Fundum

Capítulo 3

La mamá de Diana pasó su vista por las sábanas de la cama de su hija Eme. Ahora no había nadie jugando a la cacita o correteando por la sala con sus primitos. Marta se hundió en un llanto, mientras ponía las sábanas en su  piel para sentir el olor de su hija. Trato de recordar lo que había sucedió. La silueta de un hombre y el aire helado que venía desde afuera, y aquel cansancio inexplicable que la dejó cohibida. 

—Diana... dijo y su voz hiso eco en el interior de la casa vacía. 

—Doña Marta. Escucho que le gritaron. 

Salio a ver quien la llamaba y  se encontró con Bonifacio el viudo, al que también se le había perdido una hija, el hombre llevaba un machete y una botella de agua bendita. 

—En que puedo servirle... dijo Marta. 

—En la finca de los Moncada —hiso una pausa y luego continuo—. Si la policía no hace nada nosotros debemos hacer algo, ya ve como es la ley en este país de mierda. 

—¿Usted piensa que este, señor... 

—¡Sí, ese hombre oculta algo! —exclamó el vuido interrumpiendo a la mujer— . A los policías los puede engañar, pero a nosotros no. 

Marta respiro hondo y se acaricio el crucifijo colgado en su pecho moreno. Siguió a Bonifacio cargada de una certidumbre de encontrar con vida a Eme dentro de la casa. Caminaron a paso rápido levantando polvo. A lo lejos vieron un incendio, la finca de los Moncada ardía bajo los colores grises de la tarde. 

—Le prendieron fuego. Dijo Bonifacio y los dos aceleraron el paso. 

El fuego se apoderaba de la casa como si en ella existiera el infierno.  

 

                                                  *** 

Diana se convenció que las niñas continuaban vivas y que el señor Wessmer las había violado y tirado dentro del pozo. Tuvo miedo a ser parte de las que yacían ahí abajo flotando. Había cumplido los dieciséis años y nunca tuvo un novio y le aterrorizaba salir sola pasada las ocho de la noche. Diana acompañaba a su mamá todos los domingos a misa y se aprendió las plegarias de memoria. 

—Por tu culpa por tu gran culpa... —Su rezo le permitió moverse un poco y llegar hasta la parte de la cocina donde los Moncada tenían amontonado varios tacos de pasto seco—Por eso... 

—Diana tu sangre joven puede ayudarme. La voz del señor Wessmer sonó gruesa e intentaba volar, pero el techo bajo no se lo permitía. La sombra del señor Wessmer se hiso más grande y Diana brinco hasta los tacos de pasto y tiro el candil. 

Una enorme llama de fuego se extendió por el sácate y Diana Sánchez lo vio con nitidez a aquel monstruo sediento por succionar su sangre y arrevatarle la vida. 

—Padre nuestro... 

—Es inútil que lo hagas. Los dos vamos a arder aquí dentro porque todas esas palabras que expulsas de tu boca no sirven de nada. 

Diana le vio los dientes grandes y sucios,  los ojos pardos al igual que los de un depredador. Los demonios de los que ella escucho en la iglesia no se parecían al señor Wessmer, excepto por las alas. 

El señor Wessmer miro el fuego y guardo sus alas con rapidez. Camino hasta el marco de la puerta de la cocina, al tiempo que dijo unas palabras que Diana jamás olvido. 

—El siguiente verano cuando sea marzo y la hierba esté seca yo regresaré y te llevare al pozo donde están las otras. 

El incendio de 1994 lo recordarían en Trinchera como un hecho importante en la historia de la comarca. 

 

 

 



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En el texto hay: terror muerte y vampiro

Editado: 12.12.2022

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