Saliendo del orfanato, Silvain pudo divisar una vez más a la misteriosa mujer. El cocinero cerró la cremallera de su chaqueta y apretó el paso hasta doblar por la esquina. Durand solo pensaba en intentar descifrar el mensaje oculto entre los sucesos que recientemente estaban ocurriendo en su vida, ignorando que aquella dama de sombrero de ala ancha era la clave para lograrlo.
El cocinero recorrió varias calles sin darse cuenta de que Dione lo seguía, hasta que la guardiana pronunció el nombre de su esposo. —¡Silvain Durand!
El hombre volteó lentamente hasta que su mirada se encontró con la de Dione. —¡Tú otra vez! ¿Qué quieres? ¡Dime de una vez!
—Cuidar de tí como tú solías hacerlo hace un siglo y algo más.
—¡Qué extraño! —dijo Silvain —creí tener menos edad, pero admiro mucho tu imaginación.
—Silvain, tú no entiendes —pronunció la mujer —debes cuidarte y a la vez permitirme hacerlo.
Silvain le dio la espalda a Dione y la ignoró por completo, siguió su camino pensando en las palabras de la mujer. Aunque quería regresar para preguntarle a la guardiana por su origen, el cocinero no miró atrás y continuó caminando sin detenerse. Así, siguió y siguió caminando hasta más no poder. Por un instante, Silvain sintió el deseo de impulsarse para volar, pero como no sabía controlarlo, perdió el equilibrio y se estrelló en el suelo.
—¡Soy un completo idiota! ¿Volar? ¿Es enserio, Silvain Durand? —se hablaba a sí mismo mientras se ponía de pie y sacudía su ropa —vaya estupidez.
Desde lo alto, oculta de los demás, Dione veía a Silvain seguir con su camino luego de caer. Fue en ese momento en el que la guardiana se dio cuenta de que Silvain era consciente de que tenía poderes, lástima que no sabía cómo usarlos.
—Después de todo no será tan difícil entrenarlo, aunque por lo que acabo de ver, creo que no será necesario. —balbuceó la mujer y lentamente se elevó en el cielo evadiendo la mirada de los parisinos que transitaban por las calles y voló hasta quedarse en el punto más alto de la torre Eiffel para descansar.
Desde aquel remoto lugar en las alturas, Dione observaba las luces amarillas de toda la ciudad. Pensaba en Silvain y todo lo que él tuvo que vivir durante la ausencia de Dione, sumado al hecho de tener que soportar la actitud de la mujer cuando éste intentaba hacerla entrar en razón.
—Paciencia Dione, paciencia que ya la hora se acerca.
Luego de unos minutos Dione bajó al pie de la torre en donde fue sorprendida por madame Simon. La anciana ya tenía conocimiento de quién era la mujer por las cosas que sus padres le contaron hace mucho tiempo.
—¡Dione Leblane! La periodista parisina.
—¿Cómo sabes quién soy?
—Conociste a mi tío abuelo Octave Simon, trabajaron juntos cuando París vivió aquellos días amargos bajo el dominio del clan Dubois.
Dione se sorprendió al saber que la anciana era pariente de su mejor amigo —¡Impressionante! —exclamó la guardiana.
—Y también estoy al tanto de que eres la esposa de Silvain, me se toda la historia, Dione, y te aviso que el muchacho está averiguando su pasado.
—¿Le has dicho algo al respecto?
—Eso no me corresponde, yo lo cuidé durante años y conservé sus cosas porque supe desde el primer instante que Silvain no era un humano ordinario. Lo protegí y le enseñé a ocultar sus poderes, pero estos se están manifestando de manera involuntaria según Silvain.
—Es una señal de que algo va a pasar —comentó Dione —y ocurrirá pronto.
—¿Por qué no le explicas lo que ocurre?
A lo que Dione respondió —Eso intento, pero Silvain es muy testarudo y no me quiere escuchar.
Madame Simon no dijo nada, solo dio un par de pasos y miró atrás diciendo —¿Debe morir, verdad? Así como tú lo hiciste.
—Desafortunadamente así es como debe pasar.
La anciana asintió y siguió su camino mientras Dione permanecía parada debajo de la torre. La guardiana miraba hacia la bóveda celeste en dirección a Saturno y balbuceaba como si intentara comunicarse con el planeta. Debido a esto, Silvain escuchaba voces en su cabeza. Al interior de su apartamento, el joven iba y venía desesperado por aquellas voces que lo inquietaban.
Se llevó las manos a su extremidad superior, se hablaba a sí mismo en un desesperado intento por calmarse e ignorar la voz de la mujer. De pronto, soltó desgarrador alarido por un fuerte dolor de cabeza, cayendo tendido en el piso, inconsciente debido a su incómoda experiencia.
En ese preciso instante sonó el celular de Silvain, pero como el guardián no respondía, su amigo André quien lo llamaba, llegó hasta su morada para ver si estaba bien.
—¿Silvain? —André llamaba mientras golpeaba la puerta esperando que su amigo abriera, pero al ver que no lo hacía, André tuvo que violentar la puerta e ingresar —¡Sacre bleu! ¡Silvain! ¿Qué te pasó, amigo? ¡Despierta, Silvain! —desesperado, André corrió hasta el pasillo y pidió auxilio.
Uno de los vecinos llamó a emergencias solicitando una ambulancia mientras que André intentaba reanimar a Silvain. Pero, el cocinero no reaccionaba.