La gente tendía a considerar a Lucy como «fría e insensible». A simple vista, les resultaba extraño sus facciones neutrales o su nula manera de expresarse ante sucesos impactantes. Incluso, algunos llegaban a creer que la chica no tenía sentimientos. Nada era cierto. Durante mucho tiempo, Lucy había batallado contra su extrema sensibilidad, lo abrumante que le resultaban ciertas emociones, hasta el punto de no saber cómo lidiar con ellas. Por eso, a menudo se resguardaba y, mientras su interior se convertía en un caos emocional, su mente repetía una y otra vez que debía mantener la calma. Era la clase de persona que prefería evitar las discusiones, porque sabía que en algún punto, acabaría hecha un mar de lágrimas. Así que en el instante en que una de las enfermas le dijo «no puedes pasar, tienes que esperar aquí afuera» Lucy respiró hondo, dio un paso hacia atrás y se dijo a sí misma: «Hacer un escándalo no servirá de nada. Tienes que esperar mientras los médicos hacen su trabajo». Entonces, se quedó pegada a la puerta de esa sala de urgencias. Poco después, se sentó en el piso porque el pasillo donde se hallaban las sillas de espera le resultaba demasiado lejos. No podía evadir la sensación de temor absoluto, acompañada de la urgente necesidad de un abrazo, uno que le hiciera sentir que pronto todo estaría bien.
El problema estaba en que Theo era él único capaz de transmitirle aquella tranquilidad. La única persona en el mundo que sabía leer cuando sus ojos estaban a punto de humedecerse, la forma que tomaba su expresión cuando se sentía insegura o cuando la abrazaba por detrás de manera inesperada porque sabía que aquello la haría sonreír.
Impaciente, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, hasta perder la noción del tiempo. Fue cuando escuchó la puerta abrirse, que se sobresaltó, elevando la mirada hacia la mujer de bata blanca que acababa de surgir.
—¿Señorita Howard? —La doctora Kerry la observó compasiva—. ¿Se encuentra bien?
—Sí —respondió, mientras salía de su ensoñación y se ponía de pie—. ¿Cómo está Theo?
—Estará bien —largó. Lucy sintió que su cuerpo recuperaba estabilidad—. Se fracturó la clavícula del lado izquierdo y la nariz. —Comenzó a explicar—. Además, tiene varias laceraciones en el rostro y lesiones superficiales en diversas partes del cuerpo. Llevará tiempo, pero sanará.
—Quiero verlo. —Se adelantó, precipitada.
—Claro. Puedes pasar. —La chica dio un paso hacia el interior, pero la doctora la detuvo—. Espera, Lucy. Debes saber que no luce nada bien. Puede que te impresiones al ver los cortes y los hematomas, pero debes mantenerte tranquila. Él estaba muy asustado, así que necesito que no lo alteres. ¿Está bien?
Lucy tragó saliva, perturbada por la sensación que apretó su estómago. Aún así, asintió con la cabeza. Le tocaba ser la que transmitía la calma.
—Sí. No se preocupe.
—De acuerdo. Es bueno que estés aquí ¿sabes? No dejaba de preguntar por la niña y por ti —comentó. Había una característica que Theo no perdía nunca: seguía preocupándose por los demás incluso en su momento más vulnerable—. Pasaré a verlo en un rato.
—Gracias por todo, doctora Kerry.
Theo se encontraba recostado en una camilla semi inclinada. Carol estaba a su lado, a punto de suturar el corte que tenía encima de la ceja derecha. Poco a poco, Lucy ingresó con cautela, tomándose el tiempo necesario para procesar lo que veían sus ojos. «Estará bien. Sanará con el tiempo», se recordó. De todas formas, verlo así, dolía. Pensó que si pudiera ocupar su lugar lo haría. Tomar su dolor por él. Colocarlo en algún sitio donde no pudieran lastimarlo. ¿Por qué siempre dañan a la gente buena? Theo no era perfecto, pero compensaba sus defectos con el hecho de que a menudo daba lo mejor de sí mismo a los demás. Aparte de las laceraciones, tenía hinchazón bajo los ojos, a causa de la nariz rota que tenía vendada y le habían colocado un cabestrillo en el brazo izquierdo, por la fractura en la clavícula.
—Ey. Aquí estoy —murmuró, acercándose. Cuidadosa, le besó un lado de la frente que no tenía dañado—. Tranquilo. Estamos bien. Las dos —aseguró, mientras le acariciaba suavemente el cabello.
—¿Mía?
—Está bien. Lo atraparon, Theo. Así que ya no hay riesgos de que vuelva por ella. —Theo cerró los ojos, encontrando tranquilidad. A pesar de que su mente estaba un poco «lenta» por la cantidad de analgésicos que le habían suministrado, no podía dejar de pensar en la niña.
—Tienes que decirle lo que pasó. Explícale. No quiero que se asuste.
—Lo haré. No te preocupes. Todos estamos cuidando de ella —prometió—. Ahora solo tienes que ocuparte de descansar, ¿sí?
—Escúchala. Tiene razón —interrumpió Carol, que se hallaba concentrada suturando—. Tus chicas están bien. ¿No fue lo que te repetí todo el tiempo?
Adolorido, Theo dirigió una pequeña sonrisa a Lucy que seguía haciéndole caricias en el cabello.
—No pude defenderme —pronunció—. No lo vi venir. —Aquellas palabras dolieron todavía más. Ni siquiera tuvo la oportunidad de protegerse. Tan injusto.
—Lo sé. Pero no tenías forma de saberlo.
—Se supone que debería estar con Mía. Ella me necesita —se resignó, frustrado. Además del dolor físico, su interior estaba sumido en una marea de impotencia. Había tantas cosas que deseaba hacer. Quería estar con Mía, acompañarla al nuevo hogar, decirle otra vez que haría todo lo necesario para obtener su custodia, conseguir lo necesario para iniciar los trámites, visitarla cada día que fuera posible. No obstante, su realidad lo reducía a mantenerse en una cama hasta mejorar.
—Sí, Theo. Te necesita fuerte. Entero. Por eso tienes que descansar lo suficiente hasta recuperarte —insistió Lucy—. Me encargaré de que ella esté bien. ¿Puedes confiar en mí?
—Sí. Lo hago —emitió un quejido a causa de una punzada de dolor. Tenía prohibido estresarse, pero no podía evitarlo.