¿Qué puedo decir? Hace un día nublado y con mucho viento y estoy en mi sofá como siempre aburriéndome y deprimida, sin saber muy bien en qué programa de televisión detenerme. ¿Noticias? No. ¿El último superviviente? Ya he visto todos los capítulos. Si al menos pusieran Aquí no hay quién viva o alguna serie de las que enganchan de verdad… Al final, apago el “absorbe sesos” y me hago un buen café. Esto, combinado con un cigarro y Art of Dying, de Gojira, sonando a todo volumen a través de los auriculares, es perfecto para despejar hasta la mente mas obnubilada. Acabo de finalizar mi trabajo, por lo que me permito unas pequeñas vacaciones. Tengo bastante dinero ahorrado y he pensado invertir mi tiempo en algo provechoso y apuntarme a un curso intensivo que han publicado en internet de defensa personal. Según la página web, este curso dura seis meses, un porrón de horas de entrenamiento al día y solo un día para descansar. Parece muy intenso, pero creo que podré con ello. Debo intentarlo al menos. Soy una de esas personas de las que no quiere meterse en problemas pero al final acaban encontrándome y tengo que apañármelas para solventarlos. No hace mucho, estaba trabajando en una granja de cerdos. Descubrí que maltrataban a los pobres animales y las condiciones higiénicas eran pésimas. Más que nada, estuve aguantando allí para poder incriminarlos y mandarlos de un amistoso empujoncito a la cárcel. Pero esto lleva su tiempo. No por mucho madrugar amanece más temprano. Contacté con una chica que trabaja para el periódico y estamos esmerándonos juntas con este asunto. Nos hemos hecho grandes amigas durante el proceso. Tenemos toda una colección de imágenes, vídeos y grabaciones de audio proporcionados por mí, y muchos borradores de Lena, mi amiga periodista, redactando los hechos. Así que, dentro de poco vamos a publicar todo lo que tengamos y esperamos que se lleven su merecido.
» En mis primeros días de trabajo, veía como el encargado golpeaba a los cerdos en el morro porque no se subían al camión que posteriormente, los llevaría al matadero. A la semana siguiente, a un cerdo “problemático”, le dio tantas descargas con una de esas varillas eléctricas que se lo cargó. Le frió los órganos y se le paró el corazón. Me mandó a mí para recoger todo el desastre, pues él tenía prisa por irse a almorzar. Por supuesto, después de que se fuera, saqué mi móvil y lo grabé todo. A partir de aquel momento, grababa todas las conversaciones que teníamos en las que me daba consejos sobre cómo tenía que trabajar.
—Si ves que el cerdo no quiere entrar en el camión, le das con esto y verás cómo se vuelve más manso. —Me decía Ramiro, el encargado, mientras me agitaba el cachivache delante de las narices—. Y, si aun así no hay manera, le das fuerte en el morro y se calmará. Pero más que eso, tu trabajo consiste en mirar que no haya ningún porcino enfermo ni muerto, controlar el pienso, la ventilación y un par de cosas más que iré enseñándote.
Tuve problemas por un audio que intenté grabar del jefe hablando con el encargado. Ellos mantenían una conversación privada en una zona apartada. Como no oía nada, tuve que apañármelas para acercarme a ellos para poder grabarlos, pero me descubrieron. Mariano, el jefe, me apartó a un lado y mantuvimos una conversación muy interesante, que ha quedado grabada, por supuesto.
—¿Cómo va Ángela? ¿Todo bien, estás contenta con el trabajo?
—Sí si, por supuesto y además me pagáis bien, ¿por qué iba a quejarme? —Dije yo haciéndome la tonta.
—Ramiro me ha comentado que estás molesta con él, ¿hay algún problema entre los dos? —Me miraba con los ojos entrecerrados y de arriba para abajo como si quisiera escanearme.
—Pues verás, no me gusta la manera en la que trata a los animales y estoy totalmente en contra de que se les maltrate —lo dije controlando el tono de voz, pero ese hombre me estaba poniendo nerviosa por la manera en la que me miraba.
—Pero no es asunto tuyo como trabaje Ramiro, tú dedícate a hacer tu faena y no te metas donde no te llaman, niña bonita.
Ah, bueno, por ahí yo ya no paso. Sus palabras fueron como una bofetada y yo no iba a quedarme calladita.
—¿Ah, sí? ¿No es asunto mío? Bueno, pues se lo comentaré a la protectora de animales, a ver qué opinan ellos sobre esto —solté.
—¡Tú, no dirás nada, maldita sea! —Me dio un empujón tan fuerte que perdí el equilibrio y me caí al suelo—. Y ya puedes ir recogiendo tus cosas porque es el último día que trabajas aquí. A la puta calle, ¡niñata entrometida!
Después de levantarme, me agarró por el brazo y me acercó a él.
—¿Qué te has pensado? ¿Que puedes abrir la bocaza y salir de aquí sin consecuencias? Ten muchísimo cuidado que alguien podría arrancarte la lengua por ir diciendo mentiras por ahí. Aunque sería una pena porque esa lengua tuya podría emplearse para mejores propósitos, no sé si me entiendes… —Me dio tanto asco que casi le vomito en la cara.
¡Será capullo! Tenía los ojos fuera de las órbitas y le caía la saliva como a un perro rabioso. Estaba muy agitado y como ya había llegado a las manos, decidí que era mejor no abrir más la boca. No suelo dar mi brazo a torcer fácilmente pero ese zopenco me doblaba en altura y parecía que se había zampado a tres como yo. Le escupí en la cara y él me dio tal bofetada, que me hizo ver las estrellas.
—¡Será zorra! —Exclamó, limpiándose el rostro y añadió—: Lo dicho, ¡te vas a la puta calle!
Y se marchó. No he vuelto a verlo más pero mi cara ahora es digna de un cuadro. Debajo de mi ojo izquierdo se extiende un moratón muy feo. Por eso quiero empezar con las clases de defensa. Me he hecho unas fotos de la cara desde varios ángulos para incluirlas junto con todo el material que tenemos hasta ahora. Lo mejor de todo es que mi móvil grabó todo el percance. ¿Lo peor? Me acojoné viva.
»Lena quedó estupefacta cuando la llamé ayer y le conté todo lo ocurrido.