Ehykza.
Mes lefkó, año 4077.
Continente Médonne, Lomas León, Región del Domo.
La música suave y romántica que sonaba alegre por el jardín, servía de práctica para la joven pareja que bailaba alrededor de una gran fuente de piedra.
Acteón guiaba con delicadeza y elegancia la danza y Cirene le sonreía con infinito amor en cada paso que daban con perfecta cordinación; perdidos en su propio mundo, ignorando la atención que tenían encima.
Cirene miró con ojos profundos a su amante, cuando percibió poca energía en el último paso.
El semblante de su prometido era cansado, las marcadas ojeras lucían más nítidas que los pasados días y empezaban a oscurecer sus hermosos orbes de color miel. Era obvio que no había estado durmiendo tan bien como él tanto le aseguraba.
Cirene se abstuvo de darle un pequeño sermón, sabía cuánto se estaba esforzando en sus estudios y no quería ser tan sobreprotectora cuando se le veía tan feliz y decidido, pero...
Acteón bajó la mirada y se encontró con esas inigualables joyas violetas evaluándolo de manera detenida. La comisura de sus labios se estiró por inercia cuando sintió un ligero temblor en el esbelto cuerpo de su prometida.
—¿Quieres entrar ya? —susurró con una voz casi de seda.
Cirene le sonrió amorosa antes de formar un adorable puchero con su boca color cereza.
—No quiero —dijo en tono de queja —. Aunque, mi prometido se ve demasiado agotado, como si no hubiese dormido sus ocho horas —comentó sugerente.
Acteón le dedicó una sonrisa torcida, dulce y pícara, la predilecta de ella, la que solía invitarla a perder esos modales que su madre le había hecho grabarse a fuego desde pequeña.
—Yo tampoco —confesó él y se inclinó para plantar un casto beso en su frente —. Y sí he dormido lo necesario, preciosa.
Cirene dejó salir una risita traviesa.
—Mentiroso —acusó risueña —. Bueno, yo tengo que irme pronto, mi padre vuelve hoy —avisó —. Podrás irte a la cama temprano y sin excusas —Acteón rozó con la punta de la nariz sus pómulos, pasando por sus mejillas y bajando lentamente por su mentón —. A-además, si te desvelas, le sacaré la verdad a Lyu —soltó nerviosa y Acteón rió sofocado.
—Te haré caso, pero déjame dar una vuelta más a la fuente, ¿sí? —murmuró, descansando la cabeza sobre la de ella, haciendo que Cirene quedará totalmente atrapada en sus brazos.
La chica volvió a reír alto y suspiró antes de seguirle nuevamente el ritmo que sin querer había roto.
—Solo una vuelta más —advirtió.
—Lo que ordene, futura señora Grant.
Cirene se sintió encantada al escucharle decir eso y jugó un poco con el cabello cenizo de él, mientras gozaba de los movimientos tan gentiles de su pareja, imaginándolo cada tanto con el traje blanco de una pieza que utilizaría el día de la boda.
Cirene reposó la cabeza en el pecho de su amado y suspiró cómoda. El calor corporal mitigaba el frío que estaba sintiendo debido a que la noche estaba por caer y el sol ya no conseguía calentar en lo más mínimo la zona muerta que rodeaba al Domo.
Presentía que de nuevo había algún tipo de desperfecto en el mantenimiento del único escudo contra la muerte —que tenían los medonnitas más desgraciados del continente—, pero se sintió en calma porque pronto dejarían ese triste, desastroso y encerrado lugar.
Gracias al empleo que tendría Acteón al cumplir la mayoría de edad, ellos vivirían felizmente en la capital, viendo todos los días a los cálidos rayos de sol entrar por las ventanas de su hogar.
Pronto tendrían que abandonar a sus padres y a sus conocidos, pero jamás al único amigo que tenían y compartían.
—Acty.
—Dime, preciosa.
—¿Ya le dijiste a Lyuben? —inquirió en una voz tan baja que le costó a Acteón escuchar —. Faltan solo cinco meses y... ¿No crees que le costará irse así, sin sus padres?
Acteón sonrió sin permitirle que se apartara de su lado un solo centímetro y buscó con la mirada al chico que era el tema de atención.
El adolescente de dieciséis años se encontraba practicando el mismo vals a pocos metros de distancia. No bailaba tan mal cómo al inicio, aunque cada dos por tres trastabillaba con sus propios pies, ya podía mantener la espalda recta y el mentón alzado con orgullo.
Un traje de una pieza negro, en lugar de esa camisa verde zarrapastrosa y esos pantaloncillos viejos y en mal estado; unos zapatos nuevos y recién lustrados, en vez de ese calzado que pronto quedaría sin la suela y una arregladita a esa melena rojiza sin ton ni son lo harían ver como todo un guapo caballero de alta clase.
Nadie reconocería a Lyuben el día de la boda, nadie sabría que un sirviente bailaría con la deslumbrante novia y nadie diría nada grosero por su presencia entre ellos.
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Editado: 04.06.2023