Grietas en la Niebla

Primera Parte: Capítulo 5

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¡Hola, gente! Perdón por no subir capítulo estas últimas semanas. Estoy con exámenes en la universidad y apenas he tenido tiempo para escribir y corregir. ¡Pero he vuelto! Espero que les guste. Also, dato curioso: mañana es el cumpleaños de Kath. Yep, es escorpiana. 

No olviden dar like, comentar y añadir la historia a su biblioteca, así pueden seguirla más fácilmente. Muchas gracias por leerme :)

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Mike no era una persona naturalmente cariñosa.

Le costaba expresarse verbalmente y detestaba que lo tocasen sin justificación. Los besos y abrazos lo incomodaban y prefería que la gente lo dejara en paz. El contacto físico lo hacía sentir amenazado. Y si bien había aprendido a tolerar que su madre lo abrazara o que su hermano le diera palmaditas en la espalda, o incluso que Kath lo tocase con sus roces casuales, eso no quería decir que fuera fácil con el resto del mundo.

No era algo que le molestara de sí mismo. Estaba acostumbrado. Era como era. Pero a veces… como hoy, cuando vio lo cómodos y naturales que se sentían Kath y Will entre sí, abrazados y dándose besos y compartiendo miradas tiernas… en momentos así, sentía que se quedaba fuera de algo increíble. No eran celos, no exactamente, pero anhelaba comprender cómo se sentía tocar a alguien y no tensarse, disfrutar el contacto con otro, expresar cariño tan sencillamente.

Él siempre sentía que lo estaba haciendo mal.

Que era frío, distante e insensible. Arisco y solitario. Y quizás sí lo era, pero eso no significaba que a veces no quisiera ser de otra forma, que a veces no quisiera abrazar a Kath sólo porque sí y que no se sintiera forzado ni incómodo. A Mike se le escapaba ese extraño arte de amar y ser amado.

Le dio un golpe demasiado fuerte a la masa y sintió que Kath lo miraba desde la mesa de desayuno en que se había situado.

–¿Estás bien? –preguntó ella con cautela.

–Sí –dijo Mike, algo cortante. Se arremangó más la camisa y le dio un nuevo golpe a la masa.

–Te ves un poco… frustrado.

–Estoy bien, Kath –repuso él, rodando los ojos–. Hacer una pizza no es precisamente el trabajo más relajante del mundo.

–De acuerdo, de acuerdo –dijo ella, levantando las manos en un gesto conciliador. Dejó correr casi un minuto entero antes de hablar otra vez–. Sabes, era una broma. Lo de antes. Sé que no te gusta que te toquen y eso. No trataba de forzarte a hacer nada.

Mike tragó saliva. No se volteó a mirarla.

–Lo sé. Fuera de mi cabeza.

La respuesta ofendida de Kath se vio interrumpida por el sonido de la puerta principal al abrirse, y se colaron un par de risas al interior de la cocina. Habían llegado las hermanas de Kath.

–...en serio, estoy segura de que la respuesta era la C. Yo sé más matemáticas que tú, Bec. Confía en mí. –Se oyó desde la sala de estar. Era la voz de Aliyah, la mejor amiga de Becca.

–Bueno, llegaron pronto –dijo Kath con un suspiro. Allí despatarrada en su silla, sin hacer nada, tan sólo tarareando de vez en cuando y mirando cocinar a Mike. Lo conocía bastante para saber que no le gustaba que otras personas metieran mano en su arte, y se conocía lo suficiente a sí misma para saber que él no apreciaría su ayuda en específico. No era muy buena en materia culinaria.

–No, en realidad, no –replicó Mike, echando un vistazo al reloj–. Pero bueno, tuviste que quedarte a cumplir ese castigo, y luego te distrajiste poniéndote cariñosa con tu vecino.

Kath lo miró fijo.

–Bien. Te voy a ignorar.

Taylor entró entonces a la cocina a la carrera, con los cabellos revoloteando por todas partes y el uniforme arrugado. Se arrojó sobre las rodillas de Kath y le dedicó una sonrisa gigante. Era el vivo retrato de Kath a los ocho años, con los rizos salvajes y la mirada intensa, pero mucho más alegre e inofensiva de lo que ella seguramente había sido jamás.

–Hoy la profesora me felicitó por mi dibujo.

–Eso es genial –dijo Kath, acomodándole el cabello como pudo. Kath era sarcástica y cruel la mayor parte del tiempo, pero adoraba a sus hermanas más que a cualquier cosa en el mundo–. ¿Cuál de todos?

–El de las jirafas. Dice que me va a conseguir nuevos colores. Hoy hice tres nuevos. ¡Te los voy a mostrar! –y salió corriendo otra vez. Casi se dio de bruces contra Becca, que estaba entrando a la cocina en ese momento. Se apartó hacia un lado para dejar pasar a su hermana pequeña y miró a Mike y Kath con desinterés.

–Estuvo hablando de ese dibujo todo el maldito camino –fue su saludo. Se sentó a la mesa frente a Kath y chocaron puños.

Kath y Becca, por otro lado, no podían ser más distintas, a pesar de que compartían los mismos padres. Si Mike se las hubiera cruzado en la calle, probablemente no se le hubiera ocurrido que fueran hermanas. Kath había heredado las facciones de su padre, su piel oscura y el cabello rizado y frondoso. Becca, por su parte, tenía la piel pálida de su madre, sus ojos azules y el pelo suave y liso. Lo único que tenían en común era la personalidad difícil y obstinada.




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