A fin de cuentas, ya que he venido hasta aquí, por lo visto para perder el tiempo, puedo perder un poco más.
—¿Así que, tu eres el profesor, no? —Le pregunto en tono de burla.
—Bonita, te enseñaría mi título, pero dudo que quieras acompañarme dentro de la casa para verlo por ti misma. Si ya estás alterada por un par de bromas, igual te pensarás que quiero hacer contigo cosas sucias en mi cuarto.
—Puedes probar. No soy tan blanda como parezco. Además, creo que podría contigo, con título o sin él.
No sé de dónde he sacado la valentía para decir esas palabras, pero en el momento de decirlas, ya me estoy arrepintiendo, pues tiene una sonrisa oscura y malévola en su rostro.
—Creo que me voy a arriesgar —abre la puerta de la entrada y deja un hueco muy justo, entre el marco y su cuerpo, para que pueda pasar—. Pasa gatita y guarda las uñas por ahora que nadie se te va a echar encima.
Le sostengo la mirada para que vea que yo no me amilano ante nadie y sin perder el contacto con sus ojos, la parte más difícil para mí, cruzo el umbral andando cuán cangrejo e intentando tocarle lo menos posible. ¡Uf! Prueba superada. Me quedo embobada mirando el amplio y luminoso vestíbulo cuando, de repente, me sobresalta el portazo que da detrás de mí.
—Perdona, ¿te he asustado? —Me mira y veo en su cara el reflejo de una burla.
—Ni en sueños, pensé que había pisado algo.
Observo el suelo detenidamente en busca de algo que sé que no está allí. Rezo para que no note que tengo la cara más roja que un tomate.
—Ya… Bueno, sígueme.
Se adelanta y empieza a señalar objetos. Mientras anda, me explica:
—En este precioso vestíbulo tenemos una gran cómoda para guardar zapatos, aunque yo no la utilizo. Un par de mesillas de decoración y una alfombra persa realmente magnífica…
Anda y habla delante de mí y por fin puedo observar sin timidez. La verdad es que las vistas son espectaculares. Las de él, claro. La casa es muy bonita también, pero me fijo más en su espalda ancha, su postura esbelta y las zonas de más abajo. Lleva un vaquero oscuro bastante ceñido. Es alto, yo diría que metro ochenta y algo, delgado y musculoso a la vez. Pasamos por el salón. Vimos dos baños de la parte inferior de la casa, el sótano; donde hay una puerta misteriosa que no quiso abrir, el garaje, la bodega y por fin, subimos arriba otra vez.
—…aparte de eso, no hay nada más interesante por contar, pero te enseñaré el resto de la casa de todas formas. Si vas a estar mucho tiempo por aquí, deberías familiarizarte —no me he enterado de lo que acaba de explicarme porque estaba en mi mundo como siempre y me ha pillado de lleno—. ¿Qué te ha parecido la historia?
—Oh. Sí si, muy interesante —intento salir del apuro como puedo—. ¿Pero, cuándo veremos ese título tuyo?
—¿Impaciente eh, gatita? Tranquila que ya llegamos. Esta es la cocina al estilo americano. Como ves, aquí hay una encimera de mármol muy espaciosa, unos cuantos taburetes, muy cómodos también y electrodomésticos varios.
—¿Vives tú solo aquí o con tus padres? Porque que está todo muy ordenado —le pregunto con curiosidad.
—No, preciosa. Mis padres no viven conmigo, y no te preocupes, que no nos oirá nadie si decidimos hacer un poco de ruido —me mira de manera maliciosa y juguetona.
—Y permíteme la pregunta, ¿qué obsesión tienes por los muebles? No has parado de señalarme el sofá, el aparador, la butaca, la encimera, etcétera y decirme que es muy cómodo todo.
—Ah, solo señalaba los sitios donde tú y yo podríamos… ya sabes —dice en tono inocente.
Sí, si, sigue soñando, señor engreído.
—¡Eres un pervertido! ¿Has ido al psicólogo para que te revisen? Lo tuyo no es normal —le digo consternada, pero a la vez poniéndome roja como siempre.
—Ja ja ja —su risa es embriagadora, pero yo intento parecerme a la pared que tengo al lado: sin expresión alguna—. Sigamos por arriba. Quedan por ver tres habitaciones, tres baños y el gimnasio.
Subimos por unas amplias escaleras, vemos dos habitaciones de invitados con sus respectivos baños, con pocas cosas y escasa decoración pero aún así acogedoras. Entramos en el gimnasio, que es una sala enorme, donde hay un montón de pesas, cinta para correr y otras muchas máquinas cuyos nombres desconozco pues sólo las había visto una vez, cuando fuimos Lena y yo al gimnasio del pueblo para probar a hacer ejercicio y echarnos unas risas. Éste, no tenía nada que envidiar al otro. Hasta es más completo y sofisticado.
—Aquí pasarás las horas cuando el tiempo no acompañe y no podamos entrenar en el exterior. Siempre es mejor hacer ejercicio al aire libre.
Pasamos al último cuarto, que no es tan grande como las demás habitaciones. Parece ser una especie de despacho.
— Entra, gatita. Aquí acaba el tour por el momento. Sé que te has quedado con ganas de ver mi habitación pero esa la podrás ver si decides quedarte a entrenar conmigo.
Me siento en la silla que me ofrece. Él rodea una mesa de estudio grande, pulcramente limpia y ordenada, y descuelga de la pared el título que me prometió ver. Lo coloca en la mesa y se acomoda en frete de mí para volver a mirarme fijamente como antes. Sabe que me está incomodando y sonríe. Todo parece legal, no me detengo mucho en eso y no hago ningún comentario al respecto. Empiezo a examinar con detenimiento el despacho. En lo primero que me fijo es en la imagen que hay en el portátil: es de la entrada donde acabo de estar hace un momento llamando al timbre. Seguro que tiene más cámaras instaladas por la casa, pero sólo veo esa, ya que está a pantalla completa. La verdad es que tiene muchísimos libros colocados en varias estanterías. Desde aquí puedo distinguir algunos de medicina, derecho, biología, farmacología e historia entre otros. Me pregunto por qué un chico tan joven y entrenador de artes marciales tiene unos libros tan peculiares. Él parece darse cuenta y dice: