El camino hacia la casa de mi madre pareció alargarse a cada minuto que conducía a toda velocidad. Cada tanto miraba de soslayo por el espejo retrovisor para observar a Hayami, recostada sobre el regazo del empleado del museo y visiblemente nerviosa.
La sensación de adrenalina parecía estar desapareciendo de su cuerpo, dejando un tono pálido en su rostro y una mueca preocupada que mal disimulaba el dolor. Apenas y se atrevía a abrir los ojos, solamente asintiendo casi de manera mecánica a cada palabra dicha por el pelinegro que evitaba bajara la mirada a su lastimada pierna.
Cuando el amplio jardín es por fin visible mi pie se hunde un poco más en el pedal del acelerador, deteniéndome de manera abrupta y abriendo la puerta del auto con prisa, yendo con rapidez a socorrer a mí amiga.
A pesar de la premura de la situación el hombre se toma su tiempo para maniobrar con el cuerpo de la chica y volver a levantarlo en brazos mientras yo me las arreglo para que sus ojos permanezcan cerrados. Una vez más el empedrado que daba acceso a la puerta principal de la casa me parece eterno.
Cuando empujo la puerta y arrojo mis zapatos a cualquier lugar me limito a guiar a mi acompañante hacia el salón más cercano, donde pudiera recostar a Hayami y se dedicara a atenderla. Los rápidos pasos y el sonido dejado por el calzado del hombre no tardan en atraer la presencia de mi madre.
— ¿Qué ha sucedido?
— Un andamio se desplomó — Explico con prisa, colocando un par de almohadones mullidos en la espalda de la castaña. Yo termino arrodillada junto a ella a la altura de su rostro y el chico no tarda en moverse hacia su pierna, retirando las prendas que le obstruían la vista y maniobra.
La expresión de mi madre permanece indescifrable, de pie en el umbral mientras los dedos del pelinegro comienzan a palpar de manera suave la pierna de mi amiga, pero el espasmo doloroso en su cuerpo es inmediato. Busco con mis manos una de las suyas y dejo que me sujete con fuerza mientras sus ojos apretados dejan ver un par de lágrimas mal contenidas.
— ¿Podrás? — Urjo una respuesta con la mirada, pero él ni si quiera levanta el rostro. Solamente asiente, entornando ambas manos en la zona afectada.
— Solo un momento, ¿Puedes contar hasta tres? — De manera irregular y temblorosa la voz de Hayami comenzó la cuenta, aferrando mi mano con más fuerza. Apenas había llegado al dos cuando las manos del hombre se movieron, dejando un incómodo chasquido flotando en el aire.
La voz de Hayami se ahogó en un quejido sorprendido que se transformó en una exhalación larga. Su cuerpo aún temblaba pero la presión en sus párpados y en mis manos se redujo.
— Está hecho — El hombre aún pasó los dedos sobre la piel enrojecida y lastimada de la castaña — Necesitará inmovilización de cualquier manera. Si desea que la valore un médico puede hacerlo.
— ¿Y si lo haces tú? — De manera temerosa los ojos ambarinos de la castaña se abrieron, tragando saliva en seco pero visiblemente aliviada.
— Yo no soy médico — Respondió de inmediato el pelinegro, poniéndose de pie al tiempo que dirigía su mirada hacia mí — Si es tu empleada deberías considerar su ausencia algunos días.
Yo me remití a dejar las cejas en alto mientras Hayami soltaba una risita irónica. La única manera de conseguir relegar de la oficina a la mujer era que estuviera totalmente inconsciente durante las 24 horas del día. Su nivel de compromiso era inhumano.
— Hayami, querida ¿Puedo traer una taza de té negro para ti? — La castaña volvió a cerrar los ojos mientras se reclinaba totalmente sobre los almohadones.
— Con Naranja y anís, por favor.
Mi madre y yo sonreímos mientras ella se da la vuelta, volviendo a la cocina de manera relativamente tranquila, dejándome una vez más solamente en compañía Hayami y el pelinegro.
— Gracias por la ayuda — Una vez las ideas parecen encontrar calma en mi cabeza mis modales toman el control como para dirigirse hacia el hombre — Una disculpa por los problemas que hemos causado.
— Encontré necesario prestarla — Respondió de manera seria, aun mirando la extremidad de la castaña — El señalamiento debió ser colocado por la mañana.
— Fui yo quien accedió ahí sin cuidado alguno — Respondo de inmediato, imaginando el estado del jardín tras el desplome del andamio — Si se ha generado algún daño me gustaría asumir la responsabilidad, así que por favor notifíqueme de cualquier pago que deba realizarse al museo.
Los ojos grises del hombre se deslizan lentamente hacia mí. Su expresión no me decía nada, pero podía notar como las palabras intentaban ordenarse en su cabeza. Se contenía.
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Editado: 20.05.2019