Frágil e infinito

Capítulo 27

A la distancia, Lucy contempló a Theo. Estaba socializando con su prima, Agnes, su marido y sus dos hijos pequeños. Agnes era, quizá, la persona que mejor le caía de su familia exterior. Habían sido unidas durante niñas pero, por situaciones de la vida, sus caminos se dividieron. Tenían la misma edad, con la diferencia de que su prima, se había casado a los veintitrés y luego, tuvo hijos. Lucy no era capaz de imaginarse a sí misma en ese lugar, de hecho, a los veintitrés, recordaba sentirse como una adolescente perdida, pero con responsabilidades de adultos. A veces pensaba que le gustaría muchísimo adoptar un gato, pero ni siquiera tenía un apartamento que estuviera apto para darle una vida digna a una mascota. Engulló un bocado en forma de hamburguesa diminuta que contenía diversos aderezos, llevaba más de quince minutos pegada a la mesa de bocadillos y planeaba seguir ahí, aún le quedaban un montón de opciones para degustar.

—Tienes que darle un hijo —murmuró una voz femenina. La mano de su madre tocando su hombro la sobresaltó.

—¿Qué? ¡Mamá! —exclamó confundida, volteando hacia ella—. ¿Qué estás diciendo?

—Míralo. Es apuesto, buena persona y tiene un trabajo prestigioso. Es el hombre ideal para que formes una familia —aludió. Entonces, Lucy recordó por qué se había alejado tanto. Mónica en cada oportunidad que encontraba, ejercía presión sobre los mandatos familiares que debía cumplir. Estaba segura de que, a ninguno de sus hermanos los presionaba de esa forma por el simple hecho de que eran hombres—. Además, estás en la edad perfecta para ser madre.

—¿Y quién dijo que quiero ser madre? —confrontó. Solo anhelaba estar tranquila para seguir probando la comida—. Tengo otras prioridades. Progresar en mi trabajo, por ejemplo. Me está yendo bien ¿sabes? Mucho mejor de lo que pensé.

A pesar de que fue a la universidad, consiguió un título y más tarde, una pasantía en servicios sociales, nadie preguntaba por eso. Hacían caso omiso, como si su carrera profesional no tuviera importancia. Su padre era el único que, de vez en cuando, se disponía a indagar sobre eso. El único que, alguna vez, se había mostrado orgulloso de sus logros.

—Puede ser. Pero un trabajo es temporal, Lucy. Una familia no. Lo vas a perder si sigues con esas ideas revolucionarias.

—No lo creo, mamá. Es evidente que no lo conoces. Él es… —En ese instante se le ocurrieron un sinfín de opciones para mencionar: <<Es paciente, me puede comprender con solo mirarme, jamás me presionaría a nada, me ha visto incluso cuando era invisible>>, pero se lo guardó para sí misma. Eran detalles que les pertenecían solo a ellos. ¿Para qué darle una explicación a alguien que ni siquiera se esforzaría por entender?—. Él me quiere así. —resumió, segura. De inmediato, sostuvo una copa de vino espumante y bebió.

—Tal vez. Pero algún día va a querer más. Y si no estás dispuesta a dárselo, lo buscará en otra parte —argumentó, provocando sus inseguridades. Arrojando cientos de kilos de sal a una herida abierta. Así lo sintió—. Piénsalo, Lucy. No me gustaría que te quedes sola.

—¿Todas lo piensan, no? —refirió al grupo de mujeres que se hallaba unos metros detrás. El resto de sus tías y primas murmuraban entre risas, incapaces de apartar la mirada. ¿Cómo era posible que en toda ocasión encontraran un punto al cual aferrarse para juzgarla?

—Queremos lo mejor para ti —justificó—. Desde niña has sido diferente, Lucy. Todos lo veíamos. Siempre intentando ir a contracorriente. Todas las niñas del salón iban hacia la derecha, pero tú querías ir hacia la izquierda. Nunca te adaptaste al resto —destacó. Lucy bajó la mirada, aturdida. Su mano sujetó con fuerza la copa de cristal—. Ya es hora de que sientes cabeza ¿no crees? Dejar de jugar a la adolescente rebelde.

Tragó saliva, mientras lágrimas de coraje se deslizaron a través de sus mejillas. Veloz, las apartó con un solo movimiento de manos. Su visión estaba empañada, había dejado de ver a Theo y se reprochó a sí misma <<¿qué estoy haciendo aquí?>>.

—Te equivocas, mamá. El problema no soy yo. Tú lo eres. Tú has pasado gran parte de tu vida preocupándote por el <<¿qué dirán los demás?>>, en vez de intentar entenderme y aceptarme como soy. Si lo hubieras hecho, quizá nunca habría huído de casa ante la primera oportunidad.

Mónica permaneció inmutada. Era la primera vez que su hija alzaba la voz, decidida a poner un límite. Lucy dejó la copa vacía a una orilla de la mesa, al mismo tiempo que la iluminación se volvía más tenue y el volumen de la música subía. Reprimió las ganas de llorar, por el simple hecho de que estaba harta de estar triste. De permitir que su familia influyera en su estado de ánimo. De vivir con el deseo repulsivo de querer correr a esconderse en su casa porque a veces el mundo a su alrededor era demasiado y la agobiaba. Poco después, Theo la encontró. En medio de la pista, aferró las manos a su cintura y la hizo bailar al compás de las melodías, mientras intercambiaban besos. Sonrisas que se convirtieron en carcajadas. Giró sujeta a su mano, hizo el ridículo y saltó cuando sonó esa canción que tanto la encendía. Olvidó los murmullos, las críticas y lo que pudieran pensar los demás sobre su vida. Se permitió ser tan solo una chica que portaba su vestido favorito, dejándose querer con locura por el amor de su vida.

 

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—En realidad no estuvo mal ¿eh? —Theo abrazó a Lucy por detrás. La meció en sus brazos mientras ingresaban a su casa. Ella había tomado prestado su saco azul oscuro, él había perdido la corbata en algún momento de la noche, cuando le empezó a resultar demasiado incómoda. Llevaba la camisa remangada, los primeros dos botones desprendidos—. Creo que no salía a una fiesta desde los treinta —bromeó. Al mismo tiempo, dirigió la boca a la curvatura del cuello e inició una seguidilla de besos.




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