–¡No lo hice! –protestó Kath con vehemencia–. Se veía bastante interesado, ¿no lo viste? Sólo tiene cosas que hacer.
Mike rodó los ojos.
–Tienes que tener cuidado. No puedes ir por ahí respondiendo en voz alta a los pensamientos de la gente.
Kath se frotó las sienes, sin poder contener la exasperación.
–Lo sé, Mike. ¿Crees que lo hago a propósito? Pero hoy está insoportable. Está fuera de control.
Mike se quedó en silencio por un par de segundos. Ambos dieron media vuelta mecánicamente y emprendieron la marcha a casa de Kath. En algún momento se les había hecho costumbre pasar las tardes juntos. En la biblioteca, en casa de Kath, en el garaje de los Sanders, en algún parque, en cualquier lugar… menos en casa de Mike, claro. Kath sabía muy bien que a Mike no le gustaba estar allí, aunque no tenía idea de por qué. Y él jamás se lo diría. Y ella jamás intentaría averiguarlo por otros medios.
–¿Qué quería Kevin? –preguntó Mike finalmente.
Kath se encogió de hombros.
–Preguntarme si sabía algo de las grietas. Pero ahora sospecho… ¿tú crees que Janneth sepa algo?
–No veo cómo habría de saber algo, sinceramente.
–Yo tampoco… Pero parecía muy segura. No quiero pensarlo, pero quizá…
–Kath, tú misma lo dijiste, sólo quiere impresionar. Haría cualquier cosa por sentirse parte de esto.
Kath se mordió el labio, dudando. Pero Mike tenía razón, ¿no? No había forma de que Janneth pudiera saber algo de las grietas si ni siquiera podía acceder a ellas. Trató de animarse. No quería pensar más en eso.
–En fin –dijo, cambiando el tono por uno más alegre. Mike la miró con una ceja alzada–. Hay que apurarnos. Los bichos van a llegar en cualquier momento y mamá me matará si no estoy. Pero no va a llegar hasta la noche, así que tenemos la tarde libre para hacer lo que queramos.
–Tengo que hacer tarea.
Kath puso los ojos en blanco.
–Bueno, puedes hacer la mía también y mientras tanto yo termino mi canción.
Mike bufó, la más leve de las sonrisas jugueteando en sus labios. Él nunca llegaba a sonreír por completo.
Caminaron unos segundos en silencio, con esa familiaridad cómplice asentándose a su alrededor. Había sido un día duro para ambos y ahora finalmente podían descansar, respirar en compañía de alguien que comprendía. No hacía falta rellenar ese espacio con ruidos, el simple hecho de sentir al otro cerca era suficiente.
Pero aun así pendía entre ellos la incertidumbre, la angustia por los peligros que los acechaban entre las sombras. Justo cuando Kath iba a preguntarle por su visión, Mike rompió el silencio.
–Supongo que vas a pedir comida basura –se quejó con la voz torturada que ponía siempre que Kath proponía ir a McDonald’s.
Kath chasqueó la lengua.
–Taylor le contó a mamá que siempre almorzamos hamburguesas. Mamá me echó la bronca, ahora quiere que comamos comida casera.
Los ojos de Mike brillaron con satisfacción.
–¿Pizza casera, entonces?
Kath se echó a reír.
–¿Me leíste la mente?
–O quizás es que eres muy predecible.
Doblaron en la esquina y avanzaron dos cuadras más en silencio. Aquella cercanía que le permitía ir y volver a pie era básicamente la única ventaja de este último colegio por encima de los otros. Además de Mike, por supuesto.
Mike no era lo que se diría una presencia muy expresiva; pero de alguna forma ese temperamento suyo tan templado e impasible conseguía tranquilizarla la mayor parte del tiempo y le proporcionaba algo de la prudencia que a ella tanto le faltaba.
Eso, o la sacaba completamente de sus casillas.
Se habían conocido en sueños hacía varios años, durante uno de los peores momentos de su vida, cuando más sola se sentía. Y desde entonces se hicieron compañía cada noche, dos niños trastornados demasiado tristes y confundidos como para hacer amigos reales. Y se habían buscado el uno al otro, día tras día, entre los rostros hostiles de las personas que cruzaban fugazmente sus vidas. Hasta llegar a encontrarse finalmente en un lugar tan burdo como Ravenna High School. Se reconocieron de inmediato y desde entonces habían sido inseparables.
–Estoy preocupada –dijo ella de repente, casi sin darse cuenta de que había hablado. No podía soportar más tiempo guardándoselo.
A Mike le llevó casi un minuto responder.
–¿Qué soñaste? –dijo, pero sonó como si en realidad no quisiera saber. A Kath la aliviaba no ser la única asustada.
Titubeó.
–La verdad, no lo recuerdo… Sólo tengo la sensación de que fue malo. –Se estremeció sin poder evitarlo. Mike la miró de reojo, inquieto–. Recuerdo la risa chirriante de las quimeras. Deben haberme interceptado. Recuerdo agua y la sensación de estarme muriendo. De estar ahogándome. Y se sentía muy real, Mike.
–Ignóralo –dijo Mike con firmeza. Así era él, creía que si ignorabas con suficiente intensidad tus problemas, ellos desaparecerían producto de la desatención.
Kath no opinaba lo mismo.
–Había más. No puedo estar segura… pero había una playa, y una mujer que me hablaba. Estaba asustada. Y yo también estaba asustada. Y había… ¿una especie de catedral? Y ambas estábamos allí y había agua por todas partes.
Mike se mordió el labio sin decir nada, sumido en un silencio meditabundo. Caminaron una cuadra entera antes de que dijera:
–De verdad, ignóralo. La Niebla no tiene sentido ahora, no vale la pena tratar de descubrir mensajes ocultos donde no los hay.