Gabriel Ii: Una nueva batalla comienza. [saga Angels #2]

Noche de tragos y traiciones inesperadas.

Capítulo XI:

 

Noches de tragos y tradiciones inesperadas.


Tenerle aquí no me hacía ninguna gracia y menos aún confiaba en su repentino cambio de bando. ¡Oh, vamos! Es de Astaroth de quien hablamos, el jodido tesorero de los infiernos. El maldito perro faldero de Lucifer, ¿y ahora era nuestro aliado? ¡Patrañas! Pensaba descubrir que planes tenía e iba a desenmascararlo, como sea.

Aunque mi lado ingenuo quería depositar su confianza en ese capullo, mientras la racional quería darle una paliza. ¿A cuál debía obedecer? ¿A la ingenua o la racional? Pues no lo sabía con certeza, sólo tenía una cosa clara y esa era que no podía confiar por completo en él.

Doy un sorbo a mi taza de café, mientras no le quitó los ojos de encima; esperando su siguiente movimiento. A la mínima que cometiera un error, estaba fuera. Eso lo tenía presente, aunque odiaba que Uriel confiase en él así sin más. ¿Se olvida quien es? Joder. Puedo recordar la conversación de la noche anterior, no pude contenerme y fui a enfrentarle algo cabreado por la situación. Tal vez, sólo tal vez; me pase un poquitín. Vale, me fui a la mierda con todo lo que dije.

« —¿Podemos hablar? —pregunté y por su parte asintió.

Ambos salimos fuera de la cocina y nos dirigimos a un lugar más privado. Necesitaba decirle lo que pensaba hacia está extraña alianza con ese cabrón, no me agradaba. Una vez que encontramos el lugar perfecto, entramos en el cerrando la puerta.

—¿De que querías hablar, Gabriel? —quiere saber, dejando a la curiosidad hablar por él.

—De Astaroth —voy directo al grano—. No me gusta su presencia aquí, quiero que se largue —avisé y negó.

—Está de nuestro lado —dice—. Le necesitamos para saber que planea Lucifer y él es quien puede ayudarnos —explica y bufó.

¡Maldición! Esto era de no creer, me negaba a estar a su lado.

—No podemos confiar en ese capullo —siseé—. ¡Hablamos del puñetero tesorero de los infiernos! ¡Joder! ¿Entiendes eso? ¡Es nuestro puto enemigo! ¡Nos va a traicionar! ¿Y que harás si sucede? ¿Tomaras la responsabilidad de ello? —exijo saber, ya cegado por el cabreo.

Todo esto me ponía de mala hostia y era evidente, tampoco es que intentará disimularlo. Pero aunque quisiera no podría, era muy transparente con mis emociones o eso decía mi padre.

—No vamos a seguir hablando de esto —advierte—. Astaroth se queda, te guste o no te guste —sentencia, para luego salir de la habitación y dejarme con mil cosas por decir. ¡Jodido imbécil! »

Suelto un suspiro ante eso, la discusión de anoche se repetía en mi mente; una y otra y otra vez. Quizá no debí decir nada y quedarme con todo eso dentro. Pero no pude, tenía que decirlo e intentar que Uriel comprendiera el error que estaba cometiendo. Aunque claro, es un cabezota y no ha querido seguir escuchando. Demonios.

—¿Podrías dejar de verme así? —pregunta y un gruñido es mi respuesta, eso lo hace reír—. A mí tampoco me agrada hacer equipo con vosotros, pero aquí estoy intentando ayudaros —sonríe de esa manera que tanto me molesta.

Le regalo mi sonrisa más cínica.

—Qué sepas que no confío en ti —avisé—. Te estaré vigilando, esperando que cometas un error y cuando lo hagas; será tu fin —amenace.

Ríe a carcajada limpia por mis palabras y niega con su cabeza.

—No es como si vosotros fueran de mi agrado, querido emplumado —dice divertido—. ¿Pero que ganaría mintiendo? —pregunta.

—Destruirnos, eso ganarías —digo—. Te ganas nuestra confianza y cuando menos lo esperasemos, nos apuñalas por la espalda. ¿Me crees tan idiota para no saber eso? —espeto.

Una sonrisa cargada de malicia y diversión; se expande en su rostro.

—No te preocupes, no tengo intenciones de traicionarles —me guiña un ojo y sale de la cocina.

Imbécil.

Terminó mi taza de café y me encaminó hacia la salida, tenía que apresurarme o llegaría tarde a mi primera clase del día. Había tenido un fin de semana demasiado largo, primero con lo de Rafael y ahora con lo de Astaroth. ¿Acaso nada bueno puede pasarnos?

—¿Estas listo, princesa? —quiera saber, Gonzalo.

Ruedo los ojos ante su manera de llamarme, idiota.

—Claro que si, cariño —respondo en tono meloso y él niega.

—Me da vergüenza ser tu amigo —dice y suelto una risa.

—Y a mí que tu lo seas —correspondo divertido.

Ambos subimos a su coche, comenzando nuestro camino a la universidad. No tenía cabeza para ello, pero debía distraerme con algo o sino me volvería loco.

(…)

Muevo mi cuello de un lado a otro, me sentía estresado y cansado. Mi horario laboral parecía no acabar más y lo único que deseaba era llegar a casa e intentar dejar de darle tantas vueltas a todo este asunto. Joder.




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