Aquella noche ante los ojos de quienes por mucho tiempo fueron sus compañeros de trabajo, Silvain Durand, el ente portador de la esencia de Saturno hecha carne, se enfrentaba a Ermor sin miedo alguno.
El guardián recordaba cuando El terrible casi logra uno de sus tantos propósitos; arrebatarle la vida a Orestes, la vez que Caenus vivió la era oscura.
Silvain no iba a permitir que Ermor guiara a la Tierra hacia la destrucción sin tener relación con la interminable guerra que había entre los guardianes y los oscuros. Pero, Ermor estaba decidido a acabar con la raza humana en su totalidad, pues, de todos modos Silvain y Dione tenían un fuerte vínculo con la raza a la que ellos consideraban primitiva.
—Tienes miedo, puedo percibirlo — comentó El terrible en su intento por desestabilizar a su adversario —Temes que destruya a este pedazo de roca espacial.
—No soy yo quien teme a ser derrotado por quienes considera una amenaza. —dijo Silvain mirando a Ermor con desdén —Jamás lograrás salirte con la tuya.
Silvain estaba enojado sobremanera, sus ojos comenzaron a brillar con aquel tono dorado que caracterizaba al guardián. Ermor podía ver como Silvain iba cambiando, dejando de ser el típico guardián y reflejando así la esencia de Saturno. Luego, algo captó la atención del terrible; era el símbolo en la frente de Silvain.
Aquel símbolo de Saturno emanaba un intenso brillo, tan fuerte que, pese a la cabellera de su portador cayendo por su rostro, su luz podía verse desde la distancia.
—La marca de Saturno —balbuceó Ermor, luego, el terrible elevó su mirada al cielo, el cual estaba repleto de soldados oscuros provenientes del Valle de la muerte, Obaura y Evermire.
Aquellos lugares eran hogar de los enemigos de los pueblos en donde habitaban los guardianes en Caenus; Sabidia, Monte Torriden, Mapelión y Castinia, este último, el pueblo natal de Orestes.
—Inicia el reinado de Ermor, futuro amo de las estrellas. —Gritaban los secuaces del terrible desde la entrada del restaurante.
Dione no soportó más y los golpeó fuertemente, tan fuerte, que rompió el casco de Raidel y la máscara de Noslen, dejando la mitad de su rostro al descubierto. Al dejarlos inconscientes, Dione corrió hasta donde se encontraba el grupo de cocineros.
—¡Largo de aquí! ¡Váyanse! —gritaba.
—¿Qué está pasando? ¿Qué es todo eso en el cielo? —cuestionó André.
—Son los enemigos de Silvain, así que ahora largo. —comentó Dione.
—¿Dónde vamos a refugiarnos? —André estaba nervioso sobremanera al ver que más seres con la apariencia de Ermor descendían del cielo con mucha presteza.
—Entren al restaurante y no se asomen. —ordenó Dione.
Los cocineros regresaron al interior del restaurante y obedecieron la orden de la esposa de Saturno. Ninguno se asomó durante el enfrentamiento de los guardianes durante la primera hora.
Mientras tanto, Silvain luchaba a más no poder contra sus enemigos. El cansancio estaba dominando su cuerpo, y la ayuda de Dione no era suficiente para tantos soldados de Ermor.
—¡No lo lograremos! Solo nosotros dos contra todo un ejército de oscuros, es imposible un duelo justo luchando de este modo. —gritaba Silvain desesperado porque sentía que estaba luchando en vano.
—¡No desesperes, Silvain! Pronto Metone regresará con los demás guardianes para ayudarnos a derrotar a estos energúmenos. —expresó Dione en su intento por animar a su esposo.
En ese momento, André se asomó por la ventana. Pudo ver una vez más a su amigo blandir aquella espada y asesinar a varios soldados de Ermor.
—Aún me cuesta creer que ese sujeto es Silvain. Es que parece una persona completamente diferente.
A lo que monsieur Cordier comentó regañando al cocinero —¿Acaso no entendiste lo que dijo la mujer? Aléjate de la ventana.
En ese momento,una de las ventanas del restaurante voló en pedazos. Silvain había sido arrojado al interior del lugar.
—¡Maldición! —gemía de dolor mientras se ponía de pie con la poca fuerza que tenía. —¿Están todos bien?
—Sí —respondió Xavier —¿Y tú?
Silvain asintió mientras observaba a sus amigos, luego dijo —Ahora saben quien soy, y les prometo que los voy a proteger a toda costa.
De pronto, Claudine llegó al lugar. Observaba el tétrico escenario de oscuros muertos por toda la avenida, y a muchos parisinos siendo testigos desde sus casas.
—¡Qué triste! Pero adoro ver todo esto.
Claudine disfrutaba ver a Dione pelear sin descanso y apurada contra varios soldados de Ermor. Rápidamente caminó hasta el interior del restaurante y vio a Silvain junto a los cocineros.
—No intentes calmarlos, Durand. Sabes que ellos son los siguientes, a menos que se inclinen ante el poderoso Ermor —comentó la mujer.
Silvain volteó lentamente y miró a la mujer con desprecio. Dio un par de pasos y con firmeza, exclamó —¡Tú! ¡Maldita mujer traidora! ¿Cómo eres capaz de dormir por las noches? ¿Cómo puedes ser capaz de traicionar a tu propia raza?