Algo áspero y pesado recorría sobre mi rostro, abrí de golpe mis ojos para encontrarme con la sombra pesada de un cuerpo, instintivamente me levanté sobresaltada.
—Lo siento.
Parpadeé varias veces para aclarar todo. La señora Morgan estaba de rodillas a mi costado, me observó con timidez antes de hablar: —Tenías fiebre, y ahora volví para chequear si se te había pasado.
Asentí aun confundida, examiné aquel lugar extraño en el que me encontraba. Las paredes parecían ser de un metal muy grueso de color oscuro. Un gran estante de madera moraba en una esquina, con diferentes contenedores de alimentos, entre latas y botellas de agua. Una mesa mediana de madera circular, rodeada por tres sillas de igual material, se topaba justo frente al anaquel. Dirigí mi vista hasta el lado opuesto en donde había un par de camas al estilo cárcel —que veía en las películas—, alguien lo ocupaba, un chico, estaba dormido con una gorra sobre su rostro. Jasper.
—¿Qué pasó? —volví mi mirada al costado para ver a la señora Morgan, pero me sorprendí al notar que ya no estaba allí, sino sentada en una de las sillas.
—Según lo que escuché, el Alcalde Crawford desobedeció las reglas —contó con gracia, aunque al instante desapareció—. Los Spaxes, como lección han destruido la ciudad, muy usual.
Aunque el mundo estaba reinado por extraterrestres, éstos aun conservaban algunas leyes, costumbres humanas, como en la política, cada ciudad estaba al mando de un humano, quienes tenían que seguir todas las órdenes de un Spaxes.
Siempre que un Alcalde —como los llamamos— los desobedecía estos se desquitaban con los pobladores, aunque esta pequeña ciudad era bastante tranquila aún seguía constantemente vigilada, al parecer ahora nos tocó el caos que para la mayoría de las ciudades eran muy frecuente.
Me retorcí un poco para desanudar aquella molestia que llevaba acumulada en la espalda, toqué la bolsa que quedaba debajo de mí, se veía muy incómodo y así era. Miré nuevamente a la señora Morgan, que jugueteaba con una cucharita de plata que formaba parte de su juego de té.
—¿Quieres un poco, mi niña? —preguntó en un tono dulce.
Algo que sonaba a mi mamá.
Con aquel gesto todos los recuerdos volvieron a mí de golpe, di un grito ahogado al recordar como mi madre se despedía de mí y se perdía entre las puertas de la casa.
—¡Mamá! —grité dolida, salté de mi lugar ganando un punzón doloroso en la sien—. ¿Dónde está?
Ella quedó pálida ante mi pregunta, su mano con la cual había poseído la cucharita para revolver su infusión quedó congelada sobre el platillo.
—No lo sabemos —respondió en un tono apenas audible.
Quise decir algo más para reprocharles del porqué no volvieron por ella, o por qué no me dejaron ir tras ella.
—Tu misma la viste regresar a la casa, Gemma.
Volteé bruscamente hacia atrás para poder ver a la persona dueña de aquella voz. Él aún se encontraba acostado sobre la camilla, pero esta vez recostado sobre su torso izquierdo para poder mirar hacia nosotras.
Sus ojos claros eran decorados con un color rojizo alrededor, estaban hinchados. Parpadeó sin apartar la vista.
—Tú... —señalé con rabia.
—¿Yo qué? —insinuó burlesco—. ¿Estoy más hermoso?
Recordar todo lo que sufrí por su culpa, y que ahora esté aquí tratando de ser gracioso me enerva tanto.
Apreté las manos con tanta fuerza que sentí mis uñas cortar mi piel para incrustarse en mi carne. Mi fuerza como debería ser por no ser normal, es mucho más que una chica corriente de diecisiete.
Los ojos de Jasper que se encontraban enloquecidos sobre mi rostro divagaron hacia mi mano para concentrarse en ellos.
—¡Qué haces! —me atacó—. ¡Deja de hacer eso maldita sea!
Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no me di cuenta de cuando él se había puesto de pie para aproximarse a mí, sus manos estiraron repentinamente mis brazos dando un rápido viaje por cada contorno hasta detenerse en mis muñecas.
Unas pequeñas cicatrices antiguas de aquellas leves cortadas que me había hecho deslucían con formas finas y claras, pero mis manos resaltaban más por las feas marcas que dejaron mis uñas, unas gotas de sangre brotaban de ellas y resbalaban entre mis dedos.
—Mamá, trae el botiquín —le pidió apresurado.
Escuché los pasos de la señora Morgan detrás de mí, yendo hacia algún lugar del búnker.
Mi corazón que parecía querer salir de mi pecho desesperadamente comenzó a dar latidos más clamados. Sabía que todo lo que sucedió era solo un acto de confusión y temor.
Mi madre había quedado allí afuera inofensiva, desprotegida ante el peligro. Y Jasper, aquel joven que yo había considerado mi mejor y único amigo, aquel que desapareció a mediadas del año pasado. Solo días después de cumplir los dieciocho ahora está aquí regañándome por mis estúpidas acciones.
—Le traeré un té —avisó la señora Morgan, después de dejar el botiquín.
Jasper me ayudó a subir en la camilla, su mandíbula estaba apretada y sus ojos habían ganado un color oscuro muy extraño. Cuando al fin me coloqué en una posición cómoda él tomó nuevamente mis manos pero esta vez ya llevaba un algodón húmedo entre sus dedos.
Un hilillo de sangre se despidió del diminuto corte en respuesta a su agarre, soltó un jadeo antes de comenzar a pasear el algodón sobre mis heridas. Mi mano tembló un poco ante el contacto del líquido en mi piel, sus ojos estaban concentrados en mis palmas.
Estaba en con la cabeza medio agachada asi que pude ver con detenimiento sus claras y abundantes pestañas, su rostro había ganado una dureza adulta, bajé más la mirada para ver lo que llevaba en el cuello, un tatuaje de una rara imagen de un ¿Leopardo?
Alcé la vista a la misma vez que él, tomó un pequeño puñado de algodón para limpiar lo que restaba de sangre.
—No vuelvas a hacer eso —me retó, me observó con el entrecejo fruncido.
No pude evitar sonreír, y su rostro se tornó en un semblante confundido. Rápidamente lo rodeé con mis brazos, hundiendo mi cabeza en el hueco de su pecho, al principio sentí todo su cuerpo ponerse tenso pero poco después accedió.