Fría como el hielo

Capítulo 10

Skay

Me quedé pensativo, sin saber muy bien si debía explicar la historia del mundo al que pertenecía o si mi deber estaba en callarme y que Alice descubriera por si sola las pesadillas que creaban los fríos, cada vez con más fuerza e ímpetu.

La chica me miró con ojos suplicantes, deseosa de conocer toda la verdad, o al menos una parte que la ayudara a descubrir quién era ella en realidad. Pero incluso a mí me costaba creer que Alice fuera la hija de la reina Opal.

Me debatí conmigo mismo en estos pensamientos, pero finalmente Alice me venció con su mirada y decidí que ya que me había comportado de forma tan irrespetuosa con ella, al menos se merecía que le explicara lo que debía saber. Esa era mi forma de compensar lo que había ocurrido hacía escasos minutos.

Le hice una seña para que me siguiera por los distinguidos pasillos de palacio y Alice dudó por unos instantes, pero se decidió en hacer lo que le decía.

Empezamos a caminar por luminosos corredores en silencio, hasta que visualicé a lo lejos una criada con un carrito de bebidas y fruta fresca, en dirección a la sala real. Entonces, mi corazón sufrió un espasmo y le susurré a Alice con voz suave:

- Ponte detrás de mí y baja la mirada. La gente que trabaja en palacio todavía no sabe quién eres, ni tampoco que estás aquí.

- ¿Y quién soy? – preguntó Alice confundida por el trato especial que le había sido dado a su identidad.

Fruncí el ceño al escuchar su pregunta y no pude responder, no en ese momento. Intenté no llamar mucho la atención cuando pasamos junto a la criada, pero no pude evitar que esta se detuviera con el carrito a hacerme una reverencia de respeto.

La criada se trataba de una joven muchacha que había sufrido numerosos ataques de fríos y había sido rescatada por un grupo de legionarios cálidos.

En ese instante, vestía con su usual vestuario de criada. Un vestido negro y blanco que le llegaba hasta unos centímetros por encima de las rodillas. Además, llevaba el cabello castaño recogido en una coleta y se le movió enérgicamente al mostrarme sus respetos.

- Buenos días, alteza. – musitó en un susurro algo avergonzada.

Cuando me miró, sus mejillas cogieron algo de color y recé para que no se percatara más de lo normal en Alice, medio escondida detrás de mi espalda, tan callada que apenas se le escuchaba la respiración.

Sin embargo, aquella muchacha era demasiado curiosa como para no intentar mirar por encima de mi hombro y descubrir quién era la misteriosa chica que me acompañaba en ese momento.

Cuando vio el cabello rubio, casi blanco de Alice, la criada abrió los ojos como platos y empezó a hiperventilar, como si hubiera visto al protagonista de sus peores pesadillas.

- ¡Una fría! – gritó completamente fuera de sí, muy asustada y a la misma vez que retrocedía unos pasos hacia atrás lo más rápido posible.

Suspiré, resignado. Me habría gustado no tener que recurrir a mis dones mágicos, pero sabía de primera mano que la criada estaba traumatizada por los fríos, igual que la mayoría de la gente en el reino de los cálidos. Así que hice lo único que podía hacer.

Me acerqué a ella y le toqué la frente. A continuación, la muchacha cayó sobre mis brazos, dormida.

- ¿Qué le has hecho? ¿Cómo…? – preguntó Alice acercándose para mirar la escena, sin entender nada.

- Tan sólo la he adormecido. Cuando despierte, pensará que verte ha sido sólo una pesadilla más entre las muchas que debe tener. – expliqué con semblante relajado y un poco molesto por haber tenido que recurrir a este tipo de medidas.

Dejé a la muchacha en el suelo, con la cabeza reposando en la pared y me giré hacia Alice, quien se encontraba con una mano cerrada contra el pecho y tenía el semblante preocupado.

A continuación, seguimos nuestro camino en silencio y no volví a abrir la boca hasta que nos adentramos en unos pasadizos secretos. Estos se encontraban tras una pared como cualquier otra, sólo se podía distinguir la entrada gracias a un pequeño agujero y una vez habías entrado dentro, no podías salir por donde habías entrado. Era como un laberinto enorme en el que mucha gente curiosa había llegado a dar la vida.

Sin embargo, yo me había estudiado a la perfección todas las entradas y salidas, por lo que no había ninguna posibilidad de que nos quedáramos encerrados.

Una vez dentro, escuché un pequeño grito de sorpresa que provenía de Alice. La chica se quedó mirándome, sorprendida y con la boca tan abierta que parecía que fueran a entrarle moscas de un momento a otro. Me faltó relativamente poco para que se me escapara una risita al ver la cara que había puesto.




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