El reflejo del ciclo
Nova Aether, 2382.
El zumbido de la sala secreta no se oía, pero se sentía en los huesos, una vibración grave que hacía rechinar los dientes. El aire olía a ozono y a metal ionizado. Ava estaba de rodillas, con las palmas apretadas contra el suelo helado, intentando anclarse a una realidad que se deshacía. Su mente era un campo de batalla de imágenes ajenas: el rostro de un extraño, una ciudad en llamas, el tacto de una mano que nunca había sostenido. Relámpagos de vidas que no eran la suya.
Entonces, el caos se detuvo. Una sola imagen llenó su conciencia: una mujer, envuelta en sombras fractales que se movían como un líquido, la observaba desde un paisaje de arena roja bajo un cielo imposible. La soledad de esa escena le arañó el alma. La voz de la mujer no llegó a sus oídos, sino que floreció en su mente, un susurro íntimo y antiguo.
«Si estás viendo esto, es porque estás lista».
Y luego, un eco más débil, casi un pensamiento perdido que no le pertenecía: «No es un final. Es una consecuencia».
Ava sintió una calidez extraña, un reconocimiento sin memoria. El nombre "Luna" brotó en su mente, como una resonancia. Un eco que no explicaba nada, pero que lo cambiaba todo.
A su lado, la respiración de Marcus era entrecortada. No apartaba la vista de la máquina imponente que dominaba la sala, cuyos engranajes fractales giraban sin moverse. Una resonancia crecía en su pecho, alineándose con el pulso de la estructura. Se sentía como volver a casa, a un hogar que nunca supo que había perdido.
—Esto ya pasó —murmuró, y su voz no temblaba de miedo. Vibraba con la calma aterradora de la certeza.
Detrás de ellos, la racionalidad de Alex se hizo añicos.
—¡Estamos en el horno, tenemos que salir ya! —gritó, golpeando el panel de control con el puño. La puerta de metal negro por la que habían entrado permaneció sellada, sorda a su pánico.
La máquina, a la que Marcus acababa de bautizar "El Patrón" en un susurro de claridad, emitió una luz que no encandilaba, pero fracturaba la percepción. Las paredes se doblaron como papel, y en sus pliegues aparecieron destellos de otras vidas: Ava, con el rostro cubierto de hollín, liderando una rebelión; Marcus, convertido en una red de energía pura; Alex, cayendo en un sacrificio que no entendía. Otra palabra se formó en la mente de Ava Convergencias, necesitaba un momento para canalizar todo pero fue entonces cuando apareció Chen.
Simplemente estaba allí, como si el tiempo se hubiera plegado para dejarla en el centro de la sala. Su figura era humana, pero la luz de la máquina no se reflejaba en sus ojos; parecía nacer de ellos.
—Todo sucede como lo planeé —dijo, y su voz pareció llegar desde el final de los siglos—. El ciclo los reclama, y nadie escapa de él.
Ava quiso gritar, moverse, pero su cuerpo pesaba una tonelada, prisionero de la revelación. Marcus, en cambio, sintió que el susurro del Patrón se convertía en una llamada, una promesa de respuestas que ansiaba. Alex, pálido y con la mandíbula apretada, retrocedió hasta chocar con la puerta cerrada.
La sala se estremeció violentamente. Por un instante, todo se desvaneció en un destello blanco.
Cuando la luz cedió, ya no estaban allí. Se encontraban en un pasillo estéril de Nova Aether, flanqueados por guardias de Arytza de rostro impasible. Un oficial se acercó a ellos, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, y les entregó tres insignias de la División Temporal.
—Bienvenidos al futuro—dijo, como si nada hubiera pasado.
Pero el mundo ya se había roto para ellos. Ava sentía el peso de unos ojos sobre su nuca, una presencia que no podía ver pero que sabía que estaba ahí. Marcus vio, en el reflejo metálico de una pared, un patrón fractal que le devolvía la mirada. Y Alex apretó los puños, la adrenalina aún recorriendo su cuerpo, con la sospecha convertida en certeza: lo que habían visto no era un sueño. Era una advertencia.
En la torre central, muy por encima de ellos, Chen observaba una pantalla que no reflejaba la urdimbre misma del tiempo.
—El Despertar de los fragmentos ha comenzado —murmuró.
El ciclo, como siempre, esperaba.