Mientras puedas armar los pedazos de ti mismo, existirán motivos suficientes para avanzar.
Todo está sucediendo mejor de lo planeado, tiene su mano extendida hacia mí por un momento, dudo en estrecharla, ya no es el niño con el que hablaba en las madrugadas, con el que compartí celda muchas veces, ese que siempre tuvo un instinto protector. Aunque tenerlo de pie aquí frente a mí, me hace cuestionar lo último, no sé por qué me ha estado buscando, cuáles son sus verdaderas intenciones.
—Hannibeth —respondo, sus ojos caramelo me escudriñan preguntándose por qué he decidido dejarme encontrar tan fácilmente—
—Intenté buscar una identificación entre tus pertenecías, no encontré nada, ya puedo ponerle nombre a tu rostro. —sigue en su postura actuando no conocerme.
—Qué hacías sola en ese lugar tan peligroso, si no fuera llegado. —tensa su mandíbula.
—Todo fuera terminado peor para ti. —su mirada intimidaría a cualquiera, sin embargo yo no soy cualquiera, así que le devuelvo una igual de firme.
—Gracias por llegar. —hablo con sinceridad
—Aunque los tenía controlados —intento reír, el dolor en mi rostro no me deja, toco mi cara ¡Desgraciados! Me la han destrozado.
—No te toques —me reprende Evans.
—Dime a quién puedo llamar, para que venga por ti. —me mira esperando obtener una respuesta, me aclaro la garganta.
—Gracias por todo lo que hiciste, ya te puedes ir —suelto, relajada, no me dejará sola, lo sé y es exactamente lo que busco. Ahora que lo pienso el ataque de los malnacidos me ha hecho un favor.
—No tienes a nadie que venga por ti —insiste ¿Es que acaso no espabila?—
—No, voy a estar bien, puedes irte. —resopla con irritación, por dentro sonrió sigue tan obstinado como cuando éramos unos niños.
—Dudo que vayas a estar bien, dudo que estés bien en este momento. No te has visto en un espejo, si llegó cinco minutos tarde te habrían matado —sé que tiene razón, aun así, su tono, su manera de hablarme enciende mi ira—
—¿Qué estás insinuando que soy la culpable de que esos malnacidos me atacaran, solo por caminar tarde? Agradezco lo que hiciste, pero ya te puedes largar. Me enderezo más en la camilla, ignorando el dolor en mi abdomen. De manera brusca levanta la manta que cubre mis piernas, puedo ver la enorme cicatriz en mi muslo derecho, una más para mi colección, toma mis muñecas con fuerza haciéndome abrir los brazos, fija su mirada en algo que los dos conocemos bien, él tiene unas peores.
—¿Realmente vas a estar bien, Hannibeth? —repite mi nombre con familiaridad. Cuando voy a responder, un señor mayor, vestido con una bata blanca, entra a la habitación.
—Ya estás despierta jovencita. —es el doctor, nada a mi alrededor pasa desapercibido, estoy en el mejor hospital Tybee Island, las paredes blancas reflejan pulcritud, odio el olor a hospital, el reloj colgado en la pared marca exactamente las 3:00 am, me estremezco. El que lleva Evans en su mano derecha está adelantado 10 minutos, con un vaquero negro y camisa verde oscuro arremangada hasta sus codos, botas color marrón. Sencillo y elegante, el contraste de su cabello le da un toque misterioso.
—Eres muy afortunada de que tu hermano te auxiliará.
—¿Hermano? —pregunto haciéndome la sorprendida.
El doctor revisa la herida de mi pierna, que vale destacar me llevo unos cuantos puntos internos y externos, afortunadamente no tengo ninguna costilla rota, en la frente también tengo puntos, ahora entiendo por qué la sangre cubría mi rostro. Debo parecer que me acaban de desenterrar, grandes moretones cubren mi abdomen. Evans permanece en una esquina de la habitación, mientras que el doctor examina mi cuerpo, veo como mueve su mirada a otro lugar, ese gesto lo agradezco.
—Te recomiendo guardar unos días de reposo, te indicaré algo para el dolor, y evitar cualquier infección. —el doctor se acerca a Evans, le extiende la receta.
—Doctor. —le llamo, el pelirrojo, me habla con la mirada, pidiéndome que me guarde silencio.
—Gracias —contesta con seguridad. El anciano asiente, le da unas palmaditas en la espalda —eres un excelente hermano, eres afortunada jovencita, sale dejándonos solos—
—¿Hermano? De verdad —cuestiono, con una risita burlona que no puedo ocultar.
—Fue lo que pensó la enfermera que me recibió en emergencia, no le dije lo contrario.
Lo manifiesta sin importancia, intento pararme, él me ayuda, tiene un aspecto rudo, quien diría que el niño paliducho se sobrepondría tan bien. ¿Por qué sigues aquí ayudándome, Evans? Nadie ayuda a otro sin querer algo de vuelta. ¿Qué quieres tú viejo amigo?
—Necesito ir al baño, hermano. —suelto con un poco de sarcasmo, inconscientemente pongo una mano en mis costillas.
Movimiento que no pasa desapercibido para él, en un abrir y cerrar de ojos me eleva en sus brazos llevándome hasta el cuarto de baño. El trayecto es corto, agradezco las atenciones que me está dando, tengo tanto tiempo cuidando de mi misma, que no se siente mal un poco de ayuda. ¿Qué me costará esto después?
Llegamos al cuarto de baño, me coloca con delicadeza, veo mi reflejo en el espejo y mis ojos se abren, definitivamente parezco que me acaban de desenterrar. Grandes morados cubren mi rostro, tengo el labio y una ceja partida, abro mi boca para verificar que no me falte un diente. Por un momento el reflejo de Evans me distrae, me observa en silencio, nuestro cabello es del mismo color, su piel es igual de pálida que la mía, la interrogante que llevo encima hace años no deja de darme vueltas.
—Necesito orinar —rompo con el silencio incómodo, mueve la cabeza en señal de un comprendo, camina a la salida, antes de cerrar la puerta, pregunta en un leve susurro.
—¿Estarás bien? —fijo la mirada en él, y por un instante veo los ojos de mi madre.
—Si no me mataron estos golpes. —me señalo con el dedo. —orinar sola no lo hará.
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Editado: 01.11.2022