Muchos de mis compañeros ríen por lo bajo y yo suspiro. Quiero desaparecer en estos momentos.
—¿Qué me decía profesora? —pregunto mirándola con vergüenza.
—Pase al frente y muestre su dibujo —me pongo de pie.
Mi hombro casi choca con el de Julián, porque él va de regreso a su puesto.
—Buenos días, mi nombre es Jazmín Anderson y este es mi dibujo —se los enseño.
* * *
Las clases fueron entretetenidas, hoy sólo tenía tres clases y ya acabaron. Me toca esperar a mi hermana, me siento en una banca, saco una hoja y un lápiz. A lo lejos diviso a Julián y sonrío. Empiezo a dibujarlo, ya no necesito mirarlo mucho porque de tanto hacerlo ya tengo su rostro plasmado en mi cabeza. A los minutos siento una mano en mi hombro y me sobresalto.
—¿Eres una psicópata o algo así? —levanto la mirada.
Lo tengo frente a mí mirándome fijamente.
¿En qué momento se movió de dónde estaba?
Su mirada es intimidante, me mira directo a los ojos y yo no me quedo atrás.
—¿Y tú eres flash o algo parecido? —frunce el ceño.
—Responde.
—¿Te parezco una psicópata? —alzo una ceja.
—A juzgar por tu mirada acosadora todas las clases y porque me estás dibujando sin mi permiso, yo diría que sí —siento calor en mi cara.
—Tampoco te creas tan importante —me cruzo de brazos y sonríe levemente.
—Tú me das esa importancia al mirarme todo el tiempo —me sorprendo —¿Creíste que no lo notaría? No sabes disimular nada bien.
—¿Quieres que me disculpe? —se sienta a mi lado.
—No hace falta —asiento.
Se queda callado mirándome. Es un poco incómodo.
—¿Qué tanto me miras? —alza una ceja.
—¿Yo no te puedo ver y tú a mí si? Eso es injusto —ruedo los ojos.
—No es lo mismo, yo creía que no te dabas cuenta y por eso lo hacía, pero tú sabes que yo sé y eso es diferente —suspira.
—No veo la diferencia, florecita —frunzo el señor.
—Mi nombre es Jazmín.
—¿No es ese el nombre de una flor?
—Lo es.
—Ese es el punto, florecita —remarca el apodo.
¿Soy una flor para él?
Que lindooooo.
Se vuelve a quedar callado mirándome, su mirada se desvía a mi dibujo.
—Vaya, me haz detallado muy bien —vuelvo a sentir calor en mi cara.
—No te voy a mentir, sí, lo he hecho. Creo que me sé tu rostro de memoria —se sorprende —¿Qué? ¿pensaste que te diría otra cosa?
—Eres muy sincera, señorita Anderson —sonrío.
—Puedes llamarme por mi nombre, Julián —vuelve a sonreír levemente.
—Yo no he dicho que me puedes llamar por mi nombre —alzo una ceja.
—No me gustan las formalidades, sonaría extraño que te diga señor Clifford todo el tiempo, es como si le hablara a tu papá —deja de sonreír.
—Prefiero que me llames Julián, entonces.
—No te llevas bien con tu papá —afirmo y frunce el ceño.
—¿Segura que no eres psicópata o adivina? —pregunta y yo suelto una carcajada.
—Si fuera psicópata ya tuviera un mechón de tu cabello o una prenda tuya en mi propiedad —sonríe.
—Es bueno saber que no eres psicópata, florecita.
Me gusta que me diga así. Sonrío.
Siento un leve mareo y cierro los ojos. Empiezo a notarme cansada.
—¿Estás bien? —asiento.
Ahora no.
Hago una mueca. Abro los ojos y lo descubro mirándome preocupado, sonrío.
—No es nada —me aguanto.
Frunce el ceño y entrecierra sus ojos.
—¡Jaz! —escucho el grito de mi hermana.
Él igual y se pone en pie. Sam llega a mi lado.
—Nos vemos mañana, señorita Anderson —me da un asentimiento con la cabeza.
—Que tengas un hermoso resto de día Julián —mira a mi hermana y se retira.
Se va y yo suspiro.
—¿Ese chico tan serio es el de tus dibujos? —pregunta y asiento.
—¡No puedo creer que me haya hablado! —digo emocionada.
—Me alegro por ti, hermana —toma mi mano y frunce el ceño.
—¿Qué?
—Estás caliente, ¿te sientes bien? —niego con la cabeza.
—La verdad no, pero no quiero alarmarme.
—Vamos a casa para que descanses —asiento.
Me ayuda a poner en pie y nos subimos al auto, ella en el asiento del conductor.
Cierro los ojos, no me quiero enfermar.