Cuando un ángel te toca, es imposible olvidar su rostro.
Al dejar el apartamento que compartía con Adam tuve que comenzar a moverme por todo el país, como lo hizo mi madre en mi niñez. Los últimos tres años he estado yendo y viniendo de una ciudad a otra, escapando de mis demonios, poniendo distancia entre mi salvador. Aún no estoy preparada para verle.
Hace seis meses fui contactada por la BO, Black organización, una división secreta dentro del gobierno que se encarga de exterminar a importantes personajes de figura pública que esconden su retorcida doble vida. Se necesita un golpe grande para dejarlos expuestos, hay mucho dinero de por medio, actores reconocidos, cantantes, empresarios, políticos de distintos países, al salir todo a la luz el mundo entero enloquecerá.
Sabía que, al aceptar trabajar con ellos, me estaría poniendo en riesgo, la sed de venganza, la necesidad de respuesta me hizo aceptar el trato que me ofrecían, regrese al único lugar al cual no había venido en los últimos tres años. Tybee Island, nadie quiere volver donde todo lo que le rodeé solo le recuerdo lo que perdió.
Hoy me reuniré con mi madre como lo he hecho los últimos seis meses, intento estar presentable, aliso mi blusa negra borrando arrugas inexistentes. Estar junto a ella por un corto tiempo inyecta fuerzas a mi agotado espíritu.
¿Puede doler el alma? Yo creo que sí, pues llevo años sintiendo ese dolor inmenso en el pecho.
No me gusta nuestro lugar de reunión, no tenemos más opción, la vida no suele ser justa, preparo mi mejor sonrisa, aunque mis mejillas estén cubiertas por pequeñas lágrimas que se cuelan de mis ojos.
El cruel invierno hace que esconda mis manos en mi cazadora de lana, caminar siempre ha sido una buena terapia para calmar la ansiedad con la que constantemente vivo. Cierro los ojos, disfruto el frío que acaricia mi rostro, se percibe ese olor que se aproxima cuando se acerca una nevada, al darme cuenta he llegado a nuestro lugar de encuentro, avanzo con pasos firmes, con el corazón acelerado, doliendo como la primera vez. Puedo leer:
Isabel Anderson Smith. Septiembre 16 de 1977 / agosto 01 de 2011 Te recordaremos cada día con amor.
Limpio con mis manos la nieve que está alrededor de su lápida, colocando las rosas blancas que he traído para ella. Con un nudo en la garganta dejo escapar el aire, que sin darme cuenta había estado reteniendo.
—Hola mami. —me armo de valor a hablarle, como si realmente estuviese de pie frente a mí.
Los años no apagan o disminuyen el dolor, al contrario, siento que cada día me consume, recuerdo poco de lo que creía que era mi padre.
Isabel hizo todo lo humanamente posible para que mi infancia fuera normal, para que no creciera dañada, me cuido hasta donde pudo, lo hizo hasta el final poniendo mi vida por encima de la suya.
Creaba historias, me distorsionaba la realidad, con la inocencia que poseen los niños creía en sus palabras ciegamente. Mi padre había hecho un viaje al cielo y desde allá nos cuidaba, solía decirme mientras su mentira fue sostenible tuve la ilusión de abrazarlo nuevamente.
Muchos creen que al morir todo acaba, más yo pienso que después de la muerte hay vida. Me aterra que al morir y abra nuevamente los ojos en esa otra vida mi sufrimiento siga, sería demasiado fácil que al irnos de este plano termine todo. Creo que, al morir, realmente comienza eso que muchos llaman vida eterna.
Cuando llevas tanto tiempo huyendo, peleando por no ser destruida, hay días donde solo deseas dejarte caer, flotar en la nada, sin sentir, sin dolor, que te aprisione el pecho. Sentada junto a la tumba de mi mujer maravilla, no sé cuántas horas han pasado, veo como la tarde comienza a llegar, el gris se apodera del cielo, la brisa se torna más fuerte, moviendo mi cabello de un lado a otro.
Una pequeña mano se posa en mi espalda, doy un respingo, volteo rápidamente, imaginando que alguno de los habitantes del cementerio decidió dejar su lugar de descanso y hacerme compañía, madre mía ¡Qué susto!
Consigo unos ojos grises, tan grises como el cielo que apenas unos segundos admiraba. Un niño me mira de manera fija que me resulta intimidante. Observa con detenimiento mi rostro, sus ojos se detienen en mi cabello, tomando un mechón.
—Me gusta. —manifiesta con inocencia.
Mi cabello es cobrizo con destellos naranja, es imposible que pase desapercibido, aunque lo suelo ocultar con gorros, más en esta época del año.
El pequeño mira con curiosidad el mechón que aún tiene entre su mano, su cabello es negro azabache, lo hace que sus ojos sean más llamativos, junto a su piel extremadamente blanca.
Absorta por su belleza, siento como con su mano libre seca una de mis lágrimas.
—No llores, está en el cielo —señala la tumba donde estoy sentada.
—¿Por quién lloras?
Indaga, en mi mente puedo ver la información que tengo de él. Matthew Walker, tres años de edad, nacido un 5 de septiembre de 2019. Su madre falleció dando a luz, al menos esa es la versión oficial.
Es un pequeño ángel, siento pesar por él, sé lo que significa no tener a tu madre a tu lado, tenía claro que nuestro encuentro era inevitable, jamás pensé que fuera de esta manera, escucho pasos acelerados, una voz masculina llama con desespero.
—¡Matthew! —grita el hombre.
El pequeño contesta en un grito. —acá estoy papi.
Veo como a grandes zancadas se acerca un hombre alto, de porte imponente, el parecido entre ambos abruma, lo único que no comparten es el color del cabello, el de él es castaño oscuro. El recién llegado me observa con cautela, mientras yo sigo sentada junto a la tumba de mi madre, al igual que con Matthew busco en mis recuerdos la información que me suministraron de él.
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Editado: 01.11.2022