Como dijo Dante, la verja seguía abierta al irme. Pisé un poquillo el acelerador cuando me marchaba de allí porque, la verdad, es que toda esta situación me tenía bastante alterada. Sin duda voy a tener que pensármelo dos veces antes de hacer nada. Vivir con una persona totalmente desconocida no es moco de pavo. Debería preguntar por el pueblo, a ver si alguien lo conoce, y que me den un poco más de información sobre él, para no ir dando palos de ciego. Aparco en una cafetería a la entrada del pueblo, me siento en la terraza y le pido un café americano al camarero. Antes me gustaba el café con leche y con azúcar, pero hace poco, descubrí que la leche me sienta mal, y el azúcar, me hace engordar con solo verlo.
—Perdone —le pregunto al camarero—, ¿no conocerá, por casualidad, la escuela de defensa personal y artes marciales que hay a unos cuántos kilómetros de aquí?
Es un hombre mayor, de unos cincuenta años, con cara bonachona y bien entradito en carnes. Por las pintas, yo diría que es el propietario.
—Pues lo poco que sé, es por mi sobrino Juan, que estuvo yendo a dar clases allí durante unas semanas.
—¿Por qué tan poco tiempo? En internet pone que el curso dura seis meses.
—Supongo que no aguantó más. Un día, bajó aquí a la cafetería, ya entrada la noche. Se le veía muy enfadado, y pobrecito mío, pero me llevaba una cara de cansancio que no podía con ella. Dijo a gritos que era demasiado y que el tipo era un capullo. Se tomó una copa y se marchó.
Me deja el café en la mesa y se va a atender a los otros clientes recién llegados. Aparto automáticamente la bolsita de azúcar fuera de mi vista para no caer en la tentación.
—Gracias, muy amable.
Enciendo un cigarro y me sumerjo en mis pensamientos. Sip, parece que hablamos del mismo capullo. ¿Así que, el muchacho, no aguantó el entrenamiento y se marchó? La verdad es que yo tengo mucho aguante para el ejercicio físico, a pesar de que fumo como una chimenea, pero ahora estoy empezando a dudar si tendré el suficiente como para no abandonar. No me gusta dejar las cosas a medias.
Ya de vuelta en mi casa, me conecto por Skype con Lena, para contarle lo sucedido con todo lujo de detalles. Hum, la musiquita del Skype es adictiva. Lena contesta rápidamente. Veo aparecer una chica de piel oscura, grandes ojos y unos labios pintados de rosa chillón en mi pantalla. Hoy ha decidido hacerse un tupé con cola de caballo. Tiene el pelo negro, liso y brillante. El mío, en cambio, está muy apagado de los muchos tintes que me he puesto a lo largo de los años, pero ya me ha crecido bastante mi pelo natural, que es rubio oscuro. Mañana, después del reconocimiento médico, pediré cita en la peluquería para que me lo arreglen un poco.
—Hola, guapetona —la saludo.
—Madre mía, como tienes la cara, nena. Me has mentido. Está peor de lo que me dijiste. Déjate de saludos y empieza a contarme la verdad, y sólo la verdad.
Siempre ha sido una impaciente y si hay algún chisme de por medio, lo es aún más.
—Pues, no te lo vas a creer pero, el profesor no es el típico cuarentón con kimono y cinturón negro, sino mas bien, un chico joven, que no debe de pasar de los veinte y algo, pantalones ceñidos y una camiseta blanca semitransparente. Parece salido de un anime. ¡Ah, y no es un local como yo pensaba! ¡Tiene un pedazo de mansión, en la que voy a tener que vivir durante seis meses!
—¿Estás loca? ¿Y si no está bien de la cabeza? No sé, chica, pero acabas de describirme a un posible asesino en serie.
—Ja, ja. No te lo puedo desmentir, aunque lo dudo.
—¿Y es guapo?
—Eh… no está mal —le digo poniéndome roja.
—Mientes descaradamente. Esa cara tuya te la conozco demasiado bien. Seguro que es un bombón del que te has enamorado a primera vista.
Vaya, no se le escapa una. Debería trabajar para la policía.
—No es para tanto, mujer. Admito que es guapo, pero ni de lejos me puede llegar a gustar. Además no para de insinuarse y hacer comentarios fuera de tono.
—¡Pues lo que yo decía! Asesino y pervertido.
—Sin duda, un buen título para una novela de misterio. Cambiando de tema, ¿para cuándo quieres cogerte vacaciones en el trabajo?
—¿Tienes algo en mente? —Me pregunta levantando su ceja perfilada.
—Había pensado en irnos esta semana a Alemania. ¿Qué dices a eso?
—Pues, te digo que adelante, nena. Ya estoy quemada de la oficina, y además, es una excusa perfecta para alejarme de Nacho. No para de pedirme una cita para que salga con él y estos días se ha vuelto especialmente insistente.
—Pobrecito, ¿hasta cuándo le vas a tener esperando? Porque él te gusta, ¿no?
—Sí, pero ahora, no estoy preparada para una relación y Nacho parece del tipo del que se comprometen. Estoy muy ocupada, y además ahora toca tiempo de chicas. Nos lo vamos a pasar de cine con los alemanes. Ya habrá tiempo para lo otro.
—No tienes remedio. ¡Eres una salida! Como sea —digo exasperada—, busco vuelos para mañana, y te lo confirmo por whatsapp mas tarde, ¿ok? Ten la maleta preparada.
—Hasta mañana, nena. Besitos. Muaks.
Se despide acercando tanto sus labios a la cámara, que me parece que tendrá que pasarse un buen rato limpiándola de carmín rosa.
Unas horas después, ya tenemos los billetes comprados, y el hotel reservado para cuatro días. Contando con que hoy es lunes, llegaríamos al hotel mañana por la noche, y nos quedaríamos el miércoles, jueves, viernes, y el sábado, estaríamos de vuelta en casa. Hago un par de llamadas, a la peluquería para que me arreglen el desastre que llevo en la cabeza, y a una residencia canina de confianza, para poder dejar a mi mascota en buenas manos mientras no estoy. No me gusta alejarme de mi perro, pero no me lo puedo llevar conmigo.
A la mañana siguiente, paro en la residencia y me despido de Turco. Le dejo su mantita y una camiseta mía vieja, para que no se sienta tan solo, y por supuesto, su juguete favorito: una cuerda verde fosforito, grande y con nudos.