Érase una vez, un día común entre las gotas de lluvia. Las personas iban a un ritmo similar cuando caminan y el sonido que hacían los carros al momento de aumentar de cierta forma la velocidad y las llantas resbalarse por la carretera encharcada.
Era una noche silenciosa y mojada lo que tenía a mi alrededor o quizá yo era parte esencial de todo ese ambiente triste, de una ciudad tan triste que era medianamente desarrollada, con visitantes de otros distritos tan cutres (como yo); sentía que era el momento adecuado para una noche como esta, en esta situación de malos momentos personales que, para no darle muchas vueltas, prefería salir en plena lluvia mucho antes que un techo, con agua caliente y muchas absurdeces causadas por el mismo hombre.
Estaba solo en la calle, pero siempre, sea donde sea que haya estado, he sido fiel a esa soledad que la vida me había designado; no era capaz de si quiera cuestionarme a mí mismo, ¿Qué diablos iba a hacerme pensar que podía yo cuestionar y amistarme con otro, esperar a que digan verdades y quizá hacer que formen parte de mi vida inexistente? Estaba cansado de todo aquello que me forzase a socializar, por eso me aguantaba de todas las formas posibles a contribuir con la causa, a conocer a gente. Todas esas patanerías me hacían sentir tan frágil, la felicidad es un insulto para todo aquello que trata de mostrar lo más cruel de las cosas, lo suaviza con su encanto seductor falso y todo porque nos dejamos engañar por todo eso que pensamos necesitamos y quizá sí; pero entre sentirme solo porque lo decidí o sentirme solo porque siento los demás no colaboran, prefiero una y mil veces sentirme solo porque la vida es así. Nadie es capaz de cambiar las tragedias, ni los engaños, ni la mentira; por eso todos prefieren vivir entre papeles que afirman posesiones o absurdeces escritas que piensan transmiten algo mágico, queriendo vivir de eso que sinceramente no acurre.
Miré constantemente a las personas pasar, también traté de ver mucho el parque, cada detalle significaba algo diferente; observaba una y otra vez hasta que se me cansó la vista y tenía que parpadear lentamente de vez en cuando. Las cucarachas en el césped eran libres de esas mierdas llamadas perros, gatos y humanos; sabía que para ellas las plagas son todo aquello que intente quitarle lo poco de vida que le queda, después de todo, más que una presa eran un monstruo insignificante que, al igual que yo, se podían sentir libres en momentos específicos en contra de sus gustos porque la lluvia era incómoda, sin embargo, era todo lo que le quedaba. Como esa cucaracha había muchos más insectos, todos metidos en sus casas, esperando el clima cambie y puedan salir a portarse como animales de verdad, que estaban cansadas de ser plagas, que les jodía irse al trabajo todas las mañanas como hormigas, que en su mente todo eso no era natural y preferían dejarse de "idioteces" por la idiotica de olvidarse por un segundo de que la vida es pesada y que en algún momento se van a morir.
Humanos, han pasado los años y siguen siendo igual de miserables.
Estaba agotado, caminar largas distancias era grandioso hasta que recordaba que tenía que guardar energías para retroceder todo lo avanzado porque, a decir verdad, era un pobre diablo en un lindo distrito que ni en mis sueños más profundos lograría ser parte de él. Por eso me senté, porque estaba harto de caminar hasta estirar completamente esa soga que me regresaba a mi lugar. Yo que iba pensando en los momentos más oportunos para sentirse abandonado, que nadie más que yo era tan tonto como para estar bajo la lluvia que parecía ser la más fuerte en décadas, hasta que entre tanto delirio mental y ganas de haber llevado dinero para una cerveza (y buscar una tienda tan loca como yo, que esté abierta entre tanto charco), en eso una muchachita de estatura mediana se me acerca sin temor alguno.
Apenas noté su presencia, me sentí sorprendido e incómodo. ¿Qué carajo quería ella? ¿Qué acaso no veía que estaba lloviendo como nunca? En ese momento pensé en los idiotas y un circo de payasos donde la gente se reía con ver zapatos del tamaño de un brazo o mujeres como esa tarada que se sentó a mi costado sin motivo alguno, cosa que me enfureció mucho; me sentía muy lejos de todo ese absurdo privilegio de idiotas que había logrado crear hace tan solo unos instantes, entonces con toda mi cara enojada con expresiones de asco me atreví a hablarle.
—¿Qué ocurre? — pregunté con un tono de molestia, como si hubiese entrado en mi cuarto sin mi consentimiento; como si no me dejase trabajar por estar jodiendo. Pero ella estaba ahí, callada y distraída en otra cosa; no me incomodaba su presencia realmente, sin embargo, quería parecer el que no necesitaba de su apoyo. Mi orgullo puede ser muy grande, pero en ese momento estaba destruido y quería seguir destruyéndome porque, en fin; en la absurda situación en la que me encontraba, ¿qué carajo importaba? Por lo tanto, dejé que se quedase, después de todo, podía yo cambiarme de banca cuando se me diera la gana, aunque no tenía planeado moverme solo porque (aunque suene contradictorio) me gustaba que ella estuviera al lado mío.
Ella, a pesar de acercarse con mucha confianza, no parecía tener una iniciativa de preguntarme nada. Tenía muchas ganas de sacarle una conversación. Digo, solo por saber realmente cual era el motivo de su compañía, por más de que ya me haya ignorado una vez, no tenía idea de qué era lo que me impulsaba a prestarle atención, si la irrespetuosa hacía como si no existiese. Vaya mierda todo lo que había ocurrido, con los minutos se me fueron todas esas ganas de pensar en que preguntar, a pesar de seguir buscando una explicación, noté que miraba al cielo aún demasiado gris, sin importarle que las gotas de lluvia totalmente contaminadas por obra del hombre y de la mujer y más de la mujer que del hombre (solo porque me daba la gana de pensar que era así), así que decidí hacer lo mismo que ella.