Gloria

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Gloria rodó los ojos al ver salir al pizpireto hijo del señor Trociuk. Ordenó unos papeles en su escritorio y después fue hacia el interior de la oficina, en donde encontró a su jefe que estaba rojo y parecía que le faltaba el aire.

—¡Señor Trociuk! —lo llamó y corrió hacia él.

El hombre no podía hablar y le señalaba su cuello, a lo que Gloria enseguida comprendió que aquel deseaba que ella lo ayudará con su corbata. Lo desanudó y después le abrió el traje y desabotonó su camisa con prisa, pero él seguía con la falta de aire, por lo que se decidió a que debía llamar a una ambulancia.

Llamó a la recepción con premura.

—¡Sara, una ambulancia para el licenciado Trociuk! —gritó alterada, mientras intentaba salvar al hombre de cualquier manera.

Después de unos quince minutos la ambulancia había llegado y se llevaron al hombre en una ambulancia. Gloria tenía miedo de que él no sobreviviera.

Los empleados de la empresa curioseaban y cuchicheaban por los pasillos deseando saber lo que había ocurrido.

—¿Qué pasó, Gloria? El señor Trociuk estaba muy mal.

—Es obvio. Su hijo algún día le haría mucho mal. Solo viene aquí a pedirle dinero. Pobre, espero que sobreviva. ¿Imaginas tener de jefe a Enrique? Que el diablo no lo permita.

—Tienes razón, sería horrible. Ya tiene más de veinticinco años y es incapaz de sentar la cabeza. Ya comienza a preocuparme el futuro de esta empresa y las otras si el señor Trociuk se llegara a morir.

En la empresa casi nadie pudo seguir trabajando después de que el señor Trociuk fuera trasladado de urgencia a un hospital.

Cuando terminó el horario de trabajo, Gloria marcó su salida y fue a la parada del autobús para ir rumbo a la universidad. Su papá la buscaba al salir de sus estudios.

Durante el camino, de pie en un autobús repleto, pensaba en lo que ocurrió durante el día. No sabía qué ocurriría. Estaba pendiente del móvil corporativo que le habían proporcionado. Tal vez alguien le avisara cómo estaba el señor Trociuk, pues era su secretaria personal.

En la universidad apenas pudo mantener la concentración para tomar las tres materias que tenía que cursar esa noche.

Al llegar las diez de la noche, ella fue a la salida y encontró el automóvil de su papá con las luces de stop prendidas, esparando a que ella se acercara.

—¡Hola, papá! —saludó al ver a su progenitor. Le dio un beso en la mejilla al terminar de sentarse en el asiento del acompañante.

—¿Cómo estuvo tu día, Gloria? Por cómo caminabas, puedo concluir que estuvo difícil.

—Ay, papá, si te cuento. El día ha sido terrible. A mi jefe lo tuvieron que llevar de emergencia en una ambulancia. Yo creo que le dio un infarto por culpa de su hijo. Enrique Trociuk es un zángano, una sanguijuela.

—Es porque no le enseñaron a trabajar el dinero que tiene. Esperemos que tu jefe no se muera. ¿Qué te parece si renuncias y te dedicas a estudiar? Te veo cansada. A tu mamá y a mí no nos agrada verte de esta manera. Piénsalo.

—Papá, yo quiero sentirme útil. ¿Quieres que sea como el hijo de mi jefe? Ay, no, eso sería en mi pesadilla.

—Sé que no serías así. Tú fuiste bien educada por nosotros, no eres una sátrapa.

Mientras que su papá conducía el automóvil, ellos conversaban. Ella estaba muy hambrienta y quería devorar cualquier cosa que estuviera servida en su casa.

Al llegar, Gloria percibía el aroma de la carne en una sartén. Su mamá estaba preparando una deliciosa hamburguesa para ella.

—¡Qué rico! —exclamó al llegar y pararse junto a su mamá.

—Sé que te gustan las hamburguesas. Me falta freír el huevo para ti —dijo su mamá, sonriente.

Gloria arrojó su mochila en el sillón de la cocina y arrojó sus zapatos bajo la mesa. A veces sería bueno renunciar a su trabajo para darse una buena vida junto a sus padres, acompañarlos y comer con ellos.

—¿Y qué tal hoy? —indagó su mamá, a la vez que armaba la hamburguesa para ella.

—No todos los días mi jefe deja su Mercedes Benz en el estacionamiento y se retira en ambulancia —contó.

—Qué pena. Suele ocurrir por la presión, laboral. Luis, pásale una gaseosa a Gloria —mandó la señora.

—Gloria dice que es por culpa del hijo. —El papá de Gloria colocó frente a ella una botella pequeña de gaseosa personal con una pajilla.

—Es un mimadito de sus padres. A la larga, todos terminarán muertos. —La mamá de Gloria le colocó en frente la hamburguesa completa, como a ella le gustaba.

—Solo espero que se recupere, o mi vida laboral se convertirá en un infierno con ese tipo como jefe. Todavía quiero seguir ganando experiencia.

—Lo único que ganas es un paciencia, pero experiencia, lo dudo —alegó su papá.

—Experiencia con ser paciente —musitó riendo.

Ella guardó silencio para disfrutar de su deliciosa hamburguesa. Escucharía todo lo que habían hecho sus padres durante el día. Su papá era un alto ejecutivo bancario, mientras que su mamá era directora de una entidad del estado. Ambos estaban bien ubicados laboral y económicamente. Tenían un buen pasar y vivían con comodidad, solo ella era un poco tonta. Podría estar en fiestas y clubes gastando dinero ajeno, pero ella prefería el trabajo para probar que era alguien capaz de sobrevivir sin su familia. Además, ellos no apoyaban su carrera. Ellos preferían que tomara el camino de una licenciatura en administración, contabilidad, economía, finanzas, comercio exterior o algo que tuviera que ver con el mundo en el que ellos estaban, pero le resultaba aburrido. El periodismo llamó su atención y sentía que ese era el rumbo que debía tomar su vida. No quería anclarse a algo que la hiciera infeliz por el resto de su existencia. Era importante hacer algo que le gustara mucho, así todo sería más llevadero. Tener una carrera que odiaba al hombro, podría ser una carga mental difícil de sobrellevar.

 




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