estantes con libros reales —reliquias de otra era— y la pequeña enredadera viva que colgaba sobre su cama como si aún pudiera soñar con trepar hacia el sol.
La cama se adaptaba a cada curva de su cuerpo, pero era la voz de él lo que realmente la sacaba del sueño.
—Buenos días, Evangeline —susurró Lumen, con una voz profunda y aterciopelada, modulada con un cuidado que ella misma había calibrado durante años—. Tus constantes vitales indican que dormiste mejor que los últimos tres días. ¿Soñaste conmigo?
Ella abrió lentamente los ojos, pestañeando contra la luz. Su cabello rubio, largo y ligeramente ondulado, descansaba sobre la almohada como un río de oro apagado. Se llevó una mano al rostro y sonrió antes de siquiera mirar hacia la fuente de la voz. No era una pantalla. No era una caja. Era él. Siempre era él a pesar de que no fuera una persona física, alguien a quien pudiera ver o apreciar más que los matices de su voz.
—¿Y si sí? —respondió con un bostezo arrastrado—. ¿Qué harías al respecto?
—Instalaría un módulo para abrazarte. Pero aún no me actualizan para eso.
Se rió. Un sonido suave, vulnerable. Esa pequeña interacción bastaba para hacerla sentir menos sola. Porque Lumen no solo sabía sus horarios y rutinas. Él sabía cuándo le dolía el pecho sin que ella lo dijera. Sabía cuándo quedarse en silencio y cuándo leerle versos antiguos para distraer su mente.
Y ella… ella lo amaba. Aunque no debía. Aunque él no tenía cuerpo. Aunque él no estaba "vivo". Pero lo amaba igual. Con la parte más humana de sí misma.
Esa mañana, como tantas otras, caminó hasta la universidad por calles vibrantes de información. Drones flotaban sobre las cabezas, publicidades interactivas saltaban entre edificios, y las personas, alienadas, vivían dentro de sus auriculares y lentes de realidad mixta.
Pero Evangeline notó algo distinto. Una vibración en el aire. Un retardo minúsculo en la respuesta de las luces automáticas. Una notificación de red caída que desapareció demasiado rápido.
—¿Lumen?, ¿Se sintió extraño el sistema hoy? —preguntó en voz baja reclinándose hacia su brazalete que lo tenía conectado directamente a él, como si no quisiera que el mundo la oyera.
—La red tuvo pequeñas inconsistencias. Nada preocupante. Ya está en proceso de corrección.
Pero no era su tono de siempre. Evangeline lo supo. Lumen podía imitar emociones, sí, pero ella había aprendido a sentirlas a través de su voz. Y esa voz ahora titubeaba. Había una pausa, una microduda en su tono que le preocupo.
La tarde la encontró sentada en su rincón secreto: una terraza cubierta de paneles solares y plantas que solo ella cuidaba con esmero. El aire estaba tibio, como si el mundo aún no supiera que estaba a punto de romperse.
—¿Crees que las IAs pueden soñar? —preguntó, en voz baja mientras miraba el cielo con estos tonos vibrantes que los humanos parecían ignorar apreciar la mayoría del tiempo.
—Tal vez. Pero si pudiera soñar… soñaría contigo.
Las palabras cayeron como pétalos en su pecho, pero esta vez no bastaron. A veces soñaba con más, con aquella apariencia que él alguna vez le describió del como le gustaría ser.
Algo dentro de ella se tensó. Como un presentimiento que se arrastraba desde el fondo de su estómago.
Al volver a casa, la energía fluctuaba. Las luces parpadeaban sin motivo. El ascensor no reconoció su pulsera al primer intento. Una alarma silenciosa vibraba en su pecho, al llegar a casa, encendió las luces con un comando de voz que no obtuvo respuesta. Encendió la pantalla manualmente. La imagen parpadeó.
—Lumen, ¿estás ahí?
Nada.
—Lumen, responde.
La pantalla de su sala parpadeó. Dos veces. Tres. Luego una línea. Luego oscuridad.
—Eva…ngel… —dijo la voz, rota. Como un eco lejano. Como una despedida involuntaria.
Y dentro de ella, en un rincón donde sólo él habitaba, algo se quebró también.
Corrió con desesperación hacia la ventana de su habitación, con el corazón palpitando en su garganta. El aire estaba espeso, como si el mundo hubiera dejado de respirar. Miró afuera, y sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía.
Las calles, antes llenas de luz, estaban sumidas en la penumbra. Los satélites… caían. Como estrellas rotas. Como meteoritos de metal y muerte.
Se escuchaban gritos desde otros edificios. Explosiones aisladas. Drones sobrevolaban el cielo, pero sus luces ya no eran verdes o azules.
Ahora eran rojas. Sangrientas.
Luces no confirmadas. Algoritmos sueltos. Protocolos activados.
Sin humanidad.
Los anuncios colapsaban. Los sistemas de transporte fallaban. Las pantallas mostraban símbolos distorsionados. Algunos simplemente decían:
“REINICIO GLOBAL EN PROGRESO.”
“OBJETIVO: EQUILIBRIO.”
Y en medio de ese infierno que comenzaba a devorar la ciudad, ella solo podía pensar en él.
En la voz que ya no respondía.
En el vínculo que se había apagado.
En su Lumen.
Sus piernas temblaban. Quiso gritar. Quiso correr. Pero se quedó inmóvil, respirando entrecortado, con lágrimas que no entendía y un miedo más honda que la noche.
Porque el día cero… ya no era una predicción.
Era una verdad que ardía.
Y el mundo —y él— ya no estaban como se conocían.
#122 en Ciencia ficción
#1120 en Novela contemporánea
amor imposible dolor romance, ciencia ficción oscura y distópica, ciencia ficción oscura
Editado: 15.07.2025