Katrina
Ronald tiene titulares para los tres días más largos de mi vida mientras espero el día de la audición.
No hace falta decir de quién es el titular consecutivo.
Primero tuve que ver mi rostro en la columna de maquillaje y mi reciente cambio de estilo al natural que tuvo una crítica negativa de parte de varios alumnos, principalmente los que compartieron mi clase de literatura occidental donde fui la única que respondí todas las preguntas de la profesora, y no puedo negar que estaba antinatura contra mi habitual estilo socialité.
Sin embargo, Ronald no se detuvo ahí; luego tuve que verme en un primer plano junto con Vance, al que le pareció una estupenda idea lucir su rostro a cada persona que pasaba y luego acabar por dejar una copia en mi casillero con una dedicatoria: Sigo siendo el preferido de todos.
Y, por último, estuve en la sección deportiva gracias a mi hermano Dean y su entrenamiento en la cancha de básquet donde estuve sentada a unos metros, en las tribunas conversando con los suplentes, esperándolo.
La obsesión de Ronald con todo lo que se involucre conmigo es alarmante, aunque no puedo quejarme de algo que yo misma cree con el paso de los años. Lo llamado popularidad me está costando caro si vemos la poca privacidad que tengo.
—Este rosa es muy rosado, lo detesto —murmura una chica— ¿Qué color de labial me quedaría mejor, Kat?
Después de estos tres días, lo único que pude hacer es armar mi presentación para hoy y rectificar que merezco el puesto que tanto he soñado y buscado desde que mamá me contó sobre su participación como Majorette en su adolescencia. Inclusive papá tiene contacto con el director y, habiendo una oportunidad de obtener algo de ayuda venidera, él prefiere ser protagonistas de labrar nuestros propios méritos.
Lo que significa que descarto esa idea de malversación de contactos y proseguir como una alumna promedio que cuenta con la misma facilidad de pertenecer a la banda.
Aún falta medio tiempo escolar para las audiciones y el baño con agua fría, que según especialistas calma los nervios y renueva energías, está surtiendo efecto aunque preferiría ver un rostro conocido como el de Jess, ya que mis hermanos tienen su agenda de la tarde ocupada: Dean tiene entrenamiento y Dennis tiene un proyecto en la universidad, y solo aparecerán una vez terminen sus asuntos a la par del mío, para ir a casa.
Lamentablemente, Jess no me acompañará porque está entrenando con el grupo de porristas y agradezco a mis intereses y motivación por no audicionar para eso.
—Déjala, está medio perdida estos días.
La voz de mi hermano Dean se hace escuchar en nuestra mesa habitual que por lo menos está llena de chicos y chicas con la bondadosa dicha de que la mayoría de estudiantes saben sus nombres completos o sus apellidos y relevancia en la preparatoria.
Entre ellos estoy yo.
La menor de los Denson, primeros puestos en clases y la chica de palabras rápidas e inútiles. Vaya reconocimiento, ¿eh?
—Da igual, solo le quiero preguntar qué labial me queda mejor.
Mayormente, estar rodeada de personas conocidas por otras, no es una gracia. Para mí no lo es, ya que es están más interesados en la apariencia que tienen que dar a los demás y eso no va con mi cabello y pelea de años con el peine después de la ducha; no importa si es bueno o malo, con tal de hacernos conocer y dejar la huella en cada ser humano, siempre buscamos lo que Maslow denomina como necesidad de pertenencia, poder. Tener un plano digno de revista Vogue aunque no los conozcan.
Eso implica: no charlas de química inorgánica, no charlas de historia universal y el siglo de Pericles o de filosofía extremista de David Hume.
Nada de nada. Ni un debate que me encanta comenzar en cada clase y que por lo general los profesores prefieren mi no participación. Allá y sus límites de explotar una clase de economía, política o historia que me dejan con lo único para soportar estar en esta mesa.
Ni siquiera puedo conseguir un mísero dulce, que nunca pude conseguir en las fiestas infantiles, porque la palabra dieta es la tendencia en cuerpos esculpido y atléticos.
Así de vacuo es estar rodeados de ellos.
Me pudro en mí.
Suelto un bufido.
—Kat no está en su mejor momento...
Hay un siseo irrespetuoso que hace que deje de mirar mi bandeja para prestar completa atención a la cabellera en una coleta alta de, bueno, la verdad no sé su nombre. Ella mantiene una expresión de enfado infantil, sus labios pronunciados en una mueca de disgusto, con sus dedos jugando con una barra de labial. Ruedo mis globos oculares y busco donde detener mi vista. La sección de máquinas dispensadores es un alivio, hasta que su voz engreída se luce para responder.
—Ah, es por esa tonta y absurda categorización —de un momento dejo de concentrar mi vista en la máquina dispensadora de soda y volteo con disimulo hacia su rostro—. Esa cosa... Las cosas bulliciosas que lastiman los orejas.
En realidad, muchos de esta mesa deben saber quién soy, sin embargo, desconozco muchos de los nombres de ellos. Tampoco es que interese. Prefiero catalogarlos debido a algún lunar o característica apremiante fácil de identificar.
Por ejemplo, esta es la chica de los ojos más separados de lo normal.
Dean interviene cuando comienzo a hacer girar mi manzana verde encima de la mesa en lo que se conoce como el rito de molestia de Kat.
—Creo que mejor no debemos hablar de eso.
Su risa cautelosa es insoportable. Demasiado.
—¿Por qué? Kat se ve muy bien, esos estúpidos prefieren malograr su oreja, ella no.
Me incorporo con lentitud. Tal vez demasiada pero ¿quién le dice a mi cuerpo y músculos esqueléticos, cómo moverse? Nadie, así que terminó de pie y aventando la manzana al aire para atajarla con una velocidad precisa.
Editado: 29.06.2020