Ángel P.O.V
Veo la luna tornarse roja, suspiro tirándome en mi cama, pues sé que esta noche no encontraré a mi Mate. Mi lobo solloza triste en mi interior y la culpa me carcome una vez más, si hubiese sido más listo en el pasado ahora estaría con la que alguna vez fue mi Mate.
—Diosa Luna —Hablo a mi deidad, luego de pararme y mirar por la ventana de mi apartamento—, cometí errores en el pasado y me arrepiento de ellos, puse a los que quiero en peligro, no fue mi intención, pero ya no puedo hacer nada para remediar lo que hice —Mi voz se quiebra y mi lobo vuelve a sollozar—. Una vez más te pido perdón y si es tu voluntad concédele calma a mi corazón.
John aúlla de acuerdo con mi petición y a mi mente vuelven los recuerdos de lo que hice cuando estuve bajo el control de Natalia, veo el dedo donde por unos minutos estuvo el anillo que representaba mi unión con ella.
—Perdóname amigo, en serio lo siento —digo a mi lobo pues si le hubiera escuchado cuando me advertía en el pasado, las cosas serían diferentes.
—Está bien, Ángel, eso quedó atrás —asegura con voz débil y se acomoda en mi interior para tomar una siesta.
Al sentarme en mi cama otra vez, tomó mi teléfono y comienzo a revisar las fotos que allí se encuentran, mientras deslizo mi dedo sobre la pantalla encuentro una foto que me tiré con Marcos cuando éramos niños, sonrió con amargura y los recuerdos me invaden otra vez.
Desde que lo conocí siempre fuimos muy unidos, incluso antes de encontrar a nuestros lobos. Durante mucho tiempo él y mi madre fueron mi único consuelo y mi única compañía. Cuando supe que sería mi Beta estaba tan emocionado que daba brincos de alegría.
Mi vista se va a un punto indefinido de mi mesa de noche mientras mis pensamientos me llevan a la conclusión de que pude haber evitado su muerte.
—Deja de echarte la culpa —dice mi lobo somnoliento—, y déjame dormir —agrega con un toque de gracia.
Mi vista se pasa a una pequeña tarjeta en específico que tiene el nombre de «Raquel» sonrío y comienzo a marcar el número.
[...]
—Es agradable tener compañía en noches como estas —Su voz es dulce, pero seductora.
Luego de hablar por mensaje durante casi dos horas acordamos juntarnos en un parque cerca de nuestras casas; ella llegó primero y la encontré sentada en uno de los columpios.
—Sí — correspondo sus pensamientos con un suspiro.
—¿Tienes manada? —pregunta luego de unos segundos donde nos quedamos mirando a la luna roja.
—Algo así, es complicado —respondo— ¿Tu no tienes? —Ella suelta una sonrisa, pero de alguna forma la alegría que se supone debe reflejar ese acto, no llega a sus ojos.
—No —Su voz se vuelve un poco frágil y yo retraigo todas las dudas que vienen a mi.
—Pregúntale —Pide mi lobo.
—¿No ves que está triste? —señaló lo obvio.
Mi vista sigue fija en ella, en sus ojos azules eléctricos así que cuando sus orbes se posan en los míos no dudo en apartar la mirada pues me siento como un niño que ha sido encontrado haciendo algo indebido.
—¿Por qué no estas con tu manada? —le miro de soslayo al escucharla preguntar.
—Yo no estoy muy seguro de que pertenezco allí, hice cosas que no debí y me deje engañar fácilmente poniendo en peligro a todos los que quiero y a la que una vez creí amar —confieso.
—Si yo tuviera la oportunidad de estar con mi manada otra vez no dudaría en volver, no importa lo que yo haya hecho o lo que me hayan hecho, la manada es una familia —Note que iba a decir otra cosa, pero se quedó callada.
—Y... eh... cambiando de tema —expreso notando como el ambiente se vuelve tenso—¿Cómo es tu loba?
—¿De verdad preguntaste eso? —Mi lobo gira los ojos.
Noto como en el rostro de Raquel se dibuja una sonrisa que sí llega hasta sus ojos azules. Me comienza a contar de su loba y, el ambiente se vuelve amistoso, tranquilo, incluso... coqueto.
[...]
Entro a mi casa con una sonrisa, pues al fin es viernes y no tengo que trabajar mañana. Camino luego de dejar mis zapatos y mi bolso en el mueble rojo de mi sala; veo las caderas de mi esposa moverse al ritmo de una música que seguramente resuena solo en su cabeza.
Me despojo de mi corbata y de los primeros botones de mi camisa mientras camino a la cocina donde mi amada Mate cocina algo delicioso, escucho como mi hijo habla con alguien por el teléfono en su habitación, pero le resto importancia pues creo saber con quien habla.
—Hola, mi amor —Saludo cuando llego a la cocina, la rodeo con mi brazos por la espalda e inhalo su aroma.
—Hola, cielo ¿Cómo te fue hoy? —pregunta luego de un suspiro por las sensaciones que causa mi tacto.
—Bueno, ya es viernes —respondo con gracia y tomo un mechón de pelo rojo para envolverlo en mis dedos.
—Esa no es una respuesta —Niega divertida y se gira sobre mis brazos para darme un beso en los labios.
—¿Con quién está hablando? —interrogo luego de disfrutar sus labios, refiriéndome a la conversación que escucho de mi hijo con aparentemente una chica.
—Ya sabes —Raquel se encoge de hombros y vuelve a su labor en la estufa.
Luego de depositar un beso en su pelo, camino a la habitación de mi hijo y allí lo encuentro en una video-llamada con una fémina contemporánea a su edad.
—¿Con quién hablas, cachorro? —pregunto a mi hijo, sentándome en su cama donde este se encuentra.
—Con Kayla —responde sonriente enseñándome el teléfono.
—¡Hola, tío Ángel! —Me saluda la pequeña de no más de diez años.
—Hola, pequeña ¿Cómo sigues? —Su sonrisa se ensancha y la mía por igual, a pesar de que la preocupación me consume.
—¡Ya estoy mejor! Nunca más volveré a ir al bosque —asegura.
—Pequeña, no debes temerle al bosque, pero aún eres muy pequeña para ir sola por ahí, si vas a alejarte mucho de la manada, tienes que ir con un adulto —le digo aconsejándola.
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Editado: 11.09.2022