El gato y el ratón
Hannibeth Smith
Despierto como todas las madrugadas a las 3:00 am, la angustiante sensación de que alguien me observa no me abandona, me enrollo en la cama haciéndome chiquita. Tengo más de seis meses en este pequeño apartamento y no me adapto a él. Han pasado exactamente diez años desde que un pequeño rayo de esperanza llego a mi vida en manos del detective Adam Williams, quien me saco del infierno donde estaba metida.
No tuve una infancia normal y menos una adolescencia, a los 17 años puede saborear un helado de chocolate después de mucho tiempo, logré dormir en una cama cómoda, me permití confiar en alguien. Cuando en el hospital Adam me pregunto qué quería comer, con desesperación le dije que un helado de chocolate, por primera vez vi su radiante sonrisa haciéndome pensar que no todos los hombres eran malos, me miro con dulzura, con transparencia.
Pero ninguna temporada es eterna y comencé a ver a mi salvador de otra manera, por el bien de ambos, tuve que alejarme de lo que pensé había construido a su lado.
Mentiría si dijera que no extraño las comodidades de antes, sin embargo hay algo que no tiene discusión eso es mi dignidad, por eso dejé la poca normalidad que tenía en California, debía estar sola. Siempre he estado sola, aunque esté rodeada de personas.
El mayor peligro de la soledad es mi mente, de ella no me puedo alejar, menos callar las voces de mi cabeza, que en noches como estas gritan con fuerza, me cubro como si al estar así, la manta me protegerá, de lo que sea que me esté acechando en la oscuridad de mi habitación.
Me duele el cuerpo del entrenamiento físico al que lo someto, Adam me enseñó a defenderme, manejo distintos métodos de defensa personal, aprendí a disparar, tengo buena resistencia física. Pero el cansancio mental puede agotar aún más que el físico, estoy exhausta, las noches se me hacen eternas.
Cuento los minutos anhelando la llegada del sol, quiero que con su presencia se lleve la incertidumbre que se genera en mí, ese temor de que en horas de reposo seré atrapada. Los demonios que tanto daño me hicieron siguen sueltos, pareciendo intocables, poderosos, burlándose de la justicia con total descaro.
Es por eso que permanezco alerta, duermo poco, siempre atenta a todo a mi alrededor, debo ser rápida, astuta y audaz. Es lo que me ha mantenido con vida hasta hoy.
No quiero, ni pienso ser derrotada, no sin antes luchar con cada partícula de mi cuerpo, cuento hasta tres, 1,2,3... ¡Vamos Hannibeth!
Me animo mentalmente, respiro profundo, soltando el aire lentamente, repito esta acción varias veces, intentando detener mi ataque de pánico.
Cuando soy consciente de lo que me rodea, veo como todo es iluminado, el azul pastel de las paredes de mi habitación comienza a reflejarse por los suaves destellos de luz, las cortinas rosas se mueven por la brisa fría que entra desde mi ventana, mi habitación es colorida, de alguna manera intento borrar de mi memoria esas paredes grises donde sufrí tanto.
El amanecer llegó, me abrazo a mí misma en forma de felicitación. ¡Bien hecho, Hannibeth, una noche menos!
Con la llegada de la estrella mayor mis fuerzas se recargan, es otro día, puedo seguir quitándole la oportunidad de que acabe conmigo.
Con los años me he hecho fuerte, ya no soy fácil de doblegar, eso él lo tiene presente, uno de los dos se cansará a jugar al gato y al ratón, tengo la certeza de que no seré yo.
Menos cuando lo que está de por medio es el poder seguir llenando mis pulmones de oxígeno, tengo claro que esta guerra la ganaré con inteligencia.
Con el tiempo me ha aprendido a temer, conoce muy bien mis habilidades, cuando tuvo la oportunidad de destruirme no lo logró, mi fortaleza de espíritu lo sorprendió.
Desde mi ventana observo el cielo, como es pintado por azules y grises, algunas nubes completamente blancas resaltan, la suave brisa levanta las pocas hojas de los árboles que aún se resisten a morir por el invierno.
Muchos en la ciudad aún duermen, yo me alisto para mi rutina de entrenamiento, con agilidad me pongo mi ropa de deporte, ajusto mi largo cabello en una coleta alta.
Antes de salir de lo que ahora llamo casa, desde mi celular verifico las pequeñas cámaras de seguridad que instale al mudarme, siempre estoy alerta, esperando el momento oportuno, en el cual llegaré con la agilidad de una gacela, y con la fuerza de un puma.
Los doblegaré y comeré de sus carnes, cobraré cada cicatriz que han dejado en mi alma. Veré como el último aliento abandone sus cuerpos, solo así estaré en paz.
La única manera de quitarle el poder a lo que me domina, es levantándome aún por encima del miedo.
YatnielR.
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Editado: 01.11.2022