Fría como el hielo

Capítulo 44

Alice

No era ninguna sorpresa que Diana me dijera que por un tiempo me había odiado. Yo era la única que podía arrebatarle todo lo que ella creía querer y por eso no la culpaba. Se había preocupado por mí sin razón y me había salvado la vida, algo que le agradecería el resto de mi existencia.

- Debes de tener hambre. - afirmó la chica cuando escuchó el estruendo que hacían mis tripas.

- Eso parece. - respondí esbozando una tímida sonrisa y recordando que el conejo que había cazado el día anterior debía de haber muerto en vano.

De repente, Diana me lanzó una especie de pareo y este se abrió al tocar el suelo justo a mi lado, mostrando su contenido. Se trataba de cuatro peces violetas de tamaño considerable y con patas traseras que me recordaron a un renacuajo multiplicado por diez su tamaño.

Me quedé mirando los peces por un minuto y después observé a Diana que me miraba expectante.

- ¿Eres hija de la reina Opal, pero nunca has encendido un fuego? - me preguntó como si me hubiera leído el pensamiento y enarcando una ceja pero sin llegar a estar sorprendida, más bien exasperada.

- Lo único que he hecho ha sido lanzar hielo dos veces contadas y sin quererlo. - sentencié, recordando todo lo ocurrido. Era un completo desastre.

Como respuesta, Diana no pudo evitar lanzar un suspiro al aire.

- ¿En qué piensas cuando usas tu poder? - pregunté, intentando buscar una respuesta a mi incontrolable frialdad.

- Me sale solo, como si de un tercer brazo se tratara. Enseñarte a controlar tu poder es como si quisiera enseñarte a caminar. Algunos niños aprenden a usar el fuego incluso antes de dar sus primeros pasos. – espetó como si de lo más normal se tratase.

Hice una mueca al escuchar sus palabras. ¿Realmente sería capaz de sentir algún día que lanzar hielo o fuego era como usar una pierna o un brazo? No lo creía.

- ¿Quieres decir que no hay forma de ayudarme a controlar mi poder? La verdad es que no quiero volver a usarlo nunca. – sentencié, alicaída.

- No es común tener que enseñarle a alguien a no usar su poder. – dijo sorprendida Diana – ¿Acaso teniendo dos piernas, no las usas? Es absurdo.

- Tal vez sean piernas atrofiadas y no se puedan usar para caminar correctamente. – respondí en mi defensa.

Diana no pareció estar de acuerdo conmigo, ya que se dedicó a negar con la cabeza mientras mantenía el ceño fruncido, antes de decir:

- Eres la persona más fuerte de este mundo y deberías ser consciente de eso. Todos lo sabemos, menos tú, solo tú crees que eres débil e inútil.

Aquellas palabras consiguieron llegar a lo más profundo de mi ser y en parte era probable que fueran ciertas, pero seguía dudando del simple hecho de que alguien pudiera verme y decir que era fuerte. Sin embargo, ¿cómo iba a creer que los demás me veían de esta forma cuando yo misma me infravaloraba tanto?

- He escuchado que el rumor de que la hija perdida de la reina Opal ha regresado ya se ha difundido por un gran sector del reino, aunque la gente todavía no se cree que te parezcas tanto físicamente a los fríos. No tengo ninguna duda de que en cuanto sepan tu condición, muchos te repudiarán por muy heredera al trono que puedas ser. No te servirá tan solo tu sangre para mantenerte en el trono viva, tendrás que demostrarles quién eres y de qué eres capaz. - espetó la chica mirándome atentamente y dejando fluir la realidad del momento.

- He dejado muy claro que no quiero ser reina. - respondí, quitándole importancia a lo que acababa de decir.

- No lo entiendes. - arguyó Diana riéndose sarcásticamente - ¿Tan egoísta eres para creer que tienes otra opción?

Quise decirle que la vida no se basaba tan solo en el deber, que los humanos éramos egoístas por naturaleza y que lo único que buscábamos era la felicidad propia. Todo esto me lo habían enseñado en la Tierra, pero me resultaba imposible decirle esto a alguien que lo único que había conocido siempre había sido el deber. Yo nunca había sido feliz, pero sí deseaba serlo algún día y en ese momento no creía que reinar pudiera conseguir ese fin.

Me quedé callada mientras todos estos pensamientos asolaban mi mente, hasta que conseguí articular:

- Sí, puede que quiera ser egoísta por primera vez en mi vida. Iré a ver a mi padre y descubriré quién soy en realidad. Cuando lo sepa, sabré qué hacer, aunque muy probablemente nunca volveréis a saber de mí, porque no quiero ser reina. No lo seré.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.