Golden Whore

Prólogo

Shoreline, WA.

Enero 6, 2014.

Iba cantando Lie With Me de Gray Nightmare mientras caminaba hacia Bellevue. Mis padres no tenían, o más bien no querían, comprarme un auto para poder manejar hacia la escuela. Así que diariamente me tocaba tomar el autobús público.

Fuese una pesadilla si los chicos de Bellevue lo tomaran, pero menos mal y no. Eran tan snobs que les parecía una falta de respeto tomar el autobús de Shoreline. Era divertido, la mayoría de las veces encontraba gente de Oak Hill y hablaba con los que conocía.

Shoreline no es exactamente un pueblo de setecientos mil habitantes, no más era conformado por veinticinco mil habitantes, siendo más de la mitad de ellos los reyes de los snobs. O los que vivían en Appleby.

—¡Nelly!

Volteé y me encontré con la cara de las pocas personas que me agradaban de ese lugar y perteneciente a una de las familias más adineradas del lugar también, el famosísimo Douglas Blakeslee.

Me detuve y me saqué un audífono, esperando a que llegara a mi lado.

—¡Doug!—salté encima de él riendo, mientras muchos de mi montón de compañeros snobs nos miraban con reproche. Puf, aspirantes a la realeza, cuando se estrellaran contra la realidad se darían cuenta que el mundo no es como sus papitos se los pintaron.

Douglas era el inglés más cariñoso y amable que conocía, y conocía bastantes ingleses. Shoreline era más bien un pueblo conformado por ingleses o descendientes de ingleses. También había gente de diversos lugares del mundo pero lo que más había aparte de estadounidenses, era ingleses.

—Hey, Nelly, ¿qué tal tus vacaciones de invierno?—preguntó tomando mi brazo y guiándonos al interior de la escuela. Resoplé y quité los pocos mechones rubios que se habían colado fuera de mi cola de caballo mal hecha.

—Pura mierda, ya sabes.—le contesté, usando ese lenguaje que mamá se escandalizaba cada vez que me escuchaba. Para mí, ella era la reina de las snobs.—Mi mamá pretendía que vistiera un horrible vestido rojo pasión con unos tacones de mil metros, no es que no me gusten pero ¡no íbamos a salir de casa! ¿cuál es el jodido punto de usar tacones en mi propia casa?

»Entonces se enojó conmigo y empezó a compararme con Maxwell, diciendo que apesar que él era menor que yo, se portaba mejor que yo ¡Que aprendiera de mi hermanito! Y yo también me enojé y pasé navidad y año nuevo encerrada en mi habitación mientras William cantaba.

Él suspiró, sabía que la situación en mi casa era dura. No es que no amara a mi mamá pero sabía que no era su favorita. Ni la de papá. Papá andaba más pendiente de su cafetería y heladería que de la familia, por lo que ni siquiera se preocupaba en preguntarme cómo me había ido en la escuela. También estaba William, mi abuelo, el cual me decía que callara y me dejara reprender porque era mi deber. ¡Ja! Mi deber, lo llamaba él.

»Pero Cassie se apiadó de mí y me llevó comida en las medianoches a escondidas, sabes que ella es mi cómplice.

Él sonrió aliviado.—¿Y te cantó?

—Me cantó un montón de villancicos y luego vimos televisión.

A veces me gustaría entender a mis padres. ¿Qué querían de mí? Decían que era una vergüenza, la oveja negra, la peor ¡Y ni siquiera sabía por qué me llamaban así!

»Pero dejando de lado a mi desastrosa familia, Liam me escribió y volvimos.

Enseguida su mirada de oscureció y pareció silenciosamente enojado.

—¡Hey!

Y ahí estaba, mi alma gemela, mi mitad, Kennedy Stanford, la mejor amiga que podría desear.

—¡Kenny!—saltamos encima la una de la otra riendo y gritando de felicidad.

—¡Estoy de vuelta, mi rubita!—gritó, ganándose aún más malas miradas de parte del montón de snobs. Kennedy vivía con su abuela y su papá en Appleby, su mamá vivía en Nueva York y era la famosísima diseñadora de modas Katerine Smythe.

Kennedy se había ido con su madre por vacaciones porque así lo estipulaba el contrato de custodia, ella iba con su madre en festividades y se quedaba el resto del tiempo con su padre.

—¿Qué tal París, mademoiselle?

—Pues bien, ya sabes. ¡Todo ese glamour me tenía asfixiada!—exclamó demasiado alto, ganándose una vez más miradas de reproches. Ella era perfecta en ignorarlas.

—Bueno, por lo menos Katerine es más real que el montón de snobs que habitan en la familia Alvey.

Abrí la puerta de mi casillero y una nota salió de este, Kennedy se agachó y la recogió.

“Que tengas un lindo día devuelta a clases. Con amor, Liam”—leyó, luciendo momentáneamente desconcertada, arrebate la nota de su mano y la miré. Estaba escrita por él, su letra destilaba elegancia y era horriblemente ordenada.—¿Me explicas esto, Janelle? Antes de que empiece a enloquecer, por favor. ¿Sabías de esto, Douglas?




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