Fría como el hielo

Capítulo 5

Diana

El chico observó atentamente el paisaje como un animal al acecho, escondido tras las sombras de los arbustos y preparado para saltar. Tan sólo se escuchaba el leve sonido del aleteo de alas de los pájaros y las hojas de los árboles se mecían al son del viento creando un ambiente relajante.

Tensó el arco, en una posición que le permitiera bien interceptar a su presa. Un conejo.

Entre la vegetación, Skay se preparaba para disparar la flecha que seguro que interceptaría a la perfección. Había estado entrenado para ello, para no fallar nunca.

Sin embargo, aquella vez se quedaría sin carne de conejo para cenar.

- ¡Buu! - lo asusté cogiéndolo por los hombros y saliendo de detrás de él.

El muchacho pegó un ligero brinco antes de escuchar mis ligeras carcajadas.

- Diana... - musitó el chico algo cabreado pues el conejo había salido huyendo al percatarse de su presencia.

No borré la sonrisa ni siquiera cuando él me miró con cara de pocos amigos.

- ¿Qué haces aquí? - me espetó Skay malhumorado y con aspereza en la voz.

Su tono de voz no consiguió disipar el buen humor con el que me había levantado aquel día. No me preocupaba demasiado su falta de tacto hacia mí, sabía que él acabaría aceptándome le gustara o no, porque era su deber y obligación.

- Me han dicho que viniera a buscarte. - dije borrando la sonrisa y tornándome seria.

- ¿Por qué? - me preguntó el muchacho aún molesto por haberlo interrumpido.

- No lo sé... pero tu padre reclama tu presencia, me ha asegurado que es urgente. - respondí y observé cómo Skay se levantaba al instante del suelo al escuchar que su padre lo necesitaba.

No pude evitar quedarme mirándolo por unos instantes. Skay era alto y llevaba una camisa de tirantes que marcaba sus bíceps y hacía que se imaginara la musculatura de su abdominal por debajo de la tela. También se detuvo en sus ojos, castaños y algo anaranjados, no podrían ser más cálidos.

- ¿Vas a quedarte aquí plantada o piensas acompañarme? - me preguntó Skay al ver que me había quedado paralizada delante de él y parecía no querer ponerme en marcha.

Asentí pausadamente, volviendo al mundo real.

A continuación, ambos nos pusimos a correr, uno al lado del otro y aunque a veces me costara seguirle el ritmo a Skay, no dudé en seguir corriendo hasta la ciudad, por mucho que mis pulmones me estuvieran gritando un descanso urgente. Debía ser fuerte y no quería darle una imagen débil de mi misma.

Mis cabellos rojizos iban dando vuelcos con cada derrape que teníamos que hacer para evitar las ramas de los árboles y mis ojos marrones estaban al acecho por si se nos presentaba algún peligro no previsto.

Skay también estaba al tanto de todo lo que ocurría a su alrededor, pero, en cierto modo, estaba segura de que sus pensamientos sólo podían encarrilarse hacia el motivo por el cual su padre lo había llamado. ¿Qué había pasado? ¿Qué era tan importante que no podía esperar a su regreso?

No tardaron en vislumbrarse las partes altas de las casas y, a lo lejos, el palacio en el que Skay vivía. La muralla de esencia mágica se extendía por toda la periferia, impidiendo que ningún enemigo entrara en territorio de cálidos. La traspasamos sin ninguna dificultad y entramos en la ciudad. Aflojamos el ritmo cuando al ver a Kyle, el consejero del padre de Skay y, además, un fiel amigo de la familia real.

Sonreí interiormente por habernos parado por fin.

- Señorita Ginger. - dijo Kyle refiriéndose a mí - Será mejor que vuelva a casa, ya me ocuparé yo de Skay.

No pude evitar que me doliera oír aquello, pues prefería estar al lado de Skay para cuando le dijeran esa cosa que requería inmediatamente su atención. Parecía que yo, su prometida, no fuera lo suficientemente importante para él en los momentos más importantes.

Me sentía excluida y en el fondo, por mucho que intentara gustarle a Skay, sabía que nunca conseguiría que se enamorara de mí.

Sin embargo, lo único que hice fue asentir con la cabeza de la misma manera que hacía siempre, pues así me lo habían inculcado desde pequeña. Tenía que ser obediente.

Skay ni siquiera me dirigió una mirada agradecida por haber ido a avisarlo con tanta rapidez, sino que se marchó a paso rápido hacia las puertas de palacio junto al consejero del rey. Yo, en cambio, sí que me lo quedé mirándolo hasta que su figura hubo girado una esquina y hubiera desaparecido de mi ángulo de vista.




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