Alice
Aquel joven muchacho se creía con derecho de irrumpir donde quisiera y cuando le apetecía. Un hecho que lo convertía en alguien arrogante y engreído a mis ojos.
No recordaba la última vez que me había enfadado con alguien, en lugar de conmigo misma, pero sabía perfectamente que aquella emoción que estaba sintiendo en ese momento, no era otra que la de un buen cabreo. Y a pesar de eso, no podía dejar de pensar en el hecho de que el chico se había quedado mirándome atentamente, como si le gustara lo que veía.
Por si mirarme casi desnuda no hubiera sido suficiente, también le había sido tremendamente complicado disimular que la temperatura de su cuerpo había subido hasta niveles físicamente imposibles.
- Lo siento… de verdad. – volvió a disculparse él a la misma vez que me miraba a los ojos de una manera un tanto intimidante.
Resoplé sonoramente y le di la espalda, ya que me sentía muy incómoda en ese momento.
- Siento haberte molestado. No debería haber venido, no sé por qué estoy aquí. – escuché que decía de forma pensativa, como si estuviera hablando consigo mismo en lugar de conmigo.
Los pasos que dio para salir de la habitación no me pasaron desapercibidos. Y cuando me volví a dar la vuelta, el muchacho ya había desaparecido del cuarto.
- ¡Espera! – le grité con la intención de que me escuchara y se detuviera al instante.
A continuación, salí de la habitación en su búsqueda, porque necesitaba volver a sentir esa sensación que había sentido hacía poco.
No tardé en visualizar al chico, pues se había detenido tal y como esperaba y se había quedado mirando cómo me dirigía hacia él con pasos rápidos y decididos. Me acerqué a él demasiado confiada e ignoré su fruncimiento de ceño, que no mostraba otra cosa que confusión.
Seguidamente, lo miré a sus ojos castaños y cálidos y acerqué la palma de mi mano a su cara, lentamente.
El latido de mi corazón se aceleró y pude notar que la respiración del muchacho se quebró de repente. Estaba atento de mis movimientos y sabía lo que estaba a punto de hacer: lo mismo que él me había hecho al despertarme de mi profundo sueño. Quería saber si lo que había sentido había sido real o tan sólo habían sido imaginaciones mías.
Tenía miedo de que esa maravillosa sensación que había sentido al tocar a un ser humano, no hubiera sido de verdad, sino todo producto de mi mente. Empezaba a perder la cabeza.
Sin embargo, cuando ya empezaba a sentir la calidez que emanaba su cuerpo bajo la palma de mi mano, el chico se apartó hacia atrás rápidamente, como si hubiera sido poseído por el demonio. No parecía asustado, pero tampoco se le veía seguro conmigo a su lado.
Suspiré, derrotada. Quizá aquello significaba que él no había sentido lo mismo que yo, algo bastante probable ya que no recordaba la última vez que alguien me había tocado. Había olvidado lo que se sentía cuando alguien te tocaba, aquella calidez que desprendía una persona.
Observé al chico simulando que su reacción no me había afectado en absoluto. Al fin y al cabo, él no tenía la culpa de que yo estuviera algo parecido a maldita y tenía derecho a no querer paralizarse del frío con mi simple tacto.
A pesar de todo esto, tampoco me había parecido ver cómo se retorcía del dolor al tocarme.
El chico se reincorporó algo más relajado al ver que no pensaba volver a intentar tocarlo.
- Por cierto, me llamo Skay. – dijo con una voz grave, pero al mismo tiempo dulce.
Me quedé mirándolo, intentando reaccionar a su presentación. Hice un esfuerzo para esbozar una sonrisa en mi rostro, pero no lo logré. Puede que ni siquiera hubiera aprendido a sonreír de verdad.
Al ver que aquella situación empezaba a ser absurda, ignoré al chico, cuyo nombre era Skay y empecé a caminar por el pasillo, sin ningún rumbo en mente.
- No puedes caminar sola por los pasillos de palacio. – me dijo Skay para mi sorpresa cuando vio que me iba sin decirle nada.
Volví a ignorarlo. La comunicación con los seres humanos no era precisamente mi fuerte y mucho menos si la persona que quería hablar conmigo era un sinvergüenza.
- ¡Alguien podría verte! – gritó a mi espalda y entonces me detuve.
¿No se suponía que aquel era mi mundo? ¿Por qué estaba repudiada en él también?