Grietas en la Niebla

Segunda Parte: Capítulo 18

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Chiquillos, perdón por la tardanza. Mi notebook murió y bueno, eso retrasa la vida en tiempos de pandemia. 

¡Espero que disfruten el capítulo! Es especialmente largo como compensación.

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Mike halló a Kath en el patio principal, sentada cómodamente sobre un muro alto y flanqueada por Will y Danielle, charlando con entusiasmo sobre algo que no llegaba a oír desde los pocos metros que los separaban.

Desaceleró en cuanto vio a sus acompañantes, repentinamente receloso. Fue un golpe extraño, la verdad, ver a Kath allí charlando con otras personas. Estaba acostumbrado a ser la única persona que se juntaba con ella.

Frunciendo el ceño, se acercó a ella a paso lento, dejando de lado la agitación que lo había llevado hasta allí y recuperando su semblante sereno y calculador. Habló sin mirar a los otros dos chicos.

–Kath, tengo que hablar contigo.

Kath bajó la vista desde su alto trono, sorprendida de hallarlo allí. Le dedicó una sonrisa amplia.

–Oh, Mike. Me preguntaba dónde estarías. –Bajó de un salto y los otros la siguieron de inmediato. El ceño fruncido se le acentuó aun más. ¿Qué estaba pasando?–. ¿Qué pasó? ¿Qué quieres decirme?

Mike tragó saliva, confuso. Tuvo que contenerse de mirar alrededor, a los otros chicos que lo rodeaban y que no se iban, como si también lo hubieran estado esperando. Sentía un nudo en la garganta que le impedía hablar. No entendía lo que estaba pasando.

¿Kath quería que hablara allí, frente a esas otras personas? ¿Ahora eran un grupo? ¿Ahora confiaban en los demás?

No pudo evitarlo, miró de soslayo a Will y Danielle, con ojos fríos. ¿Por qué?

De acuerdo, entendía que Kath confiara en Will. Se conocían hacía varios años, eran cercanos, eran vecinos. Aún cuando habían pasado años sin hablarse, sabía que en Kath pesaba la nostalgia.

Y aunque a Mike no quisiera admitirlo, era evidente que Will era una persona confiable. Quizás demasiado, incluso. Puro y leal. No era su tipo.

¿Pero Danielle? Mike apartó la vista cuando sintió la intensidad de sus ojos verdes sobre él.

Recordaba lo que había sentido en el cementerio, esa inexplicable y súbita necesidad de abrirse ante ella, de contarle todos sus secretos, de ser sincero como nunca había sido. Había sido espantoso.

Recordaba la expresión en su mirada, la oscuridad en sus ojos claros, las ojeras, la palidez de su piel contra el negro del vestido. Aquella chispa peculiar en ella que antes no estaba, un brillo de ira, de desesperación y venganza que irradiaba de toda su figura rota.

Una sensación que seguía estando allí aquel día, que Mike apenas era capaz de soportar. Un brillo de locura en sus ojos demasiado grandes para pasar por alto.

Apenas la conocían. Apenas habían hablado. Y acababa de perder a su hermana, estaba claramente inestable. ¿Cómo podía Kath confiar en ella?

Mike se negaba a confiarle sus secretos.

–Es complicado. –Dijo al fin, sacudiendo la cabeza–. Te diré más tarde.

Kath frunció el ceño por un instante, pero luego se encogió de hombros.

–Bueno, puedes contarnos de camino a casa de Maggie. –Sugirió, y se ajustó la mochila sobre los hombros–. Como la reunión es pronto, pensábamos ir todos juntos para asegurarnos de que el departamento esté en condiciones óptimas. –Sujetó a Will del hombro y enredó su brazo con el suyo–. Will y yo fuimos hace unos días y estuvimos limpiando un poco, pero seguramente hacen falta otras cosas.

Mike abrió la boca, pero no se le ocurrió qué decir, así que volvió a cerrarla.

Pensábamos ir juntos.

Tragó saliva, en un esfuerzo consciente por reprimir la ridícula sensación de traición que empezaba a formarse en sus intestinos.

Kath tenía derecho a hacer planes con otras personas, incluso aunque nunca antes lo había hecho, en los dos años que llevaban de conocerse. Era perfectamente libre de juntarse con quien ella quisiera, aunque hasta el día anterior sólo lo hacía con Mike.

¿Qué solía decir Kath, sobre que no era justo para ella hacer amigos debido a su telepatía? ¿Ya no importaba eso, entonces?

Quizás era válido formar grupos de amigos si todos suponían un peligro para el otro.

Sacudió la cabeza para centrarse. No podía permitir que aquellos pensamientos lo dominaran, eran estúpidos y Kath definitivamente no debía verlos.

No era momento para inseguridades.

Siguió a Kath y sus nuevos guardaespaldas hacia las puertas de salida, sumido en un silencio tenso. Sentía que le picaba la piel ante la cercanía de los otros chicos, ante la idea de compartir su espacio con tantas personas, de tener que hablar con ellos.

Estaba exagerando. De acuerdo, nunca le había gustado la gente, pero esto no tenía sentido. Tampoco había tenido muchas ganas de amigarse con Kath al principio, ¿verdad? Había terminando aceptando su compañía por curiosidad –hacía mucho que soñaba con ella, quería saber quién era realmente–, y sobre todo porque Kath no le dio otra opción. Desde el primer momento en que se encontraron el uno frente al otro, despiertos y en carne y hueso, Kath insistió en que se convertiría en la persona más importante de su vida.




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