—Oye ¿Qué crees que va a pasar ahora?
—No lo sé, pero no será nada bueno.
Las palabras de Aidan no han dejando de sonar en mi mente desde que se fue de mi casa antes de que saliera al sol al día siguiente; la preocupación me invade con rapidez junto con la impotencia. Ahora unos potentes rayos de sol traspasan mis párpados y molestan mis ojos, me quejo dando vueltas en la cama intentando buscar la oscuridad para volver a dormir.
—Arriba, Olivia, ya pasan del mediodía —La voz masculina de mi padre me hace abrir los ojos de forma perezosa.
—Pero quiero seguir en la cama —Vuelvo a quejarme con la voz un poco apagada y somnolienta, lo veo moverse por mi habitación para luego sentarse en una esquina de mi cama.
—La comida ya está lista, levántate que ya estás grandecita, deberías despertarte por tu cuenta y no esperar a que te vengamos a despertar —Me regaña de manera nada severa en realidad, me siento en la cama al lado de mi padre.
—Pero me gusta me vengas a despertar —digo haciendo ojitos y siento su mano en mi pelo negro como solía hacerme cuando era pequeña.
—¿No crees que estás muy grande para estar activa en las noches y dormir en los días? Ya pareces un vampiro —Oigo su risa y yo igual la imitó negando levemente, como si fuera una incrédula a lo que dice.
—Los vampiros no existen —miento descaradamente, pues no hay verdad más cierta que esa, pero no puedo decirle eso a mi padre.
Quita su mano de mi pelo y suelta un suspiro.
Oh no.
Ya sé lo que viene.
—Olivia, ya tienes veinte, y en unos meses te irás a la ciudad a vivir con tus hermanos para que puedas estudiar en una buena universidad —Mi humor cambia drásticamente junto con la atmósfera.
Ya no era una pequeña niña a la cual su padre venía a despertar, como casi todas las mañanas, ahora era una joven adulta que tenía que enfrentarse a la realidad, una realidad de la que me he intentado escapar desde que tuve conciencia de ella.
—Lo sé, papá —Un suspiro cansado sale de mis labios, me hago una nota mental de contarle a los chicos sobre esto, si es que tengo la oportunidad.
—Bien —Hace una pausa por unos segundos—, alístate y baja a comer —Asiento despacio—; por cierto —Levanto la mirada—, Matías vino en la mañana, nos vino a avisar a tu madre y a mi que te irás de campamento durante unos días con él y su hijo, que será una especie de campamento de despedida ¿Por qué no nos habías dicho?
Mi mente trata de procesar lo que dijo mi padre, lo veo cruzarse de brazos en el umbral de mi puerta esperando una respuesta.
—Es que —Busco en mi mente una excusa, pero es que no sé de qué campamento está hablando—, les iba a decir cuando me levante, pero parece que Matías se adelantó —Le sonrió un poco avergonzada esperando que se crea mi mentira y sí, se la creyó.
[…]
Camino por las calles de mi pueblo con cierta soltura, no puedo evitar mirar los lugares donde Natalia paso, donde se casó y donde casi nos mata todos, aunque aún no estaba nacida para ese entonces, conozco la historia y quisiera que todos en el pueblo la conozcan, pero es mejor que vivan felices en su ignorancia.
—¡Alberto! Sé que estás en casa ¡Ábreme! —Exijo golpeando su puerta como cada vez que llegó a su casa.
—¿Cómo sabías que estoy en casa? —Pregunta cuando abre la puerta con el ceño fruncido.
—Porque no vas a ningún sitio —digo con simpleza entrando a su casa como si fuera mía— y porque tengo que hablar con tu padre.
—Vaya, hola Liv —La voz gruesa y con un toque de diversión de Matías hace que lo mire y lo encuentre sentado en el sillón de su casa.
—Hola, Matías —Le saludo sentándome al frente de el.
—Hijo, ve a tu cuarto —Pide a Alberto quien solo asiente y al pasar al lado de mi me da un zape en la cabeza.
—¡Hey! Ya no tienes quince años —Me quejo mirándolo con el ceño fruncido.
Alberto, de pelo como el carbón igual que su padre me saca la lengua divertido y se va corriendo para evitar el objeto que le lance en venganza, escucho sus risas desde el segundo piso y yo igual me río.
—Por la diosa, ustedes no son unos críos, tienen más de veinte —Se queja Matías al vernos jugar como siempre que vengo a su casa.
—¿Qué te digo? Aún somos jóvenes, no como tú —Digo con diversión levantando el objeto que le tiré a Alberto, ni idea de que es.
—Respétame, soy tu profesor —Giro mis ojos volviendo a sentarme al frente de el, segundos después, lo escucho volver a hablar—. Estás muy relajada, aún sabiendo lo que está pasando —Lo miro a los ojos con seriedad.
—No te engañes Matías, estoy que me muero de nervios, no he podido dormir por la preocupación y quiero gritar de impotencia —confieso a mi mentor apoyando mis codos en las rodillas abierta para poder sostener mi cabeza con las manos.
—¿No has dormido después de que te visito Aidan? —Niego con la cabeza respondiendo a su pregunta.
—Supongo que no viste como él llegó a mi casa verdad, no solo estaba golpeado y rasguñado, estaba quemado… por el sol —explico con un toque de confusión en mi voz.
—Pero si él es muy cuidadoso con eso —Menciona distraídamente y yo asiento.
—Es culpa de su padre, eso me dijo —Aclaro suspirando—. El Rey de Aidia tiene en la mira a Daniel, creo que sospecha de que él esta detrás de todo esto.
—¿Dani? ¿El brujo? ¿El que se desvive por sus dos hermanas? —Pregunta y yo vuelvo a asentir— ¿Crees que tenga motivos?
—Si los tiene será con los humanos, después de todo él es humano, abandonado por sus padres y rescatado por las brujas, aunque es extraño que no haya registro de el acá, nadie sabe de una pareja que tuvo un niño y lo abandonó —Digo atando cabos.
—Bueno, no sería la primera vez que las brujas borran la memoria de los humanos —Su teoría tiene lógica y tiene razón lo que me hace esbozar una sonrisa triste.
—¿A qué se refiere mi padre cuando me dijo que iríamos a un campamento de despedida? —Pregunto luego de unos minutos.
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Editado: 11.09.2022