Lissa no podía parar de sollozar en el pecho de Guyana. Sentía como su camisa comenzaba a humedecerse por sus lagrimas cayendo en la delgada tela. Estaba quedándose sin respiración, sentía como Guyana la abrazaba con más fuerza para hacerla sentir reconfortante, sin embargo, era imposible. Sabía el mal que había causado y solo quería detenerlo.
—Lo siento —sollozaba Lissa.
—No, tranquila, sé que no fuiste tu —Guyana reposó su cabeza encima de la de ella—, todos lo sabemos.
—Juro que no era yo.
—Lo sé, te creo.
—Te amo —sus palabras salieron como un suspiro, era casi inaudible.
—Te amo más.
Luego se formó un silencio sepulcral. No se escucharon más suspiros, no más llanto, eran solo ambos desnudando sus sentimientos. Lo parecían ser unos segundos se habían sentido como una eternidad.
los ojos de Lissa se abrieron tanto que parecían salir de su orbita, se soltó del amarre de Guyana de un solo jalón. Guyana no comprendía lo que estaba sucediendo, pero Lissa sentía una punzada que comenzaba a clavarse en su pecho, era del mismo grosor de una aguja, pero tan larga y afilada como una espada de esgrima. Primero era una, luego dos y más y más.
—Oh no —alarmó Lissa—, está volviendo.
—¡No! —Guyana estuvo a punto de acercarse cuando Lissa tomó uno de los cuchillos que estaban pendiendo en su pantimedia.
Parecía que lo iba a apuñalar, sin embargo, ella giró la navaja haciendo que la hojilla quedara directamente en ella y el mango en dirección de Guyana.
—Mátame —le rogó Lissa—, mátame ahora.
—Lissa, no.
—Guyana —Lissa se aceró más a él de rodillas, tomó sus manos y las acercó al mango para que lo sostuviera con fuerza—, escúchame, no hay tiempo. No lo haces ahora yo los mataré a todos.
Guyana estaba petrificado, claro que no quería hacerlo.
—No.
—¡Esto es en serio! —nunca había escuchado a Lissa pedir algo tan desesperadamente, sus lagrimas continuaban brotando de sus ojos cayendo en sus mejillas—. Van a pasar cosas horribles. Y por lo que más quieran, por favor, nunca le entreguen a Shixed a su padre. Nunca.
—No lo haré.
—Idiota, tienes que hacerlo.
—Tendrás que hacerlo tú.
—¡No puedo!
Lissa tomó el cuchillo para mostrarle lo que sucedía si intentaba suicidarse. Con todas sus fuerzas tomó el cuchillo y se lo intentó clavar al corazón, sin embargo, parecía que había una pared entre sus cuerpos y el arma, era imposible de atravesar. Lo intentó nuevamente con el cuello, la hojilla no lograba acariciar su piel.
—¡Hazlo ahora! —Lissa le entregó el arma nuevamente y esta vez dejó que Guyana lo tomara por su cuenta.
Guyana escudriñó la navaja que portaba en su mano. No iba a ser la primera sangre que mancharía esta arma, pero no quería que fuera la sangre de Lissa. La observó a ella, y parecía segura. Joder, nunca la había visto tan segura. Tenía una pelea interna pero no podía debatirse ahora, Lissa cerró los ojos con fuerza.
—¡Hazlo ya! —rogó.
Guyana lo hizo. Con todas sus fuerzas dirigió la navaja a su corazón, liberó un grito de dolor y su mano se encontró con la de ella. Guyana había bajado la mirada porque no quería encontrar el cuerpo inerte de Lissa, sin embargo, frunció el ceño cuando notó su mano sosteniendo la de él evitando que la apuñalara.
Alzó su cabeza para encontrarse con la mirada más bizarra que podía encontrarse. Guyana noto como los ojos de Blue Velvet la observaban con malicia y una sonrisa llena de malicia adornaba su rostro. No necesitaba más señales, sabía que Blue Velvet había desaparecido.
Ya era tarde.
Sin ningún esfuerzo, Blue Velvet tomó el cuchillo y cuando estuvo a punto de incrustar la punta afilada en la garganta de Guyana él se retiró de un salto.
—Lo siento —dijo Blue Velvet a su vez que intentaba incorporarse—, eso fue incómodo.
El óvalo color celeste comenzó a rodearla provocando que su cabello negro desapareciera y dejando en su lugar su melena celeste siendo sujetada por una cola de caballo alta.
Guyana, sin dudarlo, volvió a tomar su vara de acero. Sabía la verdad, y era que no podía ganarle a ella.
Chao y Phemphit continuaban peleando contra la criatura y aún así no lograban hacerlo cansar. Chao, en un momento de desesperación, se acercó al monstruo y dejó que todos los cuervos revolotearan alrededor de él. Los ojos de ambos se volvieron blancos como la neblina y Phemphit sabía lo que se venía.
La criatura permaneció inmóvil mientras Chao rebuscaba entre sus mayores temores. En una fracción de segundos los cuervos comenzaron a atacar a la criatura de largos brazos. Las personas a su alrededor podrían pensar que solo una bandada de cuervos lo estaba atacando con picotazos, pero lo que él veía era su mayor temor acercándose y atacándole repetidas veces.
Phemphit tomó provecho de su aturdimiento y canalizo toda la energía que podía. Alrededor de 10 bolas de fuego color esmeralda comenzaron a rodear a Phemphit cómo los anillos a Saturno. Se extendió una de sus manos cuando las bolas de fuego en dirección a la criatura peluda rodeando las aves que lo atacaban.