Cuando más sumergido estaba en mi oscuridad, fuiste la luz que me hizo tener esperanzas de vivir.
Hannibeth, 9 años de edad.
Narrador omnisciente
—Entendiste lo que vas a hacer —le pregunta Evans.
—No creo que resulte —murmura Hannibeth con la vista fija en las paredes color gris que tanto odia.
—Tenemos que intentarlo, yo aguanto lo que sea, pero no puedo seguir permitiendo que te sigan haciendo esto —Evans tomo los brazos de su amiga, han pasado, por tanto, que les toco madurar con rapidez. La sangre aún estaba pegada en sus brazos, evidencia del maltrato que solo horas antes había sido víctima al poner resistencia en un vago intento de no ser ultrajada.
Con los años se dieron cuenta de que no estaban separados por casualidad, en cada celda había dos pares de niños, rubios, trigueños, de diferentes países, por supuesto ellos eran los pelirrojos, cada madrugada a las 3:00 am la puerta principal se abría, y como si se tratase de escoger una mascota en un refugio, entraban empresarios, políticos, artistas importantes, se paseaban por cada celda y escogían como menú el ser indefenso con el cual saciarían sus más retorcidos deseos.
Hannibeth entendió por qué su amigo llevaba el cabello largo, al igual que ella, entendió por qué después de ser llevado en las madrugadas, duraba días sin hablar, comprendió su dolor, desde el horrible momento que ella comenzó a vivirlo en carne propia.
Evans al intentar defenderla fue golpeado muchas veces, en una oportunidad ella pensó que moriría en sus brazos, así que, por amor a él, cuando era elegida no ponía resistencia, le rogaba con la mirada que no hiciese nada, pero el instinto protector era más fuerte, necesitaba protegerla, porque para él en medio de ese infierno, esa niña representaba lo único bueno que había tenido en la vida.
—Si hoy te eligen lo atacaré —le mostró el pequeño cuchillo que había logrado robar —No va a funcionar E, no quiero que te lastimen por mi culpa —con las mejillas cubiertas de lágrimas abrazo a su amigo.
—Si te pierdo a ti, me quedaré sola en el mundo, no puede pasarte nada. —Haré todo lo necesario para que salgamos de aquí, merecemos ser felices —respondió el pelirrojo intentando alentarla.
Ser felices, susurro la niña —¿Qué es ser feliz, E? ¿Cómo sabremos que podemos tener algo que nunca hemos tenido? —no lo sé Hanni, pero supongo que la felicidad puede ser un lugar, donde haya una cama cómoda, comida fresca, agua limpia, pero sobre todo donde estemos los dos, sin dolor —la niña lo abrazo con más fuerza.
—Te quiero E.
—Yo te amo Hanni.
Las horas pasaron, y como todos los días el miedo les recorría el cuerpo —tu plan tiene fallas, E. Además, no me ha quedado claro cómo es que pudiste meter ese cuchillo aquí —lo observo con los ojos fruncidos, caminando de un lado a otro.
—Hay cosas de las cuales no quiero contarte, lo único que debes tener presente es que haré todo lo que sea necesario para protegerte. —contesto sentado en el sucio colchón.
—¿Y a ti quien te protege Evans? —pocas veces era llamado así por su amiga —Evans no pensaba como un niño, tenía meses ideando una salida, era consciente que los dos no saldrían con vida, pero su mayor deseo es que la pelirroja frente a él fuese libre.
—Yo nos protejo a los dos, —hablo poniendo la voz gruesa en un intento de brindarle seguridad —dudo que eso pueda ser posible —replico Hannibeth que pocas veces se quedaba callada ante sus argumentos.
—Fueras conseguido un reloj, así sabríamos qué hora es, tenemos meses sin ver la luz del sol —Evans le abrió los brazos, sonriéndole de medio lado, moviéndose con velocidad, ella se le lanzó encima, ambos estallaron en risas, el niño la acurruco entre sus brazos frágiles llenos de cicatrices.
—Teniendo en cuenta que aún no traen la cena, debe ser temprano, ¿A dónde quieres viajar hoy Hanni? —pregunto con ternura —quiero ir a la playa —respondió con emoción.
—Entonces a la playa iremos, ambos cerraron los ojos y comenzaron a jugar algo que ellos mismos habían inventado —¿Qué puedes ver? —le animo el pelirrojo —el mar, el agua es muy azul, el sol brilla muchísimo ¿Qué ves tú?
—Yo puedo sentir la brisa en mi rostro y te veo haciendo un castillo de arena —ambos con los ojos cerrados sonrieron, sumergidos en ese mundo que creaban en sus mentes, las horas transcurrieron.
No tenían nada, sin embargo, el tenerse el uno al otro les llenaba de felicidad, pequeños momentos como ese, les brindaban alegría, en ese instante no había dolor, solo ellos y las olas del mar sonando en sus mentes.
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Editado: 01.11.2022