—¿Ya está lista la orden para la mesa seis? —preguntaba uno de los meseros.
Las órdenes salían y otras llegaban, había mucho movimiento esa noche en el restaurante. En la cocina solo se escuchaba a los cocineros hablar de ingredientes y cómo preparar ciertos platos, otros discutían sobre la presentación y el chef líder solo observaba con decepción a varios de los empleados.
—Silvain ¿Terminaste con la sopa? —preguntó Monsieur Cordier.
—Ya casi, solo me falta ponerle un poco de romero y ya está.
—¡Magnífico! —el chef siguió supervisando a los demás.
Mientras Silvain terminaba la sopa, André preparaba la carne. El mejor amigo del guardián se percató de la presencia de alguien a las afueras de la cocina y le notificó al chef.
—Imposible, nadie puede salir a la parte trasera del restaurante sin antes pasar por mi cocina, y nadie ajeno a nosotros pudo entrar sin ser visto —comentó M. Cordier.
—Estoy seguro de que vi a alguien parado allí, y era una mujer —manifestó André.
Al escuchar lo que su amigo había dicho, Silvain se asustó sobremanera, tan solo con pensar en que podía tratarse de la mujer que lo ha seguido desde niño.
—Durand, ¿estas bien? estás pálido —comentó Xavier llamando la atención de los demás.
—¡Oui, oui! Je suis bien.
André entendió lo que pasaba y dijo que Silvain no estaba muy bien de salud. Allí fue cuando M. Cordier le dijo que descansara por unos minutos.
Los cocineros ignoraron lo sucedido y pensaron que tal vez fue la imaginación de André que jugaba con él. Poco después, cuando regresaron a sus actividades, Silvain salió al patio trasero del restaurante y se quedó allí unos minutos tal y como su jefe le había sugerido.
André salió un momento con un vaso con agua para Silvain, y aprovechó para preguntarle por aquella misteriosa llamada de la mujer. Silvain le contó su experiencia con las apariciones de la chica del sombrero desde que era niño. La mujer dejó de aparecer por algunos años, pero recientemente había regresado dejándose ver de cerca, aunque sin mostrar su rostro.
—¡Qué curioso! —dijo André —vi a una mujer ensombrerada justo allá —señaló el cocinero señalando el punto exacto en donde Dione estaba parada minutos atrás —en aquella esquina estaba la mujer, tenía una gabardina negra y un enorme sombrero del mismo color.
—Dime algo, André ¿solo viste sus labios?
—Si, pintados de rojo escarlata —suspiró —provocativos.
Silvain miró al cielo diciendo —¡Maldición! Es ella.
—¿Crees que sea la misma de la llamada? —preguntó André —es mucha coincidencia que esto ocurra ¿No te parece?
—¡Tu as raison!
Ambos cocineros se pusieron de pie e ingresaron a la cocina para continuar con sus labores. Silvain comenzaba a sentirse mejor, pero la idea de que aquella mujer se manifestaba incluso en su lugar de trabajo, lo inquietaba.
A eso de las diez de la noche los comensales abandonaron poco a poco el restaurante. Los cocineros hicieron un brindis por haber culminado exitosamente la jornada laboral. Minutos más tarde, Silvain salió del lugar y como de costumbre tomó un taxi de camino a casa.
Al llegar al edificio en el que vivía, el guardia le hizo entrega de una carta que horas atrás una mujer había llevado. Dijo que era muy extraña y que casi no dejaba ver su rostro.
—¡Merci! —agradeció Silvain y tomó el elevador.
Al interior del ascensor, el cocinero abrió el sobre y detenidamente leyó la carta. Al terminar, Silvain frunció el ceño, pero no por lo que decía, sino porque pensaba que la caligrafía de quien escribió la carta, de algún modo se le hacía familiar.
La campana del elevador sonó dando aviso a su ocupante de que había llegado a su piso. Silvain salió del interior del ascensor, pero al hacerlo, chocó con su vecina de enfrente, pues el guardián iba despistado.
—Lo siento mucho ¿Estás bien? —preguntó Silvain avergonzado por su falta de atención.
—Estoy bien, no te preocupes. —la chica siguió su camino y Silvain ingresó a su apartamento. Pero, antes de hacerlo, vio una pequeña caja a un costado de la puerta.
Silvain se inclinó un poco para revisar la nota. “Para Silvain Durand, con mucho cariño, Madamme Simon”. —leyó el cocinero mentalmente.
El hombre no dudó en tomar la caja y abrir la puerta. Al ingresar al apartamento, se echó en el sillón y abrió aquel pequeño contenedor de cartón, en el cual había un sobre que tenía escrito su nombre —¿Qué es esto?
Silvain tomó la carta que le entregó el guardia y comparó la letra con la carta de Mme. Simon, y claramente no era la misma persona que la escribió. La carta al interior de la caja era de la señora que lo encontró en la entrada principal del orfanato en el cuál Dione lo dejó una noche pocos meses después de su nacimiento.
El cocinero siguió revisando el contenido de la caja y encontró sus pertenencias de cuando era tan solo un bebé; La manta que lo cubría, una daga y una piedra de color azul turquesa, todos con el símbolo de Saturno grabados.