Guardián: el renacimiento de Saturno

Capítulo 15

Mientras Silvain y Ermor seguían con su enfrentamiento en el planeta Tierra, en Marte se desataba la furia de los guardianes contra los oscuros. 

—¡Esto me trae recuerdos! —comentó Dione —El Valle de la Muerte. 

Orestes preparaba su arco y flechas, pues estaba cansado de pelear con espada. Mientras apuntaba para lanzar la primera flecha, le respondió a Dione —Solo que esta vez sí derrotaremos a Ermor.

Los oscuros avanzaban y los guardianes no bajaban la guardia. Aquel planeta rojo ya no era solo ese paisaje inhóspito y árido, sino que además, era un cementerio de Treocianos, Caenusianos y oscuros.

Ambos bandos unidos en su solo grupo combatiendo entre sí, gritos de guerra, el sonido de las espadas y la tierra marciana bañada de sangre, era el paisaje que podía apreciarse desde lo alto del monte Olimpo. Allí estaba Horana esperando junto a varios guardianes treocianos y los guerreros Dalno y Geovelyan. 

Estos últimos eran los hermanos más temidos de las cinco naciones de Caenus. Los hermanos Ulande, eran aliados de Orestes y Silvain. 

Dalno, el castigador, quien vivía en Titán, una de las lunas de Saturno, era el encargado de reprender a los enemigos de ambos mundos. Mientras que su hermano Geovelyan, conocido como el heraldo de muerte, era un misterioso nómada que ocultaba su rostro a los habitantes del común; aquellos que no poseían poder alguno. Este, menor que Dalno, se encargaba de realizar labores variadas como entrega de mensajes e incluso realizar labores en las que lo enviaban a asesinar. 

Horana, esperaba por la señal de su esposo, el legendario Orestes, para integrarse junto a los hermanos Ulande en el campo de batalla. Mientras tanto, permanecían ocultos con el deseo que Silvain apareciera en cualquier momento con el cadáver de Ermor y poner fin a la guerra entre los bandos. 

Los gritos no cesaban y la sangre derramada por los abatidos hacía que el suelo se tornara aún más oscuro. Cientos habían perdido la vida entre guardianes y oscuros, pero no iban a finalizar hasta que uno de los líderes perdiera la vida en aquel enfrentamiento. 

En simultánea con la guerra en Marte, Silvain y Ermor no paraban de luchar. Ambos estaban agotados y empapados de sangre.

—Más vale que te rindas, Ermor. Ya es hora de que desistas —gritaba Silvain con la respiración acelerada —¡Renuncia! porque no saldrás victorioso esta vez. 

—¡Yo cumpliré el sueño de Assane! 

—¡Maldición! —dijo Silvain con una sonrisa de malicia —¿Todavía pensando en que toda esa basura de obtener el poder absoluto si gobiernan nuestros pueblos? ¡Usa la lógica, infeliz! De nada servirá si no eres un guardián supremo. —comenzó a blandir su espada —somos elegidos por los mismos dioses, no tomamos el puesto solo porque sí. —luego habló enfurecido —¿Por qué crees que tu querido sobrino jamás obtuvo el rango de guardián? 

—Jamás le dieron una oportunidad a Constantin, Dalno lo asesinó y al renacer lo enviaron a este insignificante mundo. —gritó Ermor.

A lo que Silvain contestó —Su maldad lo condujo hacia su propia muerte, Dalno el castigador solo cumplió con su deber por orden de Saturno. 

—¿Y quién es Saturno? 

Silvain avanzó a paso lento apuntando su espada hacia el terrible y con actitud desafiante respondió a su pregunta diciendo —Yo soy Saturno. 

Los ojos de Silvain brillaron una vez más, los objetos alrededor del guardián comenzaron a levitar mientras que Silvain seguía pronunciando —Soy el guardián supremo de Treocia, Saturno y sus lunas. Tengo poder sobre sus anillos y el deber de proteger a quienes me adoptaron como a uno de ellos. Soy Silvain Durand y en este momento, a nombre de todos mis hermanos incluyendo a los humanos, te despojaré de tus poderes y borraré tu existencia por la eternidad sin oportunidad de renacimiento. 

Velozmente, Silvain avanzó hacia su enemigo ignorando el dolor de los golpes y las heridas. Con mucho odio, clavó la espada en el pecho de Ermor mientras este soltaba un fuerte alarido a los cuatro vientos. 

Los humanos que presenciaban semejante suceso cubrieron sus oídos pues, el sonido era realmente insoportable para ellos. Al mismo tiempo, los soldados oscuros seguían en la lucha ignorando que su líder ya estaba muerto. 

Noslen y Raidel presentían que Ermor ya no estaba con vida. Por lo que comenzaron a correr alejándose del resto y emprender la huida. Horana se percató de ello y voló hacia los secuaces del terrible, pero estos la esperaron para propinarle un fuerte golpe. Orestes se dio cuenta de que habían lastimado a su esposa, por lo que muy enojado, incrementó su tamaño. 

Los hermanos Dalno y Geovelyan corrieron y se mezclaron entre los soldados, causando la muerte de varios de enemigos. Mientras que, Orestes, inconsciente, aplastaba a los soldados de Ermor. 

Los guardianes, quienes ya sabían que el príncipe de Caenus no era consciente en ese estado, evitaban a toda costa cruzarse en su camino. 

Noslen y Raidel se separaron sin darse cuenta, estaban desesperados ante la presencia del gigante de treinta metros. Su energía era tan elevada, que Silvain pudo percibir que su primo estaba siendo dominado en ese momento por Orión. 

—Es hora de ponerle fin a este circo —balbuceó y sin tanto rodeo, sacó la espada del pecho de Ermor con violencia, acto seguido, le cortó la cabeza. 




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